Se percató que estaba completamente sólo. La noche friísima que subía por la colina terminaba de tragarse los últimos restos del sol y el viento zumbaba en los oídos como turbina de avión, a unos 20 metros se divisaba el brillo de los rines de su Hyundai Accent pero no era eso lo que llamaba su atención sino el montículo de tierra cubierto de flores negras, la placa de mármol falso en la que se leía PEDRARIAS ESTANISLAO LÓPEZ PERDOMO y abajo PADRE Y ESPOSO ABNEGADO, LUCHADOR PERSISTENTE DE LA CAUSA SANDINISTA y en la última fila las fechas 15/09/1950-15/03/2001. La placa estaba coronada por una cruz de trinidad hecha en cemento. Llevaba su poemario en la mano: “Los Cabos Sueltos”, esa era la única razón por la que había llegado al pueblo de Dulce Nombre. La primera vez que lo leyó fue en el 88 en Cuba, estando en la escuela secundaria de Isla de la Juventud. Le llegó a sus manos a través de un compañero que se lo pasó diciéndole “ustedes los nicas, como apantallan el verso”. De veras que los poemas estaban bien adobados con el lenguaje autóctono, “jacha, ipegüe, idiay, dijunto, comanche, pocoyo”…lo raro es que en la portada figuraba una imagen de la catedral de San Basilio con las cúpulas cubiertas de nieve. La segunda vez que se topó con el ejemplar fue en el 96, en la biblioteca de la UNAN Managua, en ese momento supo que no era mera coincidencia sino fruto del destino y se lo bateó sabiendo que hacía una gran labor al liberarlo de los estantes que lo iban a terminar haciendo polvo. Además se escudó en que esa era la moda de los tiempos, los chavalos aprovechaban el despelote del 6% para robar colecciones enteras que, en el mejor de los casos, caían en los puestos de libros usados sino como carne de empeño para la botella de guaro en alguna pulpería de la Miguel Bonilla. Él libró su conciencia pensando en que sólo había robado un librito, seguramente olvidado, de no más de 40 páginas. La oscuridad llenó por completo la ladera y sintió calambre en la nuca, encendió el último cigarro Windsor que le quedaba y caminó hacia el carro. Manejó por la carretera angosta y brumosa y ya llegando a El Crucero se sintió con las manos vacías, se dijo: “si la vida de un hombre se dedujera por 30 versos…” y dio vuelta en U apresuradamente. Al llegar al pueblo de Dulce Nombre se instaló en una posada modesta y pidió de cena huevos a la ranchera, tortilla, cuajada y café. Se sentó a comer en una mesa renca en la acera de la posada, viendo pasar a la gente cubierta con chales, a la clica de perros que se acercaba meticulosamente, babeando, enseñando los dientes. En la esquina está el parque donde los chavalos jalan bajo las luminarias, a medio metro de distancia como exige el pudor de pueblo, o él desde su cirri y ella con las nalgas apoyadas en el espaldar de una banca. La esperanza es que se vaya la luz en cualquier momento.
- ¿Pedrarias López?, le pregunta a la que lo atendió, que se detiene en el marco de la puerta esperando que él termine su cena para levantar los platos e irse a acostar como Dios manda
- ¿el difunto, el chintano, el Diriangén?, él la ve con mirada de duda y replica – el poeta.
- Ah pues es el mismo, en el barrio las crucitas lo haya, nada más que ese está sólo porque era un hombrón y mulo de terco.
- ¿Su familia?
- A tres cuadras para allá- le dice señalando con la mano un punto indefinido
- ¿Puedo ir a verlos?
- ¿Ahorita? Jum, ni loco, aquí no se visita a la gente de noche- le contesta emitiendo un suspiro agotado- mejor vaya mañana y me deja lavar esos trastes y irme que ya estoy que me caigo
No soltaba el poemario de sus manos temblorosas y ásperas, lo cargaba como un amuleto o un hechizo de mano. Lo abrió y leyó el poema Cienfuegos
Cienfuegos, amigo
Héroe de Yaguajay
Que nuay combate en Sierra Maestra
O en Camagüey
Que no lleve tu nombre
Camilo, amigo
Que tu cuerpo es secreto de Yemanyá
Ya van saliendo los yanquis jodidos
Ya van entrando triunfantes los camiones
Cundidos de hombres libres y de flores
Y ya te lo digo
Que me lleve la mierda si no te conozco allá arriba
Camilo, mi amigo querido.
Cayó a la cama, pesado como buey, sin poner mayor reparo en las incomodidades del cuarto. En el sueño iba enhebrando los versos de Pedrarias con los propios que iba inventando, en un algún momento dejó de soñar y la mente se le quedó paralizada en un fondo verde lima como anunciando el fin de la transmisión. Despertó con los campanazos de la iglesia, su reloj marcaba las 6 y 30. Podía dormir más, siempre y cuando se hiciera al fondo, lo más pegado a la pared para evitar enterrarse los resortes salidos del colchón que acababa de sentir, había una ventana chiquita en lo alto y del otro lado del cuarto una que daba al patio, donde se veía movimiento de gente y uno que otro vuelo frustrado de gallina. Se levantó a las 7 y media, se duchó, tomó una taza de café y le preguntó a la muchacha de anoche por la casa de doña Josefa, ella le dio una dirección más lógica y lo vio salir con una risa burlona. El Hyundai Accent estaba todo cubierto de rocío y lo vio más brillante, se le ocurrió que al llegar a Managua lo iba a poner en venta y comprarse una moto para los caminos de Dulce Nombre.
El adoquinado se terminó a la segunda cuadra, la siguiente era una callejuela maloliente y llena de charcos. Llegó a una casa desvencijada, golpeó al vidrio de la ventana tres veces hasta que alguien abrió la puerta de madera, no lograba verla bien porque había una puerta de cedazo, no hasta que ella abrió por completo y él logró descubrir a Josefa y pensó en que su nombre calza tremendamente con su aspecto: delgada, alta, facciones repintadas, llena de arrugas, trémula, con unos ojos impactantemente negros y fijos como animal encantado y con una moña en el pelo (eso logró verlo cuando ella se dio vuelta para hacerlo pasar). La casa era oscurísima, tenebrosa, a no ser por un par de ventanitas dispuestas en la parte baja del techo, por donde los rayos del sol entraban hiriendo la vista de un tajo.
- Pedrarias es mi hombre, todos los días hablamos, me pregunta de todo, hablamos de todo, él me trae noticias de allá- empieza a hablar entrecortado –yo le pido que me lleve y me dice que me va a llevar cuando esté lista, que todavía falta…pero ¿quién es usted? ¿qué quiere con mi esposo?
Él le extiende el poemario y ella lo ve con extrañeza, incluso no capta porqué el nombre de su esposo está en la portada y debajo la imagen de un edificio nevado y más debajo el título Cabos Sueltos. Lo abre y al caer al título Ciguanaba se parte en llanto.
- Esto es mío- le grita, entre llantos y en tono de reclamo –él me lo escribió a mí porque decía que yo era su cegua que lo adundaba. Veee ¿cómo es esto posible?. replica en tono más amistoso –entonces, entonces son sus poemas, él se los llevó a Fidel cuando se fue a Cuba, ya andábamos jalando y a mi mama no le caía nada en gracia porque decía que era un vago.
Josefa le relató la historia de Pedrarias López, descendiente bastardo de Pedro Arias de Ávila, dato que ni el propio Pedrarias sabía y ella se vino a dar cuenta hasta después por un familiar, le contó lo de las matas y las flores negras que crecen sólo en su tumba y no deben ser tocadas por nadie so pena de petrificación mortal, le dijo del sol de plata que le lloró ese día.
Jairo Macías no apestaba como su padre, el mentado Jabón, y se sintió regocijado de encontrar a la mujer de Pedrarias para terminar de pagar venganza. Sacó de atrás del pantalón su Magnum 44 y procedió a disparar mientras ella caía, viéndolo con ojos de chivo ahorcado. Al llegar a Managua puso en venta su Hyundai Accent y fue a visitar la tumba de su apestoso padre.
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