lunes, 16 de julio de 2012



III

Casimiro Estrada era el papa de Esteban, hombre probo y de excelente reputación entre sus congéneres, proveniente de una familia de clase media de León. Su papa, Gilberto Estrada era dentista y su mama, Elvira Salcedo era secretaria en una casa comercial. Casimiro era el mayor de 3 hijos, sus hermanos eran Elena y Augusto. Elena se casó a los 19 años y se fue a vivir a Costa Rica con su nueva familia, Augusto nunca demostró ser muy brillante y quedaría bajo el ala familiar hasta su muerte temprana. En cuanto a él, siempre se le catalogó como un muchacho curioso y atrevido, sobre todo por su maña de siempre querer escupir en rueda; vivió sus primeros 22 años en su ciudad natal, ahí cursó sus estudios de primaria, secundaria e ingresó en la facultad de derecho de la UNAN León. Fueron los tiempos de la universidad donde empezó a experimentar con la sociedad más allá del radio provinciano de clase media-alta en el que nació y creció y fue hasta entonces que conoció los diversos contrastes y matices y la necesidad y la miseria y la ruina. Por esos tiempos se entregó a la literatura jurídica, leía incansablemente a Gayo, a Cicerón, a Ulpiano, a Hobbes, a Rousseau, a Montesquieu y a otros tantos más y cada vez que los releía y revisaba sus anotaciones notaba con tristeza el abismo que existe entre las palabras y los actos de los hombres y que la búsqueda humana ha sido históricamente llegar al borde del precipicio y sentir el vértigo de la plenitud para nada; percibió lo que consideró verdad inmutable para el ser humano: la propensión al caos como método de catarsis y el espíritu de desigualdad están implícitos en nuestros genes y la única respuesta posible es la manipulación de la genética para crear seres ecuánimes, bajo el precepto arcaico de que la ecuanimidad es el principio básico de cualquier sociedad progresista. Claro está que para Casimiro la visión de lo correcto estaba supeditada a una realidad conservadora y provinciana en la que estaba imbuido. No fue hasta que tocó las obras de Hegel, Kant, Kierkegaard, Engels y Schopenhauer que su horizonte se amplió considerablemente y comprendió que estaba profundamente errado. Fue en ese mismo tiempo en que empezó a frecuentar a cierto círculo literario que se había gestado en el seno de la universidad y ahí mismo empezó a codearse con los autonombrados idealistas, que no eran más que compañeros que vivían ligeramente, no asistían mucho a clases, iban a los mismos lugares y leían las mismas obras para discutirlas entre ellos, un círculo de lectura no distinto a cualquier otro, incluso en las aspiraciones que iban mucho más allá de sus virtudes. En algún momento los idealistas dejaron de serlo y se inclinaron por plegarse a la realidad y el grupo desapareció. Al verse ocioso Casimiro aceptó una invitación que le hizo su tío Manuel Pérez Estrada, quien fungía como secretario general del Partido Socialista Nicaragüense desde 1950. La reunión era en la casa de algún notable de la sociedad leonesa, estaba ubicada en el camino a Poneloya, era una casa estrecha, colonial, con jardines aéreos y corredores larguísimos que daban al final a un patio embaldosado en el que se habían colocado sillas plásticas. Su tío tenía la cara hinchada y arengaba por una coalición política que no buscara beneficios individualistas y que incluyera a todos los sectores de la sociedad, una maquinaria íntegra, así lo dijo. Había campesinos ensombrerados, vestidos con camisas blancas que estaban sucias, pantalones de tela dura y botas o chinelas, había obreros mal encarados e inconformes, discutían acaloradamente, interrumpían a cada rato al tío de Casimiro hasta que éste elevó su voz que hizo eco en la cañabrava del techo y los calló de una vez para proseguir su discurso. La democracia popular en contra de la llamada democracia burguesa era casi una muletilla en su discurso. Luego el tío le presentó a varias personas, lo introdujo como el abogado librepensador de la familia, aunque él no sentía ser nada de eso.

Casimiro siguió frecuentando las reuniones, al principio con cierto escepticismo, que se fue tornando (gracias a sus lecturas y charlas) en un hobby que empezó a disfrutar hasta que se desarrolló un fiel compromiso por el partido. A su vez sintió que algo tenía que dar a alguien y que el partido no era más que una forma de enarbolar las palabras, así fue como empezó a dar asesoría legal gratuita en su propia casa para todo aquel que no podía pagar, decisión que sus padres aceptaron a regañadientes, no porque fuera en su casa sino porque lo hacía de gratis. Litigios familiares, de propiedad, laborales, todos los aceptaba, incluso fue amenazado de muerte por un capitán de la guardia que protegía a un hacendado de Nagarote, al que él demandaba por 10 manzanas que se había tomado, sacando a la fuerza a sus habitantes, una comunidad de campesinos paupérrimos que trabajaban el barro.
En una de las reuniones del partido se convocó a un grupo de campesinos del norte y occidente del país, acudieron unos 40 hombres, entre ellos Lautaro Cárdenas, hijo de Felipe Cárdenas y Aura Contreras. Felipe Cárdenas fue lugarteniente y hombre de confianza de Sandino, y cayó junto a toda su columna en un ataque aéreo yanqui en las montañas de Nueva Segovia a principios de los años 30. Lautaro era un muchacho de unos 24 años, alto y flaco, de nariz achatada, con la piel bronceada y con unos ojos de una opacidad indescifrable que denotaban una profunda tristeza, como si no hubiesen visto otra cosa más que desgracias. Llevaba en su mano derecha un ejemplar arrugado de El Estado y la Revolución, de Lenin. Durante la reunión los miembros del partido hablaron de la necesidad de la representación política del campesinado, cosa que a estos últimos no les parecía una necesidad, más bien, y justificados en la historia, preferían mantener cierta distancia con cualquier movimiento político, sobre todo si su directiva no estaba compuesta por campesinos. Está claro que en la historia nicaragüense los partidos políticos son una de las tantas escaleras por las que se puede acceder al oficio del caudillaje, también están la fuerza, la maña y la influencia foránea. El tío Manuel fue al grano y les ofreció una representación directa en la directiva del partido, recalcando que eso era necesario y que la unión de todos hace la fuerza. Los campesinos vieron aquella proposición con largueza y acordaron que contemplarían la idea. Las reuniones siguieron durante todo el mes, la presión del partido sobre el grupo de campesinos era mayor, finalmente el ofrecimiento se concretó y se llegó a conformar la Comisión Nacional Campesina del PSN. Para el tío Manuel (quizá únicamente para él) esta idea estaba despojada de cualquier interés propio.

Para ese momento Lautaro y Casimiro habían entablado una amistad inquebrantable hasta la muerte. Ambos se mudaron a Managua, siguieron yendo a las reuniones del partido, que ahora con las juntas de ciertos sindicatos obreros y el campesinado de su lado, tenían un mayor apoyo pero que tristemente se veía truncado por el trono bicéfalo que ostentaban tanto liberales como conservadores, y en esta pugna bipartidista el PSN se quedaba chingo.
Casimiro siguió desempeñando su carrera. Al principio a Lautaro no le fue muy bien en la capital, trabajó en una carpintería pero fue despedido al cabo de un mes, los dos meses siguientes los vivió con vergüenza en la casa de Casimiro, aunque para éste era una dicha tener ahí a un amigo que todas las noches le contara historias del monte y hacía todo lo que se podía hacer en la casa mientras él atendía a su clientela. Luego Lautaro se fue a Estelí y a las dos semanas volvió a la capital para administrar un puesto de abarrotes, propiedad de un esteliano amigo suyo. Vivió un mes más en la casa de Casimiro, quien por aquellos tiempos empezaba a cortejar a su futura esposa.

Una noche fueron a una fiesta de unos amigos de Casimiro, se emborracharon, llegaron a la casa dando traspiés, abrieron una botella de ron blanco y por alguna razón, por algún impulso etílico y desmesurado o por algún llamamiento de la carne, se besaron. El beso fue efímero, un pico; se apartaron de inmediato y se vieron con furia, sintiéndose mutuamente traicionados y traicioneros de su naturaleza a su vez. Lautaro empujó con fuerza a Casimiro, quien cayó sobre una macetera, Lautaro sintió pena de ver a su amigo cubierto de tierra, lo levantó y se volvieron a besar, Casimiro palpó con su mano la erección de su amigo y ahí, en medio de aquel extrañísimo acto Lautaro le asestó un puñetazo en la jupa. Al día siguiente resolvió que lo mejor era irse de la casa. Siguieron siendo mejores amigos. No se volvió a mencionar lo ocurrido. Lo sepultaron.      

El empresario esteliano le hizo un espacio en el puesto de abarrotes para que ahí viviera, empezó a jalar con Karen, una muchacha masaya que trabajaba de mecanógrafa en los juzgados. Casimiro se casó con Linda, una capitalina, hija de un economista y bastante mayor que él. Ambas parejas tuvieron hijos en el mismo año de 1956, en el mismo mes, con una semana de diferencia: Lautaro y Esteban. Después Lautaro y Karen tuvieron a Rita.
Durante más de 10 años las dos parejas vivieron una pasividad relativa, dedicada a sus oficios, a la crianza de sus hijos y en menor medida al partido. Fue en el año de 1966 en el que PSN tuvo mayor incidencia en la realidad política nacional y Casimiro y Lautaro, que dirigían conjuntamente Orientación Popular, el periódico del partido, tenían encomendada prácticamente toda la maquinaria de divulgación. En vísperas de las elecciones presidenciales de 1967 la oposición partidaria estaba cada vez más convencida de que la única forma de evitar que Somoza llegara al poder era a través de una coalición, así que se formó la Unión Nacional Opositora, que consistía en la unión de los distintos tentáculos de la oposición, teniendo como candidato presidencial a Fernando Agüero Rocha. La directiva del PSN estaba empecinada con esto de la coalición y el apoyo incondicional a Agüero, aunque no fueran bien vistos por los sectores más tradicionalistas y conservadores de la clase política por comulgar con ideas pro obreras y pro campesinas. Lautaro y las representaciones campesinas y obreras no estaban muy de acuerdo con este vuelco (llamado “oposición a cuenta gotas”, en un comunicado firmado por Carlos Fonseca, Silvio Mayorga, Rigoberto Cruz, Oscar Turcios y Conchita Alday) pero apoyaron. El domingo 22 de enero de 1967 la propaganda de la UNO vio sus resultados en una multitudinaria manifestación en la plaza de la república. Lautaro y Casimiro intuían que aquello iba más allá, pero lo que no sabían era que se gestaba una rebelión y que habían armas entre la gente, habían francotiradores incluso, apostados en las copas de árboles y en sitios estratégicos. Se dio el tope con la guardia, cada grupo con su santo y su diablo, sonó el primer balazo y se desató la masacre. Casimiro era de los que encabezaba la marcha y fue de los primeros en caer. Lautaro estaba un poco detrás y al oír las balas y la estampida que se replegaba hacia el norte se impulsó a correr en busca de su amigo. Los guardias avanzaban con sus jeeps sobre los cuerpos, disparaban a todo lo que se movía, incluyéndolo a él, quien se capeaba a como podía. Divisó la guayabera celeste que llevaba Casimiro, el pedazo de tela se veía arrugado, cubierto de sangre. Corrió agachado hacia él, agonizaba, sus lentes estaban a la par, la mano derecha la tenía extendida y sin movilidad, yacía sobre una jardinera, parecía que había envejecido 10 años en un minuto, daba las últimas bocanadas de aire, inmensas, sofocadas, le decía que cuidara a su chavalo, a su esposa. Lautaro lloró. Lo arrastró hasta la acera y le dijo que no podía dejarlo ahí pero la guardia le venía pisando los talones. Tuvo que dejarlo. Corrió hacia el norte hasta que vio un rifle semiautomático a la par del cuerpo de un muchacho vestido de civil, se escondió en una pared y mató a 3 guardias. Siguió la persecución, le dio a uno más, a él le asestaron en la espalda, un disparo que casi le perfora un pulmón pero que lo mantuvo con vida por un rato. Se escondió, cayó la noche, los camiones pasaban y pasaban, con guardias, con prisioneros, con muertos. Fueron miles, nunca se supo a ciencia cierta cuantos. Los organizadores de la manifestación estaban atrincherados en el Gran Hotel, asediados por una tanqueta cuyo cañón apuntaba directamente al edificio. Pensó en ir a matar a la hija de un capitán de la guardia, una amiga de Casimiro que se la pasaba cogiendo, dando fiestas y viajando por el mundo. Talvez sea una estupidez, pensó, algo que no va a significar nada para nadie pero quería venganza. Caminó en diagonal por la zona que estaba completamente militarizada. Logró llegar a Bolonia. La sangre que brotaba de su espalda le daba una tibieza que lo reconfortaba, un calor sedante que disminuía un poco el dolor. El último rostro de Casimiro, más bien su único rostro plasmado en un semblante desconocido, un semblante de quien está en el umbral y evoca a los dioses mientras se desdibuja el mundo y con él toda noción de vida y de muerte y la existencia se resume a un hilo tensado por un demiurgo. En la entrada a la casa del capitán había dos guardias, subió por el techo de la casa vecina, en la terraza trasera se daba una fiesta, como de costumbre, pero con la música más baja, seguramente el capitán, con los nervios de punta los habrá mandado a callar. Bajó por una pared cubierta de hiedra, tosió y escupió sangre. Ella no estaba entre esa gente. Descolgó una camisa gris que había en el tendedero y dejó ahí tirada su camisa cubierta de sangre. Pasó en medio de la gente, entró a la casa, la buscó en los cuartos hasta que llegó a uno que estaba enllavado. Forzó la cerradura con un cuchillo. La hija del capitán cogía de perrito con un guardia enano y horrible que llevaba el pantalón y las botas puestas. La funda del arma estaba en la cómoda. El guardia le gritó: salí hijueputa salí, ante la cara de estupefacción de ella. Lautaro avanzó y disparó a quemarropa. Los disparos alertaron a los guardias de la entrada. Pensó en mejor matar a toda la fiesta, pensó en que esa escoria de chavalos no sirve para ni verga. Salió a la terraza y apuntó a la gente en lo que los dos guardias lo acribillaron y él cayó a la piscina abatido. Ahí se cierra un capítulo de esta historia.

3 comentarios:

Johann Bonilla dijo...

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Anónimo dijo...

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