miércoles, 17 de junio de 2009

DE LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER

Braulio salió asustado como pedo de mula, salió por la puerta que da a la calle, bajó la acera y fue atravesado por un carro viejo que ronroneaba jadeante, sintió un poco de humano, se movió apenas para subirse a la acera. Minutos atrás estaba en el patio, sentado en una silla de madera carcomida por un ejército depredador de comejenes, perdido entre las líneas etéreas de Kundera, y se decía y repetía para sí mismo ¡Teresa, mi Teresa! Ese año el verano fue más seco que de costumbre, como si ese pedazo de tierra estuviese irremediablemente más cerca del Sol y del infierno, los tejados se contraían como acordeones y los troncos, como el guayabo que cayó sobre su cabeza, cedían desde su raíz por tanto calor. No pudo contener el susto ante el ruido y corrió como loco, salió despavorido a la calle, fue embestido y no sufrió ningún rasguño, subió la acera de nuevo y presintió por primera vez en su mente lo que el cuerpo sabía hace días.
De mozo le gustaban los trucos, volvía su piel traslúcida cuando lo pinchaban y se maravillaba de ver cómo le corría ese líquido espeso por el brazo, ahora tenía que lidiar con que las cosas pasaran a través suyo. Corrieron los días, dejó de sentir y empezó a creer que sentía, perdió el apetito y el hábito del aseo, pasaba recluido en el cuarto de su hermano el cardiólogo, buscando entre columnas de libros que tocaban el techo ¡aquella fórmula, si tan sólo la encontrara!, se refería a un librito de pasta roja que su hermano llevaba consigo siempre bajo la camisa, atado al pecho, ese librito contenía los secretos de la resurrección, él mismo vio cómo el hermano le devolvía la vida a un chiquito vecino suyo que había muerto de cáncer ¡y sí que quería vivir de nuevo, volver a sentir el chocar de su cuerpo contra el suelo, el adaptarse a los cambios de clima, sentir los pinchazos de nuevo, sentir su boca seca y tragar ¡y tirarse a la vida de un solo trago! no, eso no, es mejor saborearla despacio y sutilmente como si la vida fuese un buen vino o un pétalo de rosa dentro de la boca, que se degusta, despacio, que se disfruta al máximo esplendor…nunca encontró tal obra de resurrección; su existencia, si acaso la había, empezó a padecer del usual desvarío de los que se quedan a medio camino, veía manchas antropomorfas que a la vez dejaban ver lo que estaba tras ellas, le llamaban, le zumbaban al oído y perturbaban sus ya escasos momentos de calma, ¡le querían lavar el cerebro, diciéndole que no está ni vivo ni muerto por completo! más bien que era un espectro mal muerto, un alma cuyo destino es penar en sus propios espacios, bajo sus propios recuerdos y buscar infructuosamente al cuerpo que ahora yace bajo tierra, que de ser una masa putrefacta pasó a una triste y seca osamenta. Nunca fue un buen cristiano, prefería ser feligrés de tabernas y profesar su fe en los estantes de las bibliotecas, ahora buscaba la salvación en Dios; intentó amoldarse a las creencias de su sociedad, de la que nunca sintió simpatía pero con el tiempo pudo darse cuenta que ahí donde estaba era un abismo, un hueco infinito que ni Dios exploraba ¡qué paradoja Dios, crear un lugar para no volver a verlo jamás! ¿qué sentido tiene? ¡sacame de aquí, de este anti mundo abominable! Se lo repetía una y otra vez implorando que todo fuera sólo una terrible ilusión, una maldita pesadilla que iría a acabar en cualquier momento.- Intuye que algo viene pero el reflejo no le trabaja lo suficiente para moverse, siente un vergazo que le rompe la cabeza, corre como buey en estampida hacia la calle, ve al carro de frente y de nuevo el reflejo rezagado, la máquina lo catapulta por los aires y lo devuelve al suelo en un impacto que levanta una inmensa nube de polvo. Braulio muere al instante.

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