jueves, 3 de junio de 2010

A GRANDES RASGOS


Soy un niño, de pequeños y elementales sentimientos, casi instintivos diríase, soy cuestiones básicas como el hambre, la necesidad de dormir o la sonrisa estimulada por un cerebro viajero. Si, en eso si soy bueno, soy artífice de innumerables travesías desde la comodidad estática de la cama, reconozco el color de la tierra roja de Zimbadwe, fui de los últimos navegantes del Aral antes de su desertificación, he explorado los arrecifes de Fiji, pero sinceramente prefiero el coral antillano; las cumbres del Himalaya también las conocí, eso fue a mis seis años cuando me fundía en fiebres y baños de sudor y al borde de la muerte alucinaba con la vida multicolor y sonreía inmensamente. Soy enfermizo, hipocondríaco y paranoico, soy de corazón pequeño, cosa no atribuible a la genética ni a la enfermedad como suelo achacar, ese corazón está entretejido por una red de conductos canalizadores de mi sangre tibia que paradójicamente se enfría con rapidez, como si llevara un refrigerante y en eso quizá usted lector pueda serme de ayuda porque aun no logro dilucidar si la frialdad proviene del obrar mediocre del hipotálamo (órgano rector de la temperatura corporal) o es cuestión del movimiento lento del corazón. A veces, sobre todo cuando se nubla el desierto, me vuelvo animal, perro traicionero y maldomesticado, felino arisco y escurridizo, oso solitario de ojos tristes, a veces también soy una estampida, un cardumen, una horda, una jauría. A veces soy sol radiante a veces luna eclipsante y marmórea. La felicidad es un estadio, al igual que la tristeza, el desconsuelo, la ira, la nostalgia, el recuerdo de sus besos, de sus labios de pétalo de azucena, de un juego de infancia, de alguna locura adolescente y desmesurada, del dedicado arrullo de mi abuela, del olor que despide el eucalipto, de la erupción del Cerro Negro. Vivo en cuentas regresivas, en momentos falsos y en historias que nunca han existido, retrotraigo situaciones que debían ser mejores, pero (evocando a Kundera) el hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores. Preparación para lo incierto: esa es una constante, como una campana que oscila en un viento de direcciones fluctuantes, como una hoja liviana que se deja llevar fácilmente. Quizá requiera más peso, quizá muchas cosas, quizá el ascetismo o la conversión a un dogma o la creación de alguna secta anarquista y caótica, quizá muchas cosas. Un insecto de lluvia camina dificultosamente sobre el pelaje de mi brazo, se detiene, siente el peligro de ser aplastado por una mano, aun así permanece inmóvil como si se sintiera gustoso de ese contacto. Veo al animal invasor y pienso: - no estoy solo, tengo al mundo y este me tiene a mí, podemos abrazarnos, pelear, intimarnos secretos, llorar, sonarnos los mocos. La extraño, a ella y cada componente de su ser. Bruno es un antifaz, un desdoblamiento de la realidad, un sendero borgiano que se bifurca, una poética trampa, un arma letal para sus ojos. Después de esto usted me podrá llamar por mi nombre.

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