Gonzalo entró a la carrera de Medicina en el ´95. Su papa era médico
internista y su abuelo geriatra (acaso el primero especializado en esa
vertiente en el país). Había hecho pactos de sangre con su prima, su hermano
menor y un par de amigos, había visto un par de toallas sanitarias enrojecidas
en el basurero, también había visto a un hombre con la cabeza destapada de un
balazo, sus sesos reposaban en el asfalto hirviente del mediodía, a la vista de
todos los morbosos que acudieron a la escena. Aparte de eso sus contactos con
la sangre habían sido bastante escasos, y eso fue lo primero que se le vino a
la mente al decidir seguir los pasos de sus ascendientes. Pensó en la
dominación de la sangre, en la hegemonía de la sangre sobre la naturaleza humana,
ese pavor desbocado hacia lo que constituye vitalidad de nuestra propia
naturaleza, ese resabio primitivo e ignorante, esa completa y absoluta
enajenación emocional. Aquellos que van a la guerra temiendo a la sangre son
los vencidos, los muertos, los que se cuentan entre el polvo, los incapaces de
lograr la victoria. Ese pensamiento lo movió a sentir la sangre correr por sus
venas, a sentirla de veras y por primera vez. Se detuvo por un momento, cerró
los ojos y sintió la permanente irrigación interna, el discurrir, el goteo, la
correntada, pudo saborear la sangre en su lengua y en el acto se prometió a sí
mismo apaciguar cualquier conato hemofóbico que pudiera surgir en el futuro. Se
consagró haciendo un nuevo pacto de sangre, esta vez consigo mismo como si esto fuese posible. Un júbilo
rebosante saltaba en su corazón y en su estómago, esperaba con impaciencia a su
papa, caminaba de un lado a otro como frenético, fumaba cigarrillo tras
cigarrillo (algo poco habitual en él), repleto de ganas de comunicarle la
decisión de estudiar medicina. Él llegó a las siete. Al saber de la noticia su
tía no dudó en alistar un festejo, preparó varias piezas de chuleta de cerdo en
el asador, adobadas con piña, cebolla y chiltomas rellenas de queso. La noche
era fresca y apacible. Esta tía asumió la crianza de Gonzalo y de los otros dos
hermanos hace diez años atrás, para ese tiempo su papa estaba estudiando su
especialidad en México y tenía la ilusión de irse luego a Suiza y una vez
asentado mandar a traer a sus hijos, pero una serie de eventos ajenos a su
voluntad lo obligaron a volver a Nicaragua y en su frustración y soledad halló
consuelo en su cuñada justificándose a sí mismo, entre otras cosas, por la
similitud que tenía con su fallecida hermana. Es importante destacar que Pepe,
el hermano mayor de Gonzalo, también estudiaba medicina en León, pero su vida
era un completo caos de condones desperdigados, marihuana y alcohol, se le veía
poco por la casa y cuando realmente llegaba era para apaciguar sus demonios,
nutrirse y dormir, caía por dos o tres días y sólo se despertaba para pedir
dinero e irse de nuevo. Aníbal, el de en medio, siempre fue alumno destacado,
consiguió una beca para ir a estudiar ingeniería industrial en Brasil y desde
hace dos años no se sabe de él más que por cartas, por lo que la única
esperanza del continuismo estaba depositada en Gonzalo, quien bajo la
percepción de su papa era un chavalo distraído y taciturno pero con un enorme
potencial.
Esa noche (después de la noticia) fue
la primera vez que don Leonel (Leonel era el segundo nombre de su papa y con el
que se sentía más identificado) accedió a que Gonzalo tomara licor frente a él,
que sólo se remojaba los labios con ron negro y lo observaba entre las sombras
de un nancite. Gonzalo le habló del temor a la sangre.
- - ¿Cómo
es que hacés papa? Cómo hacen todos los médicos para lidiar con eso?
- - Ok,
¿Qué hacés vos al cortarte? te enterrás un vidrio en el dedo, una herida un
poco honda digamos ¿qué hacés?
- - Pues
me lavo ahí nomás
- - ¿Porqué
te lavas?
- - Lógico,
porque si no me lavo corro el riesgo de que la herida se infecte
- - Lógico,
ajá, sos bien lógico vos ¿entonces crees que si te vas a lavar ahí nomás evitás
el riesgo de una infección? ¿quiere decir que si esperaras un par de segundos a
que corra la sangre correrías riesgo de infección, todo es cuestión de segundos?
¿correcto?
- - Si,
correcto
- - Falso.
Mirá, la mayoría de nuestras necesidades responden a creaciones de nuestro
entorno y de nuestra construcción social, observá a tu alrededor, analizá y
jerarquizá tus necesidades, igual pasa
con tus temores, nos han impuesto y nos han envuelto con temores a elementos
tan naturales como la sangre o la oscuridad. Como no te has detenido a analizar
el funcionamiento de la sangre entonces no la conocés, le temés por ignorancia,
creés que sabés de ella, sos todo un hemato-teórico pero en realidad no sabés
ni verga, y encima de eso le temés. Hiciste un pacto de sangre me dijiste. Vamos
pues, te voy a explicar un poquito acerca de los pactos de sangre. Es una
práctica milenaria, es decir que se viene haciendo desde hace miles de años
como te imaginarás, el objetivo es crear un vínculo, muchas veces indisoluble y
otros con alternativas de romperse, pero ese vínculo es una cuestión
trascendental para los pactantes. El más común es el de los hermanos de sangre, que generalmente se
hacía con fines de guerra (yo no sé si alguien lo hace en la actualidad pero
deben haber su par de locos). El ritual consiste en que los pactantes se abren
una herida honda con un mismo cuchillo, generalmente en el brazo, por ser un
lugar visible; cuando la sangre mana los pactantes tienen que poner en contacto
sus heridas y permanecen así hasta que la sangre deja de manar, una vez secas
las heridas se vuelven hermanos de sangre y comparten sus fortalezas, debilidades,
su dolor y hasta sus fluidos, por decirlo así. Está también el matrimonio de sangre, que consiste en
echar la sangre de los pactantes en un recipiente, del que ambos deben beber, y
besarse mientras sus labios están empapados de sangre; el fin de este pacto,
claro está, es consumar el amor. Luego está la alianza sanguínea, que se sella mezclando la sangre de cada
pactante en vino, para que todos en comunión beban de este compuesto. El objetivo
de este pacto es la salvaguarda de un compañero o el auxilio en alguna
circunstancia especifica. La sangría
espiritual es más bien un acto de vampirismo justificado, de ahí que puede
provocar cierta adicción, y es el más simple porque consiste en que un pactante
se abre una herida de cuya sangre bebe el segundo pactante hasta sentirse
saciado. El más simple y el más aberrado, si lo querés ver con moral. También
está la adopción sangrienta, que es
usada para adoptar a un hijo como su hijo de sangre. Se debe abrir una herida
en la carne del padre, de la cual el hijo beberá hasta que se sienta saciado.
La servidumbre sanguínea es otra
forma de pacto cuya finalidad es atar la voluntad de una persona a la de otra,
es una especie de esclavización espiritual, también materializable a la
constricción física. En este pacto el sirviente debe derramar su sangre en un
recipiente mientras bebe la sangre de su nuevo amo, luego el amo toma la sangre
de su sirviente, vierte un poco de la propia y se la da de beber al sirviente.
Gonzalo lo escuchó
atentamente. Esa noche no pudo dormir. A las dos de la mañana
decidió empezar a
prepararse para la prueba de ingreso, dos meses después recibía la noticia de
que estaba dentro. El primer día de clases fue el primer día en el que se
montaba en un bus sin nadie que lo acompañara. Se vio dentro de un rectángulo
de latón oxidado que apestaba a mierda, colonia jean naté y sobaco, no tuvo ningún
miedo pero sí incomodidad. Se extravió en el campus durante media hora,
preguntaba como llegar a su facultad y los estudiantes le daban direcciones
erróneas para bromear y probar que tan pendejo era. Entró a un baño que
apestaba a berrinche y estaba plagado de pintas testimoniales: “aquí venís a
dejar tu orgullo”, “aquí cagó Mauricio”, “en este lugar me la mamó la Aurora” y
cosas por el estilo. Cuando logró dar con el aula la clase de biología ya había
empezado, la profesora era chaparra y delgada, usaba anteojos de lentes
cuadrados, lo que le daba cierto aire de oficinista malhumorada, el pelo era
negro intenso con un par de vetas blancas, lo llevaba amarrado con una cola, su
aspecto era rígido y Gonzalo -de sólo verla- temió dejar la clase. Resolvió
quedarse sentado en el pasillo y tomar nota de todo lo que oyera. Entró a las
otras clases, concluyó que sus compañeras no estaban del todo mal y que el 90%
de sus compañeros eran unos patanes que lo veían como marica y que el otro 10%
eran maricas que lo veían con apetito. Decidió caminar un rato antes de irse
para su casa, hacer un tour para empaparse de ese ambiente universitario al que
anheló casi toda su secundaria, pero no podía tener una percepción íntegra en
solitario, era menester socializar. Generalmente no era muy bueno para hacer
amigos pero consideró que dadas las circunstancias no le quedaba de otra. Pensó
que no sería muy difícil, estaba Ricardo, un vecino que llevaría entre el
tercer o cuarto año de medicina, estaban Cristina, Charlotte, Eugenio y José
Luis, que se bachilleraron con él e ingresarían a la UNAN a diferentes
carreras, estaba Julio, un dirigente de UNEN que conoció en una fiesta y
llevaba ocho años estudiando la misma carrera para conservar su puesto… en fin,
tenía de donde agarrar. Compró un cigarrillo en un cafetín y lo encendió por
mero alardeo de principiante nervioso, vio a dos muchachas simpáticas sentadas
en una banca, las acechó recostado a un tronco por un par de minutos pero su
plan se deshizo al ver que llegó un maje con cara de borracho, vio a una gorda
leyendo Vanidades, pensó: las gordas son fieles y me podría presentar con sus
amigas guapas (bajo su concepción las gordas son imán de las guapas, que las
escogen por su fidelidad, baja autoestima e inclinación de perdonar sus
maltratos y estupideces con tal de mantener la amistad), pero la gorda sintió
algo incómodo en la mirada de Gonzalo y resolvió moverse. Caminó. Vio a una
muchacha contemplando un mural, su rostro era agraciado, su pelo liso y corto
caía en ondas sobre su cuello, rozando sus hombros con las puntas apenas, eso,
por alguna razón volvía loco a Gonzalo, no podía ver a una mujer de pelo corto
y liso porque empezaba a maquinar cosas en su cabeza, aun sin verle la cara. La
muchacha llevaba una horrible camiseta verde fosforescente pero esos detalles
podrían perdonarse. Estaba absorta en el mural, lo veía fijamente, como si intentara
encontrar una respuesta o un rasgo especifico. Gonzalo pasó delante de ella
viéndola de reojo, y como ella seguía viendo el mural tuvo el coraje de
sentarse a su lado sin pedir permiso. Él vio hacia el mural también: abarcaba
la mitad del pabellón, parecía ser una marcha o un mitin, los rasgos faciales
de los manifestantes eran gruesos, redondos o afilados en extremo, los que
estaban en primer plano sostenían una manta con una frase desbordada sobre la
educación y la libertad o sobre la educación y la revolución o sobre la
autonomía estudiantil, los de atrás sostenían pancartas o cartulinas o
martillos u hoces; en la parte posterior se apreciaba un sol empalidecido por
el desgaste de la pintura y debajo de este un libro abierto con el escudo
nacional impreso en la página derecha. Gonzalo resopló, habló:
-
- Siempre
me ha cautivado el muralismo- la muchacha no dijo nada, ni siquiera lo volvió a
ver, él se sintió fatal por supuesto, se le ocurrió que tal vez era sorda o
ciega y sorda y que solo tenía los ojos puestos sobre un punto fijo a como
hacen los ciegos. Lo repitió:
- - Siempre
me ha cautivado el muralismo- y dicho esto quedó un grave silencio de muerte en
la atmósfera que le erizó los pelos
- - Si,
ya te oí- contestó ella segundos después – pues a mi me parece una completa
mierda
- - ¿Una
mierda el muralismo? ¿Acaso no conocés las obras de Rivera o de Orozco, de
Cantú, de Renau?
- - No,
pero si son como este no dudaría en decir que son una mierda también
- - ¿Y
porqué veías tanto a la pared entonces?
- - Porque
no tenía nada mejor que hacer, hasta que apareciste vos
Esa respuesta era lo
último que Gonzalo imaginaba, no supo qué decir, se sintió enaltecido e imbécil
a la vez, como una bella estatua cubierta de caca de pájaro. Se fueron juntos
en el bus, él vivía en Altamira y ella en la Máximo Jerez. Su nombre era
Claudia, y durante el transcurso pensó que era más bella cuando la contemplaba
detenidamente que viéndola a simple vista. Era su primer día en la universidad
también, estaba en la carrera de derecho. Él aprovechó cada frenazo, cada
bamboleo del bus para acercársele, olerla, rozarla. Intercambiaron números. Se
vieron al día siguiente, Gonzalo la invitó a una gaseosa, tomaron juntos el
bus, él se ofreció a acompañarla hasta su casa pero ella no quiso. Al tercer
día, entre clase y clase se iba a buscarla infructuosamente por los pasillos
cercanos al mural. Le preocupaba no verla porque tenía Anatomía I a la 1 y 15
de la tarde. Decidió no entrar y sentarse en la banca en la que se conocieron,
ella apareció, ofreció invitarla a comer algo pero ella no quiso nada, dijo
sentirse mal, con dolor de cabeza, iba a irse en taxi a su casa, él le dijo que
lo tomaran juntos para que saliera más barato, ella aceptó y le dijo al taxista
que lo dejara a él primero. Esa noche él la llamó, una mujer con voz chillante
contestó y le pidió que esperara mientras la iba a buscar, había un ruido
terrible de fondo, gritos, risas, llantos, voces de telenovela; ella tomó la
llamada diez minutos después, con voz cansada o sofocada, le dijo que no podía
hablar en ese momento y le colgó. Al día siguiente Gonzalo faltó a otra clase
por verla, esta vez ella tenía mejor semblante, incluso mejor que el de los
tres días anteriores; la invitó a almorzar, tomaron un taxi y fueron a un
restaurante. Don Leonel estaba muy contento con Gonzalo y le daba dinero todos
los días, por lo que no tenía dificultad para pagar taxis ni cuentas de
restaurante. Esa tarde se besaron. Ella le regaló una flor de papel y lo llamó
por la noche, el ruido seguía siendo terrible pero aun así hablaron durante
media hora. Se hicieron novios a la semana siguiente, Gonzalo siguió faltando a
la última clase y a las prácticas por acompañarla. Sentía una calidez extraña
en sus entrañas cuando la veía y se impacientaba cuando sabía que estaba a
punto de verla, empezó a afectarle aun cuando no la veía, quizá con mayor
intensidad.
El entusiasmo de don
Leonel lo llevaba a formular cuestionarios inmensos sobre las clases, por lo
que Gonzalo trataba de poner el máximo de atención en las aulas para poder
responder bien y conservar su estatus de hijo predilecto. A la segunda semana
Claudia le pidió que la llevara a almorzar y al cine y que le agradaría mucho
que eso se convirtiera en un hábito semanal porque eso es lo que hacen los
novios, cosa que él interpretó como gran avance, pensó: ella se esta despojando
del orgullo y siente la confianza para proponerme algo así. A la tercera semana
ella le pidió prestados 300 pesos y como se había gastado todo en cuentas de
restaurante, cine y taxi decidió (una decisión desesperada) sustraer dinero de
la cartera de don Leonel, algo que jamás había hecho. Se maldijo. Se sintió
basura por haber llegado a tal punto. Le entregó el dinero a ella al día
siguiente. Tomaron el bus juntos, él insistió en que quería encaminarla hasta
su casa pero ella no dio su brazo a torcer. Por razones desconocidas ella no
llegó a la universidad durante tres días, él pasó cinco días sin verla,
contando el fin de semana; la llamó pero su teléfono salía como temporalmente
suspendido, dos veces fue a la parada de bus en la que ella normalmente baja
con la esperanza de que apareciera pero nada. Simplemente desapareció sin
ninguna explicación. El lunes llegó a buscarlo a la facultad de medicina,
estaba sonriente, Gonzalo se salió en medio de la clase, trató de ocultar su
rabia pero no pudo, explotó y le reclamó, ella minimizó el asunto y fácilmente
pasó a otro plano. Esa semana fueron a un restaurante, al cine y a jugar bolos,
ella le enseñó una blusa que había visto y le había fascinado, él se quedó con
la idea en la cabeza y volvió a sustraer dinero de la cartera de su papa para
comprarla. Ella lo comió a besos y dejó que él le tocara las tetas, ante esto
él sintió necesario que la relación pasara a un siguiente plano, pensó que
ahora tenía toda la propiedad para pedirle que se acostaran, porque en algún
lugar oyó que cuando una novia quiere que le regalen ropa es porque quiere que
su novio la desvista. Pero no encontró las palabras para lanzar la propuesta.
Ella era temperamental, decía que habían días buenos y malos, a veces hablaba
muy poco y se molestaba de la menor cosa y a veces era muy amorosa, eso él
aprendió a comprenderlo, sentía que la amaba de verdad y que ella también a él.
Salieron de vacaciones por semana santa, ella le pidió prestado dinero de nuevo
y le dijo que iría con su familia a Boaco, a la finca de su abuelo, por tanto
sería imposible verse durante la semana. Esta vez don Leonel se dio cuenta que
le faltaba dinero pero no acusó a Gonzalo ni a nadie. Fue la peor semana santa
que había tenido en su vida, nada lo contentaba, ni meterse al mar por la noche
ni cazar cangrejos (que era algo que disfrutaba muchísimo) ni tomar cerveza con
su papa, que podía ser tomado como un acto genuino de reconocimiento y respeto,
ni siquiera quería gastarse bromas con Pepe, que era una tradición de hermanos.
Una compañera de clase le advirtió que tuviera cuidado con Claudia, que era bandida y le afirmó que andaba con otro,
Gonzalo desestimó el asunto, es más no le creyó una sola letra y dejó de
hablarle por un buen rato. Pero se quedó con eso. Una tarde de viernes fueron a
tomar cerveza con unos compañeros de clase de Claudia y él se percató que su
novia tenía una muy buena relación con sus compañeros varones: ponía su mano
sobre la de ellos cuando les hablaba, se dejaba tocar la cara, les tiraba besos
y se sentó en las piernas de un maje que era fenomenalmente alto. Todo esto no
le molestó a Gonzalo, él no era celoso, lo atribuyó al nivel de confianza, lo
que si le molestó es que ella le apartara la mano cuando él intentó tomársela
en varias ocasiones y el que le haya pedido que se fuera antes porque ella
aprovecharía el raid de uno de sus
compañeros. No te preocupés, te la
cuidamos bien le dijo el maje que era fenomenalmente alto, esas palabras
tranquilizaron a Gonzalo. Llegó a su casa y reflexionó sobre lo sucedido,
recreó los momentos en que su mano tocaba la de ella y ésta la apartaba
rápidamente, como la mano que reacciona al sentir el fuego muy de cerca; lloró,
fue inevitable. Sintió rabia de sí mismo y se dijo que sólo se la cogería y la
mandaría a la mierda de inmediato. Al día siguiente ella lo llamó, que quería
verlo, lo citó en el parque de Altamira, él se hizo el duro y le dijo que la
iba a pensar. La cita era a las 3 de la tarde, él estaba ahí desde media hora
antes, llevó una pelota de basket para hacerse el desinteresado pero no lanzó
ni un solo tiro a la cancha. Ella llegó y lo besó intensamente, tomó la mano de
él y se la metió dentro de su blusa y mientras él palpaba sus tetas apretó su
pantalón sintiendo su verga erecta. Le dijo que quería hacerlo con él. Llegó un
grupo a jugar y tuvieron que parar. Esa noche Gonzalo se masturbó diez veces.
El domingo la llamó para decirle que entre cinco y seis y media de la tarde
estaría solo porque su papa y su tía irían a misa, ella le dijo que llegaría
pero no llegó. El lunes hubo un alboroto en la universidad, Gonzalo no entendía
lo que pasaba, sólo veía a la gente correr de un lado a otro y a Julio, el
dirigente, peleando o dando órdenes a los de UNEN. Alguien dijo que era por el
6%, alguien dijo que iban a suspenderse las clases pero él sólo tenía cabeza para
Claudia. A la tercera hora salió a buscarla, estaba excitado, desesperado por
tenerla, caminaron hasta el campo de futbol, ella le pidió que se quitara la
camisa y ambos se sentaron sobre ésta, lo besó con pasión, le dijo que abriera
más la boca y que jugara con la lengua, que se quitara el miedo a la vida, le
besó el cuello y se quitó el brassiere, el chupó sus tetas mientras ella gemía
escandalosamente, se puso sobre ella y palpó una vagina por primera vez en su
vida, ella le peló la verga y se la mamó, de repente se detuvo, dijo que había
visto a alguien aunque no se veía a nadie en todo el campo, que no se sentía
tranquila ahí, que mejor en otro momento, que ya se dará la ocasión. Tuvieron
que caminar para tomar el bus porque la calle estaba cerrada por los
estudiantes. Don Leonel le dijo que no quería verlo en las protestas, Gonzalo
no sabía de qué le hablaba. Se encerró en su cuarto, a pensar en Claudia, en
cómo será su casa, no muy distinta de las casas de la Máximo, un muro alto que
llega hasta el techo, verjas empotradas al muro, porche de baldosa, un jardín
miserable y mal cuidado. Pobre, rodeada de niños llorando y jodiendo todo el
día, la bulla del vecindario, las viejas chismosas, los viejos morbosos
asediándola cuando va a buscar el bus, las olas de polvo que se levantan sobre
el adoquín y crean torbellinos meridianos. Sintió piedad y la quiso más por su
inocente vergüenza, por la afrenta a que él, de clase media, conociera su
hábitat natural en el barrio, que caminaran de la mano y que los mocosos
descalzos y con sus caras empolvadas la saludaran y le hicieran bromas pesadas
mientras juegan con una bola de calcetín.
El asunto no se esclareció
al día siguiente. Los estudiantes andaban agitados en los pasillos, discutían
entre ellos, algunos corrían con propósitos imprecisos y hacia lugares
imprecisos. Se impartieron las dos primeras horas de clase con normalidad, se
empezaron a oír las detonaciones de morteros al inicio de la tercera hora,
Gonzalo asoció el hecho con el día de algún santo o algo por estilo. Julio irrumpió
en el aula mientras se desarrollaba la tercera hora, le dijo al profesor que las
clases debían suspenderse, que tal decisión se tomaba con consentimiento del
rector y que aquellos que quisieran unirse a la lucha que llegaran al parqueo
principal de la universidad y los que no se podían ir a sus casas. Salió
corriendo a la facultad de derecho, la buscó infructuosamente por los pasillos
y por el pabellón del mural en el que se conocieron. Alguien gritó su nombre o
eso le pareció, no volteó a ver, estaba seguro de que ella lo estaría esperando
en los campos. Los pabellones internos estaban casi deshabitados, todos estaban
congregados en el parqueo, en los campos no había un alma. Desilusionado y
cabizbajo dio vuelta atrás, caminó hasta el parqueo, tiraban morteros y 2 o 3
majes hablaban por megáfono a la misma vez, “arriba los estudiantes”,
“defendamos lo que es nuestro”, “6% ya” eran sus consignas comunes.
Gonzalo tenía una noción
muy vaga de lo que constituía la lucha por el 6%, veía muy poco las noticias y
estaba prejuiciado por la noción de su papa de que todos eran un atajo de vagos
que les huyen a las clases y quieren vivir de lo que el estado les dé. Bajo su
percepción los verdaderos luchadores universitarios defienden su derecho desde
las aulas, la única causa válida es la defensa del intelecto, esa es la única
forma en la que los universitarios pueden manifestarse, todos los demás, todos
los que se van a las calles son turbas incultas, románticos estúpidos y
empedernidos amantes del caos, son los artífices y ejecutores del estancamiento
del país, son una escoria. Sus hijos jamás debían verse involucrados con tal
escoria. Sin embargo y a contradicho don Leonel sí había salido a la calle en
sus tiempos de estudiante, fue dirigente del CUUN de la UNAN León en el año
´74, fue acusado de incitador de varias reyertas y estuvo preso durante diez
días hasta que las influencias de su papa pudieron interceder en su liberación.
Luego operó clandestinamente con células sandinistas que se movían a lo largo
de la ciudad, fue reconocido como excelente estratega pero cagón para el
combate, tal vez por eso y por las frecuentes intervenciones de su papa fue que
no cayó muerto o no descolló en la historia de la insurrección.
Gerardo le pasó una
botella de plástico y una gaseosa embolsada, Gonzalo bebió y le devolvió a
Gerardo
- - Ron
Plata pecho azul, calidad esa verga chavalo- Gerardo era probablemente el único
hombre del aula con el que Gonzalo había cruzado palabra, los demás se
mostraban muy apáticos, desinteresados o (temía él) tenían una apreciación
errada sobre él. Gerardo se le acercó para pedirle cincuenta centavos para el
bus, le dijo Chago y así lo dejó, era confianzudo, chirizo y chaparro, pero su
jovialidad y confianza despertaba buena onda.
- - Oe
Chago, vámonos, nos vamos arriba del bus en la jodedera, ahí pedimos unos tubos
y unos morteros
- - No
hombre, ya me voy a mi casa
- - ¡Uyyy!
¿y cómo te pensás ir si no hay buses? no jodás Chago no seas vaciado
- - ¿Y
adonde vamos?
- - No
sé, a la UCA o a la asamblea, a volarle verga a esos diputados tamales
- - ¿Y
después como nos venimos?
- - Pues
en el mismo bus hombré, que preguntadera
A Gonzalo le pareció verla, salió
corriendo y se perdió entre el gentío, se abrió paso a empujones y llegó hasta
la calle, al norte se estaban quemando llantas, un grupo de encapuchados
levantaban barricadas con los adoquines, lo que de espaldas parecía ser Claudia
daba la vuelta en una esquina, rumbo a la Miguel Bonilla. Salió del gentío y
aligeró el paso, dio la vuelta en la esquina y subió por una calle polvorienta,
no había nadie, las casas estaban cerradas, seguramente se equivocó de persona,
se detuvo, una figura destacaba en un predio montoso, alguien se la mamaba a
alguien, el que estaba de pie era el maje descomunalmente alto de la vez pasada,
la mamadora era ella, Claudia, aunque el nombre no significaba nada en aquel
momento, daba igual su nombre que millones de nombres ahogados en la pila
bautismal. Contempló la imagen, ella empujándose hacia adelante y hacia atrás y
el maje descomunalmente alto acariciándole el pelo con su mano marfánica.
Imparcial. La imagen era tan aberrante como ver a un indigente cagando en plena
vía pública. De repente volvió en sí y descubrió sus rasgos faciales, su linda
boca que había besado tantas veces, mamando una verga gigante y amorfa. Quiso
cargarla a patadas hasta matarla, quiso morir con ella. Sintió que el sol lo
volvía una llama, vomitó y se fue para atrás, cayó con la cara en el adoquín
ardiente. De repente todo se volvió murmullo de nuevo, in crescendo, como si se avecinara una estampida, los morterazos
agitaban el calor con su estruendo y la música entrecortada animaba a los
estudiantes. Ya no había nadie en el predio. Un puto espejismo, eso es lo que
ella fue, un espejismo envolvente y doloroso, así lo asimiló en el momento.
Caminó hacia la universidad, la gente empezaba a movilizarse, los buses iban
saliendo atestados de gente dentro y arriba, otros caminaban, logró distinguir
a Gerardo en el techo de un bus, imaginó que Claudia iba con él, que él no la
podía ver pero también se la iba mamando a Gerardo mientras éste lo saludaba hipócritamente.
Pensó en cobrarle el dinero prestado y arrastrarla del pelo por todo el pasillo
de la facultad de derecho, urdió planes macabros para desbaratarla. Se vino una
carga intensa de flashbacks. -Ahora- pensó, - todo es más razonable, su misterio,
su bipolaridad, sus negativas de acompañarla a su casa, sus encariñamientos con
sus amigos, su rechazo. La muy puta. Se internó en el gentío de nuevo, se quedó
con la mente en blanco, sólo caminaba como un moribundo que no tiene fuerzas ni
para pensar. Una mano tomó su brazo –que bueno que veniste- dijo una voz de
mujer que no supo distinguir al principio –nos hace falta un hombre que nos
cuide. Era Julieta, la compañera que le advirtió sobre Claudia; ahora se le
presentaba como una posible salvación y, como si fuera poco, iba acompañada de
dos amigas tomadas del brazo y sonrientes. Se limpió el polvo del pantalón, se
quitó los piedrines que se habían incrustado en su barbilla ¡vaya! qué puta la
Claudia pero al final que bueno que haya sido así, pensó. Julieta empezó a
hablarle de cosas que él no logró entender, no le ponía atención, la
concentración de gente era abrumadora, se caminaba a paso rápido para llegar
pronto. Al llegar a la UCA se toparon con otro grupo menos numeroso, muchos de
ellos encapuchados con pasamontañas o camisetas. La policía estaba en
Metrocentro, eran unos treinta azules formados en dos hileras a lo largo de la
calle. Los dos grupos se plegaron, los buses avanzaban hacia el norte y detrás
miles de caminantes, se gritaban consignas y se tiraba morteros a cada segundo,
Gonzalo quiso probar pero no conocía a nadie con un tubo disponible. Sentía su
tiempo perdido con Claudia, se había enfrascado en ella y por su culpa no había
conocido a nadie más. No entendía porque caminaban, él solo iba ahí,
sonriéndole a Julieta y asintiendo aunque no ponía atención a nada de lo que
ella decía.
El paso a la Asamblea estaba cercado
por vallas y policías, el objetivo era entrar al edificio y exigir la entrega
total del 6%, que había estado en negociaciones desde la semana anterior y
hasta el momento no se le veían las luces, los diputados eran muy escuetos y
evasivos en sus respuestas y había un amplio consenso gubernamental que
trabajaba por reducir esa partida presupuestaria. Gonzalo lanzó bolsas de agua
a la policía, vio como otros lo hacían y le pareció entretenido; la gente
empezó a amontonarse delante de las vallas, él se percató que no todos eran
estudiantes sino que había gente mayor y también vagos que probablemente
andaban ahí por su adicción al desturque. Julieta lo tomó de la mano y avanzó,
empujando hacia adelante, creando una barrera humana que rompiera la valla. Se
escuchó el crujido del metal sobre el asfalto, el grupo avanzó varios metros.
Gonzalo, que jamás había visto a nadie disparar nada, vio que algunas de los
policías llevaba armas de mango largo con un brazo de metal que terminaba en
una punta excesivamente abierta, y la disparaban con cierta inclinación hacia
arriba. Ahí cayeron las primeras lacrimógenas, el humo esparcía a la gente,
Julieta se le perdió junto con las otras dos. No conocía a nadie más. Vinieron
las primeras piedras y los morterazos en sentido horizontal, le pasaron dos
bolsas de agua para que se echara en los ojos, ¡no te rasqués, déjate, pescas
mierdas, dale, tiralo ya! escuchaba. La adrenalina recorría todo su cuerpo, se
sacó el pañuelo que siempre cargaba en la bolsa trasera del pantalón y se lo
amarró a la cara para taparse la nariz y la boca (más por temor a que don
Leonel lo viera por televisión que por otra cosa), recogió piedras que había al
lado de la carretera, las metió en la mochila y se echó correr hacia adelante.
Los policías estaban a unos veinte metros de distancia, unos se protegían con
escudos transparentes mientras otros lanzaban lacrimógenas y balas de goma.
Gonzalo llegó lo más cerca que pudo y lanzó las piedras, se maravilló de ver
como un chavalo delante de él pateaba una lacrimógena con toda la tranquilidad
y rebeldía del mundo; los chavalos gritaban en coro para alentarse, los lanza
morteros eran cargados por uno que estaba detrás de quien lo disparaba, se
ubicaron detrás de troncos o jardineras para cubrirse, sus mochilas iban
cargadas de morteros, las mechas se encendían con cigarrillos que fumaban entre
los dos.
A Gonzalo todo aquello le transmitió una
gran libertad, una gran plenitud; ahí estaba en primera fila como los
veteranos, como los que les hiede la vida, intacto de polvo, de humo y de
miedo, blindado, solitario, piedra tras piedra, aunque ninguna impactara en los
uniformados, eso era lo de menos. Uno empieza a pelear jugandito, entre risas y
verborreas, la pasión se viene con los primeros heridos, con las primeras bajas,
el odio nace implícito. El bulto blanco se retorcía en el asfalto, los que lo
iban a ayudar tuvieron que retroceder por la lluvia de lacrimógenas, lo estaban
asfixiando, el calor lo estaba derritiendo y en el asfalto quedaba un rastro de
cera que se abultaba en la cuneta. Lo cargaron entre dos, la entrada
intempestiva y ruidosa de la ambulancia atenuó la batalla, alguien había
levantado las vallas de nuevo, al final de la calle se divisaba una hilera
interminable de camionetonas saliendo a toda velocidad por una calle de acceso
lateral, los chavalos se arrecharon al ver huir a los cobardes, una nueva
camada se sumó a la infantería artesanal, cuyas energías habían mermado. La
batalla se recrudeció. Se oía al fondo la voz de Victor Jara o de Silvio Rodríguez,
una guitarra melancólica ondeando su rasgueo por sobre las testas encendidas de
los chavalos, y parecía que a los policías les llegaba como cosa distinta, como
un zumbido incómodo de abeja. Tal vez en otro lugar pongan rock o música
clásica o rap, aquí nos vamos con Jara, eso sí es nivel. Gerardo corrió hacia
él y le pidió que encendiera el cigarrillo que cargaba detrás del oído, sacó
una caja de fósforos con tres míseros cerillos, el tubo lanzamorteros lo
llevaba en la mano izquierda, estaba frío porque Gerardo tenía poca práctica y
le daba miedo lanzar, le habían asignado cinco morteros que cargaba en la
mochila. Todos permanecían ahí. Se puso en posición de lanzamiento mientras
Gonzalo veía la caja de fósforos con extrañeza, o más bien desentendido del
favor que le pedía su compañero, es más, estaba convencido que debía ser él el
tirador, él que estaba fajándose con sólo piedras en primera fila y que los
gases no le hacían cosquillas. Le arrebató el tubo a Gerardo, gritó seguime y corrió para refugiarse en un
tronco de eucalipto, ahí Gerardo encendió el cigarro, prendió la mecha y él
lanzó su primer mortero. Un fotógrafo le sacó una foto, eso lo llevó a exigirle
a Gerardo que cargara otro mortero en el tubo, inclinó levemente el tubo hacia
arriba, calculando una parábola que llegara lo más cerca posible de los
policías. Se imaginó la cárcel y la vergüenza de ser liberado por su padre en
la madrugada, se imaginó a su tía esperándolos en el sofá de la sala, con una
inmensa taza de café en las manos, se imaginó a Claudia y a Julieta, juntas,
hablando de lo bueno que es él en la cama, todo eso imaginó, abstraído
convenientemente por alguna razón porque al volver en sí otro chavalo había
caído, este se veía peor porque no se movía. Hicieron un escudo humano y lo
sacaron a como pudieron, los policías ganaban terreno, ellos estaban cansados,
muchos sin miedo de seguir pero agotados, otros a punto de retirarse por el
miedo a ser apresados o a que una bala les sacara un ojo. Llegó una comitiva de
los derechos humanos, se fueron a hablar con la policía, Julio habló por el
megáfono, su voz se oía distorsionada, como si el aparato estuviera medio dañado,
que era muy probable, las piedras y las bombas cesaron, Julio entonó de nuevo,
habló mal del gobierno y llamó represores a los policías, los chavalos se
congregaron a su alrededor, su oratoria era mala pero su aspecto de borrego
bonachón llamaba la atención de la gente, era más viejo que todos, era el
patriarca y por eso se había ganado cierto respeto, gobernaba el presupuesto de
UNEN con cierta corrupción pero a rasgos generales su gestión era buena,
atendía las necesidades de los estudiantes, sobre todo de los que vivían en los
departamentos.
A las 4 de la tarde llegó el subcomisionado
mayor para la capital, intercambió un par de palabras con Julio y la dirigencia
de UNEN, les ofrecieron que dejarían entrar a los buses que los transportarían
hasta los recintos si despejaban la zona, sin reos ni amenazas, Julio se la
pensó, sabía que los chavalos no aceptarían fácilmente la retirada, necesitaba
tiempo para que se gastaran más sus energías. Gonzalo tiró el último mortero de
Gerardo, dejando a este último encalichado y despotricando. Nadie estaba
satisfecho con la retirada pero aun así aceptaron, tiraron los últimos morteros
al aire, lanzaron puteadas a los policías y entraron a los buses.
Gonzalo llegó a las seis a su casa,
entró a escondidas, puso su ropa en una pana con detergente y se metió al baño.
Hubiera querido seguir, hubiera querido explotarle una pierna a un policía de
un morterazo y caer preso y ser torturado y quedar como un mártir para la sociedad,
porque el estado de mártir es muy distinto en estos contextos, en los ´70
tenías que caer pasconeado a balazos para llegar a ser mártir, ahora sólo se
necesita la atención de los medios y el drama familiar. Pero quien se merecía
el título no era él sino Claudia, que aparecía en las imágenes de un noticiero,
desangrándose dentro de una ambulancia, se decía que habían sido dos impactos
de goma en la espalda, como si varios uniformados hubieran jugado tiro al
blanco con ella, la llevaron al Lenín Fonseca de emergencia, no se podía
afirmar que su situación fuera estable pero estaba viva y consciente. La cámara
hizo un close up de su blusa recogida y llena de sangre y de la herida abierta.
Gonzalo sintió amargura y nauseas, recordó la imagen de ella mamándosela a
aquel maje fenomenalmente alto en aquel baldío que en este instante habrá cogido
fuego, recreó la imagen de los antimotines corriendo, de ella huyendo en
estampida y quedándose sola, completamente sola por el instante que evocó a su
muerte, los robocops dándole a quemarropa, de cuartita, el asfalto en sus
mejías como el adoquín en las suyas, los perros oliendo su casi cadáver, la
cruz roja al auxilio. Arrojó lo poco que había cenado. Aun le debía dinero y
aun era una puta a la que había que desacreditar. Eso no lo cambia nadie.
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