domingo, 12 de septiembre de 2010

RELACIÓN EPISTOLAR


Me doy cuenta que escribirte es un error de esos que por lógica son tan evitables. El baile de salón en mi cabeza (ese que en su permanencia te concibe) me ha mareado, me ha dejado descubrir las imperfecciones de este piso. Hoy salí al día, intenté no buscarte, hice de todo para no encontrarte entre tanto objeto con recuerdos tallados en cincel, pero jodido cómo es de fácil el engaño. Siempre he sido combativo de mis propias voluntades, en este caso lucho por no verte mientras cierro los ojos y camino hacia la oscuridad acostumbrada pero tan temida, me entrego a medias pues con recelo; el proceso es tan breve como arduo, al principio hay inmensas manchas teñidas en colores primarios que poco a poco se van diseminando, se espacian en sus huidas veloces y van adoptando la forma de un ejército de diminutísimos entes infrarrojos que bailan concéntricamente, más tarde se baja un telón verduzco que dispara millares de esos mismos entes: es momento de declarar la guerra subatómica y de vencer a la luz. Me doy cuenta de que estoy estresado y no han pasado más que dos minutos, he vuelto a abrir los ojos pero las manchas persisten como si la percepción visual se desdoblara en claroscuros, no he entrado en vos, aún me rehúso con estoicismo. Entonces me siento a escribirte de nuevo, te escribo sin el apego a vos, imaginándote a través de un vestido flotante que te ha consumido, trato de no relacionarte con nada más que con ese vestido que permanece inmóvil, vivís a través de él y es lo que te caracteriza y a la vez me sirve para confundirte entre el resto de las cosas y hacerte mucho menos humana y mucho más prescindible. Te escribo esta carta que flota como tu vestido, esta carta tan poco trascendental como las batallas que libro al cerrar los ojos. He sucumbido en mi intento por desconocerte.

[+] Imagen: Swimming lesson. Jacek Yerka

No hay comentarios: