martes, 19 de mayo de 2009

EL MECANISMO DE LAS HORMIGAS BRAVAS

La alarma suena una vez, diez minutos y de nuevo, otros diez más, mi abuela enciende el tele y sintoniza un canal musical, sube el volumen y camina lentamente por la sala tarareando coros –casi media hora, se hace tarde, otro día atrasado en el trabajo y te sacan tarjeta roja muchacho- abro los ojos, los cierro, parpadeo cien veces; el día estaba nublado, soplaba un viento frío que invitaba a la pereza, agité la cabeza varias veces y en marcha.
Manejaba una vieja moto Honda que me había prestado un tío mientras conseguía la propia, nunca tuve el hábito del ahorro así que ni yo se la entregué ni él me la pidió, asumo que ya a estas alturas está fuera de su patrimonio y de su mente. Faltaban diez para las ocho, brisaba suave pero copioso, cogí mi chaqueta y mi almuerzo y arranqué. Tenía más de un mes de trabajo acumulado en la espalda, muchas llamadas que hacer, reclamos, citas, mucha tinta, papeles y presión, y para colmo Amanda, tener que aguantar su cara larga y malhumorada desde hace una semana, sus chifletas e impertinencias y que todos rieran por eso, el apreciar sus hermosas nalgas sin poder darles un apretón…no entiendo con qué objeto una mujer te deja por infiel cuando ella no lo es ni a su propia palabra, recuerdo como juraba que no me dejaría por nada del mundo, yo aún con aire dudoso le preguntaba si estaba segura, ella asentía con la cabeza denotando absoluta firmeza.
El olor de la panadería de la esquina, las flores reventando con las primeras lluvias de mayo y el humo de los escapes de los carros son la fragancia perfecta para empezar un buen día. La luz se pone en verde, un bus lento y pesado se arrastra por las calles dejando su rastro tóxico, lo aventajo con prisa, el Momotombo al fondo y de frente, luciendo su rostro imponente al final del camino, es imposible no abstraerse un momento en su cono dibujado con plumilla; algo se cruza, una figura con ropa y bastón, reacciono, me desboco, me desvío, tropiezo, el impacto, un ruido terrible…subí a la estratopausa y choqué con el suelo en cuestión de segundos.
El motor de la moto aún sonaba, yo olía a metal y sangre, el dolor era terrible, los gritos salían solos, incontrolables, me tapaba la boca y aún seguían saliendo, hubiera preferido no abrir los ojos y ver solo puntitos grises en la oscuridad. Un hueso roto sobresalía a la altura de la rodilla, había rajado el pantalón, por la posición del pie derecho supe que éste estaba desencajado, el tórax entero me oprimía los pulmones pero con todo, el casco aún seguía en su lugar.
Al instante un cúmulo de curiosos me rodeó, observando el espectáculo con sus ojos de asnos perplejos; probablemente llegarían tarde a sus trabajos, probablemente no tenían trabajo o iban de paso o simplemente su trabajo consistía en admirar el dolor ajeno. Un tipo larguirucho y de corbata rompe el silencio: - Apuesto cien córdobas a que manejaba borracho-, otro levanta la mano al momento que rompe la fila para situarse adelante: -no es posible, miralo al pobre, tiene aspecto de quien va al trabajo- un tercero, con aire de maleante trasnochado grita: - cien a que anda sobrio entonces-, a lo que el segundo contesta: - la única forma de descubrirlo es quitándole el casco- el tipo con aspecto de maleante, ni corto ni perezoso se inclina para despojarme del casco, el dolor se intensifica y un frío extraño se va adueñando de mi cuerpo poco a poco. –Descartado, no hay olor a licor- aduce el segundo.
El maleante lanza una mirada fija a su deudor de corbata, éste empieza a caminar apresurado para no honrar su deuda, el maleante lo sigue corriendo y le cae a golpes. Habían transcurrido no más de cinco minutos cuando llega un jeep blanco a toda prisa, baja una mujer con un micrófono y un camarógrafo tras ella, me acerca el micrófono a la altura de la boca como apuntándome -¿se encuentra bien, como sucedió? reláteme los hechos sin escatimar en detalles- quise lanzar una carcajada inmensa pero el dolor me lo impedía, al ver que no respondí sacó una libreta de su bolsa y empezó a tomar nota. El círculo se extendió, algunos sacaban fotos, otros encendían un cigarro e intentaban adivinar el motivo del accidente empleando la física, hubo uno que empezó a levantar un croquis incluso; a diez metros de distancia estaba el maleante, que luego de haberle reventado la vida a su deudor desmantelaba la moto ayudado por dos más. Empezaron a llegar toda clase de vendedores ambulantes atraídos por el tumulto, raspaderos, heladeros, vende chicles, cigarros y caramelos, un señor chaparro y consumido se me acercó ofreciéndome ungüentos para el dolor, gasas y toda clase de artículos farmacéuticos.
Empecé a temblar, sentía que por todas partes salía la sangre espesa a borbotones que se combinaba con el sudor helado, un zompopo me sube por la mano tendida en el asfalto, se queda quieto mirándome: -de pequeño te encantaba experimentar con nosotros, nos arrancabas las patas con toda la paciencia del mundo, contemplando cómo nos retorcíamos de dolor para luego dejarnos ir mutilados, moríamos siempre, o ahogados en tu charco de baba que dejabas caer deliberadamente o devorados por las hormigas negras que nos comían vivos; yo fui el único sobreviviente de tu ritual de muchachito estúpido, de Arriba me mandaron un set de patas nuevas y acá estoy ahora viéndote arrastrado y medio muerto, como un zompopo, rodeado de una muchedumbre que va devorando lo que te resta de vida-.
Vi como aquel animalito ínfimo, insignificante bajaba a plan y se alejaba, sentí una pena infinita, por primera vez supe lo que era el dolor verdadero, él relatándome su dolor me mostró la triste y obscura faz de la miseria humana, esa que se mofa inmutable, que escarna y que mata al final. Un sonido de sirenas se escucha a lo lejos, ya es muy tarde, había sido devorado por un tumulto de humanos mirones que se me llevaron la vida como hormigas bravas.

PACTO DE MUERTE

El sueño del dios inmortal es morir algún día
Tener esa sensación de la persecución fría
Que se adueña de los cuerpos débiles
Poder percibir como va tomándose cada órgano
Advirtiéndole a la máquina que dé su último hálito
O tomándole por sorpresa y por detrás
Repentino, sin aviso.

En el pasadizo oscuro
Entre la vida y la muerte
Rondan fantasmas
Bestias gaseosas que se quedaron en el limbo
Pagando penas por actos ruines
Se disfrazan la faz con una máscara de llanto
Y vagan envueltos en un manto de dolor.

La muerte negra y sabia
Hizo un pacto con el diablo codicioso
Un lote de mil inmortales
Para despojarlos de sus dotes de dioses
A cambio de una sola alma
Un alma mortal que fue sacralizada
Y no renuncia al cuerpo fácilmente.

Lo lúgubre, la oscuridad
Trasfondo de ocaso
Que inunda la escena mortuoria
De una heroína divina
Siendo sacrificada.

POSESO




De los sueños del mal
Se fueron descubriendo retazos de demonios vivos
Vislumbrándose miradas iracundas
De ojos vacíos, negros y profundos.

Vi pasar mi existencia
Imbuida en un momento eterno
Pestilente a temor e incertidumbre.

Las sombras que la noche dibuja deliberadamente
Para que un carroñero azabache picotee incesante
A la mente abrumada y trémula
Que sufre graves ataques de pánico.

El cuerpo sobrecogido
Se retuerce entero, tiritando
El estómago, débil y nauseabundo ante emociones.

Vellos y nervios se tensan
Se enredan y ahogan
La saliva y la sangre se espesan
Todo el ser es atacado por una fuerza sobrecogedora.

Al final solo queda el pasmo
La mirada de desvarío
Y una sonrisa absurda
Por no tener conciencia de lo ocurrido.

domingo, 10 de mayo de 2009

sábado, 9 de mayo de 2009

DIETA




-¿Te acordás que te hablé de estos pescaditos en Masachapa?- le dije al ver su pecera, al tiempo que me empinaba un trago seco de guarón añejo, ella que caminaba adelante asintió con la cabeza como no queriendo responder. La sujeté fuerte del brazo y me la traje contra mi pecho para robarle un beso abierto con sabor a agua salada, ella me condujo a un cuarto sin cielo raso y tapizado en madera, se quitó la traba del pelo y la blusa sudada, me tiró a la cama y por su sonrisa entre traviesa y perversa le adiviné la intención de tratarme violentamente, pensé en que me ataría a la cama, amordazándome, que sacaría una coyunda del ropero o en defecto mi propia faja y me daría con la hebilla hasta quedar inconsciente- Sucesos: joven se pasa de juegos con su amante atacándole con una hebilla hasta dejarlo muerto-…ella tan sólo se limitó a posarse sobre mi y besarme el cuello. Su piel tersa olía a crema de coco, la iba desnudando de a poco disfrutándole cada rincón de su cuerpo con mi lengua excitada, ella se retorcía como no queriendo, y a la vez me posaba todo el cuerpo para que lo tomara. Me tira a un lado y de nuevo se posa sobre mí, empieza a desvestirme para que todo esté parejo, me percato del calor por las gotas que le salen de la frente, que bajan al cuello yendo en picada hasta los senos, dibujando esa silueta magníficamente montañosa-las mujeres sudan poco- pensé. Al lado izquierdo del cuarto una ventana que da al patio, con marcos de azul cielo, sonaba con el chocar del viento; una mesita de noche a la par de la cama y sobre esta una retratera de ella cuando niña, vio que yo veía la foto- Si a esa edad hubiera sabido lo rico que es coger a estas alturas sería una puta solo por placer- ambos rompimos en carcajadas, besos, apretones de manos y tetas y más besos. Hace una semana en una noche en la que me metió al cuarto a escondidas me contó que era virgen, yo, entre incrédulo y emocionado le di una larga charla de psicólogo sexual que terminó en un millón de gemidos, sollozos y penetraciones. Hoy por la mañana la aguja de la pesa se había corrido cinco espacios, tenía cinco libras de menos ¡una semana! un boxeador tendría que suprimir desayuno y cena para bajar cinco libras y dar el peso en una semana, lo mío fue más productivo y provechoso, hacer el amor en la playa y por toda Managua, como condenados, como conejitos, día, tarde y noche por una semana. Me traía loco, se me paró el tiempo en su piel, olvidé el trabajo, al gato, las charlas y el humo gris de las noches, no comíamos, no nos percatábamos siquiera si respirábamos, yo encontré mi morada en ese capullo. El cuarto entero empezó a estremecerse por el movimiento hasta que se nos vino abajo.

LO QUE NUNCA ESTÁ DE MÁS




Llegué puntual como es mi costumbre, brisaba un poco así que decidí llevarme la chaqueta para espantar la gripe verdusca que lo coge a uno al día siguiente. El bar no estaba tan lleno pero por las charlas a gritos y la voz grave de Jim Morrison sonando en el parlante me parecía que no cabría un alma más en el lugar. Pedí una cerveza morena, me recliné cómodamente en mi asiento, miré alrededor y en un dos por tres convertí el lugar en una fiesta de animales noctámbulos: jirafas de manchas rosadas tomaban café y se rascaban sus largos cuellos con las patas, simios ruidosos contaban chistes negros, una gacela culona y solitaria sentada en la barra, tomaba daiquiri de un copa exótica, al otro lado un león babeante de apetito la acechaba pacientemente, un garrobo borracho cayó de una rama y todos explotaron en risas…una mano se apoya en mi hombro, subo la mirada y de vuelta a la realidad, ella me saluda de mano y se sienta frente a mí al momento que le hace un ademán al mesero; juntaba detalles suyos que se me habían escapado el día en que la conocí, tenía más busto del que pensé, una nariz fina y pequeña, el color café de sus ojos combinaba perfectamente con el café de su pelo alisado. Aquel día habíamos hablado poco, cosas sin sentido más que todo, de qué se siente caminar todo el día con un par de zapatos derechos, de porqué los pájaros no cantaban de noche, entre otras trivialidades que desencadenaron en risas y química, por lo que no dudamos en intercambiar correos y reencontrarnos.
Ahora tenía que buscar la herramienta adecuada para romper ese hielo que surge entre los recién conocidos, que actúan como si fuera el primer día todos los días durante una semana para después en el mejor de los casos entablar una amistad. Menos mal que ella intervino, empezó a contarme que vivió año y medio en Inglaterra y que nunca entendió la intrincada psicología de los ingleses que tratan de hacerlo todo más complejo, reí y le intimé lo peliculesco que sentí nuestro primer encuentro: un restaurante atestado, ella de pie con una bandeja y tacones de una cuarta de altura y en mi mesa una silla sobrante. Me narraba en spanglish sus rutinas de jovencita independiente en Europa, que después del trabajo se iba a los lounges, tomaba cien shots, se fumaba un joint y se ponía bien stoned hasta despertar en el living de alguna buena amiga.
Al cabo de dos cervezas ella interrumpió la charla en proceso: -too much noise, casi no te escucho nada, come here by my side- creo que hice mil muecas para disimular la emoción y evitar una erección infortunada, por mi mente pasó un “esta no pasa de hoy”. La distancia entre mi asiento y el suyo me resultó kilométrica, al levantarme las piernas me flaqueaban, no sé si por la tensión o las cervezas. Me senté a su lado, atrás el olor del cigarro y del trago, atrás lo dejó su riquísimo aroma a bouquet importado, tomó mi mano suavemente y sonrió, seguro al notar mi cuerpo tembloroso. Yo, al sentir el tacto me apacigüé como un tierno asustado que se lo llevan al regazo, meciéndolo y cantándole despacito. Rocé con mis yemas su espalda desnuda, se apartó un poco sonrojada –me haces coquillas- , me dijo y soltó una fina y delicada risa, yo me sentí a lo Oscar Wilde en su mundo victoriano y pletórico; empezó a tararear la canción que sonaba, acercándose suavemente posó sus labios carnosos en mi oreja caliente: -come on come on now touch me baby, can’t you see that I’m not afraid- me sentí explotar, el espacio era demasiado abierto como para hacérselo ahí –Vamonos- le dije desesperadamente –Llevame- contestó con un tono leve y sexy de suplicio. Por supuesto, llamé al mesero y pedí la cuenta; mi vejiga estaba a reventar, le pedí me dispensara y corrí al sanitario.
Al levantarme sentí como todos mis órganos brincaban de un lado a otro, desnudé mi pene y este soltó un chorro espeso y caliente, estaba excitado y lo empujaba hacia abajo para no empapar el inodoro. Pensé en lo deliciosa que estaba, en que de seguro probó cosas distintas e inusuales en las otras latitudes por lo que debía ser innovador para que no se viniera todo abajo -Ni de misionero, ni de perrito-, recordé de repente que hace un par de días había visto un programa hindú de posiciones sexuales –ya se, un popurrí nica-oriental, así se va- Salí apresurado y al verla se me taqueó la garganta, estaba sentada sobre el tipo al que hacía una hora le vi cara de león babeante, besándolo con fuerza; sentí como un cañonazo en la espalda, perdí la noción por un momento, sacudí la cabeza y salí de ahí a ciegas. Las luces de la calle me sacudieron, busqué resguardo en un tronco, me recosté y vomité, ahí se fue la niña que vive a la inglesa. Que ingenuo fui, debí adivinarlo desde un principio, los ingleses son intrincados, todo lo hacen más complejo, no se entienden ni a ellos mismos. Caminé hasta la casa, encendí incienso, puse música, después de todo nunca está de más encontrarse solo al final de la noche.

martes, 5 de mayo de 2009

EL FIN DE UNA LUZ




Luna plateada
Que lucha contra un cielo oscuro y terráqueo
En una noche en que el viento trae temor y lamentos
Y la mar vomita los cuerpos
De estrellas muertas que han caído en silencio.

El suelo es un vil espejo
De un sueño terrible convertido en lamento
Y el fuego se mece perplejo
Antes de caer extinto al infinito tormento.

El fin tiene un pulso, un traqueteo constante
Trompetas y tambores de sonidos fósiles
que resuenan en un eco vibrante
percibido apenas por una tierra marchita
que muere de a poco en un momento flotante.

FRAGMENTO

El sueño del cuerpo es dejar atrás el peso y volar
Olvidar a la estatua de movimientos lentos
Despertar un día hecho alas
Para acariciar al magno viento.