Hay una fuga perenne en mi cuerpo/ un crepitar compás de a tiempos precisos/ radicados en mis chasquidos/ que son los últimos rastros de comunicación con mis huesos
Hay listas con apellidos en mis
brazos/están ahí, tatuados como lápidas/ alguien los puso mientras dormía/ los
propietarios de esos apellidos se comunican conmigo/ a través de la tinta que
cambia de forma
Hay una carpeta con fotos de rostros en mi
pc/ son miles de ellos/ alguien los recopiló para mí/ en mis sueños los cuelgo
sobre ramas y los contemplo/ ellos en lo alto viendo hacia la nada/ yo,
enjugados los ojos de lágrimas/ yo, entornando los ojos para describirme a mí
mismo sus rasgos/ retrato mental licuadora
El patio está tapizado de hojas volteadas/
anidan gotas que permanecen en su forma íntegra/ atrapadas en la intemporalidad
atrapando prismas/ quiebres refractarios multicolores en las comisuras de sus
labios de agua/ prisión, fecundo néctar pausado en el rectángulo de ese lienzo
clorofila
Las
voces vienen del fondo del pozo/ los zancudos se reproducen y con ellos las
voces/ y las picaduras de los zancudos canalizan esas voces en mis venas/ que
explotan/ sí, las venas explotan en mi boca como un babel atmosférico
ascendente/ que cubre todo, no de sangre sino de vocablos perdidos en la
profundidad de la selva
Y estoy demarcando una frontera en mi cama/
porque la fuga no cesa/ no para de manar fiebre contagiosa de extravío que
cala/ mis entrañas, que son pétalos rotos/ veneno instantáneo para las pieles
que mudo/ y me extiendo, aquí mismo/ frente a la piedra altar en la que me
sacrifico.
preciso ser mártir para todas mis cortezas
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