sábado, 14 de agosto de 2010

LA SELVA INCENDIADA (quinta parte)


Amanece soleado y los mosquitos me comen por tandas, oí hablar de Waslala pero no sé si es que nos llevan o solo tratan de despistarnos. En el trance entre un episodio de mi sueño y otro los motores de los helicópteros se encendieron y otra vez parecía que la champa se separaba del suelo. Briceño sigue dormido como indómita bestia sedada. La vegetación trata de recuperar terreno dentro de la champa, una que otra xerófita surge, pronto se sabe solitaria, echa sus tentáculos verdes hacia afuera para encontrar alguna forma de vida similar y engancharse en el crecimiento pero no encuentra más que la opresión de las pisadas. Entre tanto desconsuelo y tristeza decide suicidarse lentamente, volverse pálida y tiesa hasta caer y enterrarse una vez por todas. Yo preferiría que me maten de golpe, me doy cuenta que se me están acabando las esperanzas de vida a medida que pasan los días y cavilo sobre las posibles muertes como si fuesen opciones de trabajo o de tomar este camino o el otro.

Los mudos se habrán ido en los helicópteros porque ya no se les ve, cada vez que pienso en ellos se me viene un peso de conciencia que me agobia como yunque a la cabeza. Hay que reconocerlo, como actores son excelentes, si alguien lo hubiese documentado ya estarían contratados en Hollywood por su actuación en la montaña. - ¿Qué me ves maricón?- me pregunta un chavalo descamisado y con el ceño fruncido, yo no lo vi a él en realidad sino que veía un punto fijo mientras pensaba en los mudos y a él se le ocurrió pasar por ahí en ese preciso momento. - ¿qué me vés maricón? ¡contestá, ahh, contra maricón! Briceño se despertó con los gritos y empezó a patalear, el joven soldado desenfundó su bayoneta y se la acercó a la cara mientras Briceño le disparaba sendas dosis de rabia por los ojos, - dejá de joder Malespín, andá vestite- le gritó el cubano y el muchacho de inmediato se retiró y guardó su arma. Están hastiados de esta champa, de la inacción, del lodo, de tanto animalero y de sólo escuchar órdenes por radio, millones de veces se han visto las caras, observándose cada virtud, cada defecto, cada debilidad, se saben de memoria lo que irá a decir cada uno a determinada hora. Juegan poco ya, prefieren hacer rondas o escoger un árbol y ensimismarse en sus pensamientos, en sus temores, en sus anhelos y lloran para adentro porque en la guerra no pueden demostrar su alma a la rapiña. En cuanto a mí, la vida se me hace un hilo cada vez más fino, más fácil de cortar, siento que ya no me aferro a nada, ya no me molesta que por las noches me devoren los mosquitos y por los días las hormigas terminen de llevarse lo devorado, ¿qué más me queda que el arrepentimiento? y ni siquiera éste porque valdría arrepentirse por un acto consciente pero a la larga y solo estoy siendo mojigato conmigo mismo por estar capturado y pensar que todo lo que hice en la vida está mal y debe ser reparado ¡No! debería decir que si tocaría devolver el tiempo volvería por mis mismos pasos y veneraría a Somoza, torturaría y mataría, haría exactamente lo mismo salvo que tendría la suficiente cautela de no caer en manos enemigas.

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