Ya no quiero. Me rehúso a seguir este
ejercicio. La narrativa no pega. La narrativa es una placenta rota. Me resisto
a que los caminos se bifurquen en una historia y que las calles se llenen de sobreadjetivaciones banales. Temo ir de corrido. Voy de punto en punto. Mirá.
Mirame. Voy de punto en punto hasta la muerte o hasta lo más llano e inhabitado
del mundo. El cursor es un ave sin alas, el cursor es un soldado que traiciona.
Quiero hablar sobre los puntos. Los puntos para mí son una parada estoica y
honorable frente al precipicio, se balancean, hacen malabares, pero no caen.
Los puntos son mi zona de confort ante la ortodoxia. Pataleo ansioso frente a
la laptop. Tengo el pelo lleno de virutas de lápiz. La mente corta las ideas en
tajos. De repente me veo atrapado dentro de un tronco que está inclinado. Al
fondo del tronco se divisa la motosierra del leñador. O eso creo haber visto,
mientras agarro otro libro de poesía entre mis manos. Esto ya raya en la manía.
Voy a la playa con un libro de poesía y una libreta, cruzo la calle a ciegas
por leer libros de poesía, rebalso la comida en el plato por estar de pendejo
leyendo poesía. Decían que Ulises Lima leía poesía mientras se duchaba, por eso
los que lo conocían se quejaban del estado de esos pobres libros. Por eso nadie
le prestaba libros a Ulises Lima. Pero eso no me consta, como nada que sea
realmente válido en esta vida, o en la siguiente. Construyo versos atroces, horribles,
pero soy empecinado. Cuando viajo de Managua a Tola voy fabricando ideas, que
se cuelan entre las canciones que escucho, o entre carro y carro o carril y
carril hasta donde me da el campo de visión. Pienso en que la poesía es ir
cuesta abajo y sin freno y eso me apasiona. Pero todo se reduce a la mala
suerte. Pronto abrirán una convocatoria a un concurso de cuentos o de novela.
Voy a leer el anuncio en facebook y me voy a emocionar. Voy a estar atento a
que publiquen las bases y al leerlas días después me voy a sentir bastante
imbécil por no poder llegar al mínimo requerido de cuartillas, o por llegar a
las completas, juntando toda mi producción entre uno que otro chispazo de luz,
rodeado de una niebla espesa de cuentos flojos, de historias malas. El poeta es
un pedazo de trapo flotando en el aire. Está tan desolado como los escombros
tras un terremoto. Es palmado y huele mal. No tiene amigos. Presta y no paga,
pero tampoco –razón extraña- nadie se atreve a cobrarle. El poeta colecciona
botellas vacías a las que les quita las etiquetas. Es neurótico y anda con los
calcetines nones. Es un inadaptado. La gente lo ve puteando a la nada, pero él
alude a sus demonios. El poeta guarda un relicario en cuyo interior anidan
todas las lágrimas que ha echado desde que escribió su primer verso.
(*) En la fotografía, la obra Pensamientos, de Denis Núñez
No hay comentarios:
Publicar un comentario