Fonemas,
prosemas, poemas, esquemas, enemas
nos
hacemos los locos de nuestras propias entrañas
Marañas
enredando pensamientos y al polvo
como
telarañas trepadoras gigantes
portando
la ponzoña de la araña que devino en néctar
e infecta
la pared de flores naranjas
las que
vi en El Crucero
entre el
frío y la bruma
acababan
de enterrar a alguien
en una de las esquinas opuestas a mi calle.
Yo hacía
el pan de noche
hacía el
pan y el café para las plañideras
que ahí
estaban sentadas en las sillas de plástico
todas
rencas, todas desdentadas, todas en pena pagada.
El humo
de la hornilla me calentaba
llevaba un
grueso suéter que aún olía a ella
portaba
sus calzones, los que habíamos intercambiado
la
última de las veces que estuvimos juntos
realmente
juntos, ¿me entendés?
El viento
dispara afónico hacia el vacío
aquí no
hay luces. Ya lo dije. Aquí todo se pierde entre las brumas
triste
imperio del desconsuelo mientras la silla de la matriarca
hace
chirrín-chirrín
y ella se opone a irse a dormir
porque
sabe que el ánima de su crío saldrá pronto de ese cofre-ataúd
¡qué
tercer día ni que ocho cuartos!
saldrá
pronto
y ahí
habrán pesquisas y cuestionarios
y el
tufo invasivo de los peritos
y las
sirenas haciendo uiu-uiu, reflejándose
en el espejo de bordes neoclásicos.
Clásico es
el tapi de los vecinos
medido
al ojo y servido en sendas tazas de café.
Los niños,
los pequeños nenes ateridos de frío
váyanse
a acostar ya, pero no hacen caso cómo son de fisgones.
Ahí en
la sala se elevan las penas y los llantos en sostenido
nadie
cruza miradas, hay diálogo en los llantos y con eso basta
entonces
alguien se anima a rasgar la guitarra
que de
tan tostada se agrieta
pero qué
fiel y agraciada que suena
qué rico
resuena y rebota en las paredes
despierta
alientos de fuego
luego, la enésima tanda de café
los
niños ya se escaparon del fuero común
y ahora
juegan a los fantasmitas en el patio
sin
percatarse que los espectros van organizándose en fila india
jalando
parejo, huestes sin trono ni mando
sólo
porque sí
dispuestos
al sudor de las carnes, los hedores, el miedo pueril
y todas
esas cosas que de tan humanas se añoran.
¡Viva la
vida!
Y ahora,
interrupción, alguien ha vomitado sobre la púrpura alfombra
es que
ese café vino adulterado desde la cocina
tuvo que
ser el don que lo preparó
se
sirvió un poquito según sus cuentas
pero al
roco le tiembla la mano.
Hermano,
no chirrees
no
forcés los goznes de la paciencia
que ésta
casa está llena de muertos y un loco
de un
muerto y los locos
todos
saliendo, otra vez en fila india
cargando
un féretro de caoba al despuntar el alba.
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