martes, 28 de julio de 2009

CANÍCULA (un ciclo trágico)

I.

Augusto y Carla empezaron para las primeras lluvias de mayo, hace tres o cuatro años. Amaban el invierno, el olor a tierra mojada, la rayería, el viento conspirador y el explotar de las gotas en el suelo; cuando sentían augurio de lluvia o veían que el cielo se nublaba se llamaban de inmediato para citarse en el lugar de siempre. Lo olvidaban todo, en ese momento su única obligación- disfraz con que cubrían su placer húmedo- era coincidir en la misma pieza tapizada de madera y de goteras. Era una especie de ritual, pegaban sus narices a la ventana y veían gota a gota su entorno húmedo, lanzaban plegarias al Dios Lluvia y de sacrificio entregaban sus cuerpos al amor. Así era como todos los años perdían sus trabajos. Pero la lluvia hace pausa, es caprichosa. Los días de julio a agosto se volvían bochornosos, extenuantes y brillantes. Augusto y Carla lograron descifrar el lenguaje de la naturaleza y decidían hacer una pausa y terminar para esas fechas hasta que volviera la lluvia, se comunicaban sólo en morse. Al descender de nuevo la nube gris cargada de agua, las aves y las hojas se lavaban, el viento soplaba frío, salían retoños de las plantas y Augusto y Carla retornaban a su rutina húmeda de amor con más intensidad. Este año no hay invierno, no es que venga tarde, simplemente no hay. Este año no hay cosecha, sólo polvo y calor, no hay gotas más que las que emanan de los cuerpos deshidratados. Este año Augusto y Carla no están juntos y para ellos, para sus mentes jamás se conocieron. Ahora solitarios y desiertos, andan sufriendo de un exceso de sueños húmedos.

II.

Carla y Augusto se encuentran a veces en sueños, más allá del poder de la mente subyace el amor, se rozan la piel con temor, Carla llora casi siempre mientras a él le tiemblan las piernas. Quisieran juntarse de nuevo pero al volver a la realidad encuentran barreras demasiado altas para escalarlas como duras para esquivarlas. Sigue sin llover y la tierra se parte, el sol se filtra y hace emerger al infierno. Carla juró que no iba a volver a amar ni ver al cielo, se ha secado como una planta sin agua y camina con sus raíces desquebrajadas, come poco, no se maquilla y se sienta durante horas y horas a ver hacia el frente por la ventana. Augusto renta una pieza en un barrio bajo de la ciudad, colecciona fotografías de gente desconocida que roba en los basureros de los estudios fotográficos, les corta la cabeza y les dibuja auras corporales con marcador. Se ha vuelto un alcohólico, quizá para intentar matar el dolor, la soledad o el clima; bebe Ron Plata a pico de botella y saca de las bolsas del pantalón billetes hechos tucos para pagar. Lo han asaltado tres veces, lo han atropellado dos veces, lo han vapuleado mil veces pero tan sólo una vez se ha podido enamorar.

III.

Al otro lado del mundo se encuentran la luna, el viento y las nubes ¡deja que llueva, deja que llueva! y vacía cae la lluvia triste, carente de amor. El cielo llora sobre los tejados, sobre las copas de los árboles, sobre los rótulos y los capós de los carros ¡deja que caiga la lluvia desierta! y la lluvia cae sin alma y sin propósito porque después de Carla y Augusto, después de sus ratos de mojado amor ya nadie es feliz.

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