domingo, 14 de marzo de 2010

PEQUEÑA SERIE DE ACTOS

Te hacés a un lado, me evitás con tu lomo reptil, con el gesto de recogerte el pelo para lanzarlo hacia mí en señal de reclamo, de desafío. Yo hago el papel de quien no se inmuta, o al menos lo intento por un momento contemplando el cielo raso que contemplo desde hace 23 años, con sus relieves de madera soplada por la humedad, con sus telarañas en los bordes y los hoyos de chinches que fueron puestos por alguien que quería alejar malos sueños con fotografías panorámicas. Te aferrás a la almohada tal si fuese tu nuevo amante, tu salvación; veo de reojo, el celo pone a prueba a la muralla del orgullo con sus atalayas de hormigón, aun no cedo. Hay un dique que contiene a mi cuerpo para evitar desbordarse sobre el tuyo. Cosa tonta, sabiendo que no se requiere más que un abrazo o un beso tibio en la nuca para romper la distancia. Murmurás contra la pared, como niña regañada, desprotegida, al alcance y a la vez tan lejana, te cobijás hasta los pies para castigar mi mirada que te husmea hasta el más ínfimo detalle, suspirás un poco, bostezás, das media vuelta como quien quiere y no quiere a la vez y volvés a tu posición original. Me retraigo un poco por tu movimiento caprichoso, no pretendo molestar ni darte la razón. Tus orejas se enrojecen, me quiero levantar y correr pero algo, (un telón asido a un marco, una cuerda unida a su eje) me lo impide. Ya no sos vos sino tu silueta dibujada por la sábana, una momia viva a mi lado o una efigie desapareciendo en el espacio diminuto y carcomido de mi cuarto. Te veo, localizo tus ojos tras la tela y siento tu mirada viperina e hipnótica que me hace retroceder, llegar al filo de la cama y caer a un abismo solitario.
[+] Imagen: James Jean

No hay comentarios: