sábado, 9 de mayo de 2009

LO QUE NUNCA ESTÁ DE MÁS




Llegué puntual como es mi costumbre, brisaba un poco así que decidí llevarme la chaqueta para espantar la gripe verdusca que lo coge a uno al día siguiente. El bar no estaba tan lleno pero por las charlas a gritos y la voz grave de Jim Morrison sonando en el parlante me parecía que no cabría un alma más en el lugar. Pedí una cerveza morena, me recliné cómodamente en mi asiento, miré alrededor y en un dos por tres convertí el lugar en una fiesta de animales noctámbulos: jirafas de manchas rosadas tomaban café y se rascaban sus largos cuellos con las patas, simios ruidosos contaban chistes negros, una gacela culona y solitaria sentada en la barra, tomaba daiquiri de un copa exótica, al otro lado un león babeante de apetito la acechaba pacientemente, un garrobo borracho cayó de una rama y todos explotaron en risas…una mano se apoya en mi hombro, subo la mirada y de vuelta a la realidad, ella me saluda de mano y se sienta frente a mí al momento que le hace un ademán al mesero; juntaba detalles suyos que se me habían escapado el día en que la conocí, tenía más busto del que pensé, una nariz fina y pequeña, el color café de sus ojos combinaba perfectamente con el café de su pelo alisado. Aquel día habíamos hablado poco, cosas sin sentido más que todo, de qué se siente caminar todo el día con un par de zapatos derechos, de porqué los pájaros no cantaban de noche, entre otras trivialidades que desencadenaron en risas y química, por lo que no dudamos en intercambiar correos y reencontrarnos.
Ahora tenía que buscar la herramienta adecuada para romper ese hielo que surge entre los recién conocidos, que actúan como si fuera el primer día todos los días durante una semana para después en el mejor de los casos entablar una amistad. Menos mal que ella intervino, empezó a contarme que vivió año y medio en Inglaterra y que nunca entendió la intrincada psicología de los ingleses que tratan de hacerlo todo más complejo, reí y le intimé lo peliculesco que sentí nuestro primer encuentro: un restaurante atestado, ella de pie con una bandeja y tacones de una cuarta de altura y en mi mesa una silla sobrante. Me narraba en spanglish sus rutinas de jovencita independiente en Europa, que después del trabajo se iba a los lounges, tomaba cien shots, se fumaba un joint y se ponía bien stoned hasta despertar en el living de alguna buena amiga.
Al cabo de dos cervezas ella interrumpió la charla en proceso: -too much noise, casi no te escucho nada, come here by my side- creo que hice mil muecas para disimular la emoción y evitar una erección infortunada, por mi mente pasó un “esta no pasa de hoy”. La distancia entre mi asiento y el suyo me resultó kilométrica, al levantarme las piernas me flaqueaban, no sé si por la tensión o las cervezas. Me senté a su lado, atrás el olor del cigarro y del trago, atrás lo dejó su riquísimo aroma a bouquet importado, tomó mi mano suavemente y sonrió, seguro al notar mi cuerpo tembloroso. Yo, al sentir el tacto me apacigüé como un tierno asustado que se lo llevan al regazo, meciéndolo y cantándole despacito. Rocé con mis yemas su espalda desnuda, se apartó un poco sonrojada –me haces coquillas- , me dijo y soltó una fina y delicada risa, yo me sentí a lo Oscar Wilde en su mundo victoriano y pletórico; empezó a tararear la canción que sonaba, acercándose suavemente posó sus labios carnosos en mi oreja caliente: -come on come on now touch me baby, can’t you see that I’m not afraid- me sentí explotar, el espacio era demasiado abierto como para hacérselo ahí –Vamonos- le dije desesperadamente –Llevame- contestó con un tono leve y sexy de suplicio. Por supuesto, llamé al mesero y pedí la cuenta; mi vejiga estaba a reventar, le pedí me dispensara y corrí al sanitario.
Al levantarme sentí como todos mis órganos brincaban de un lado a otro, desnudé mi pene y este soltó un chorro espeso y caliente, estaba excitado y lo empujaba hacia abajo para no empapar el inodoro. Pensé en lo deliciosa que estaba, en que de seguro probó cosas distintas e inusuales en las otras latitudes por lo que debía ser innovador para que no se viniera todo abajo -Ni de misionero, ni de perrito-, recordé de repente que hace un par de días había visto un programa hindú de posiciones sexuales –ya se, un popurrí nica-oriental, así se va- Salí apresurado y al verla se me taqueó la garganta, estaba sentada sobre el tipo al que hacía una hora le vi cara de león babeante, besándolo con fuerza; sentí como un cañonazo en la espalda, perdí la noción por un momento, sacudí la cabeza y salí de ahí a ciegas. Las luces de la calle me sacudieron, busqué resguardo en un tronco, me recosté y vomité, ahí se fue la niña que vive a la inglesa. Que ingenuo fui, debí adivinarlo desde un principio, los ingleses son intrincados, todo lo hacen más complejo, no se entienden ni a ellos mismos. Caminé hasta la casa, encendí incienso, puse música, después de todo nunca está de más encontrarse solo al final de la noche.

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