martes, 15 de junio de 2010

LLAMARADA


El Cano ha perdido las esperanzas, porta temblorosamente el puñal en su mano derecha, la misma que ha tirado semillas, recogido los frutos, escrito con tiza el abecedario para los chigüines, en fin esa mano tiene una historia que ahora es para él cuestión accesoria. Sus venas son un hervidero de hormigas locas, el viento le despeina la furia y lo empuja a hacerlo, aunque jamás lo haya hecho, aunque haya jurado no dañar a nadie nunca pero con solo el recuerdo de los gritos, el sonido de la coyunda impactando, aquella sonrisa socarrona que creía conocer tan bien pero que lo había traicionado en este final donde las cosas pretéritas son materia del olvido…todo eso era sangre espesa, explosiva y provocaba que las hormigas corrieran más rápido dentro suyo. Y ya está (se dijo), eso fue, una estocada, cosa tan básica como jincar una sandía o pinchar la carne del almuerzo. Aun y la simpleza del acto él se incendió por dentro, se hizo llamarada alimentada por la maldición de la venganza, por faltar a su principio supremo de no violencia. Mientras se consumía pensaba si aquello había valido la pena ¡hasta cuando se le ocurría pensar en alternativas! sentía que lo invadía una sensación humana, quizá la última, algo similar al arrepentimiento. Decidió extinguirse para compensar, para quedar parejo. Fuego con fuego se apaga. A su llegada, los oficiales encontraron a su teniente con la expresión inmóvil de asombro (su última cara) y un puñal clavado en su tórax y en el piso líneas de ceniza roja regada.

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