miércoles, 12 de mayo de 2010

GAJES DEL OFICIO

Alguien dijo una vez: si me place pagaré por morir


La oblicuidad de la luz se prolongaba hasta el lecho de los charcos, iluminaba las frentes, encendiéndolas, prendiéndolas en fuego como a cerillos. Se encendían las primeras bujías de los comercios en el malecón, la cara del mar se rompía, y ahí deformada, bruscamente sedimentada, hecha lodo, se volvía a erguir para luego caer en una especie de tortura cíclica y perpetua. Malena corría por la acera y viendo hacia la peña pensaba en lo exhausta que se sentía, demasiado para llegar allá. Se detuvo, se llevó las manos a la cintura y exhaló con la misma intensidad pero en forma inversa del que da la primera inhalada luego de haber estado amordazado. La banca estaba aún caliente por el sol, sus manos ensangrentadas hervían. Lloró un poco y en silencio, respiró profundamente y en repetidas ocasiones y cerró los ojos. Del otro lado la esperaban tres sujetos montados en un carro largo, de esos lanchones con llantas que van navegando pesados por las calles. Hombres sombríos, con barbas mal afeitadas, botas sucias de puntas metálicas y chaquetas deshilachadas. Uno de ellos fumaba mientras veía nerviosamente alrededor, otro abría y cerraba una cajita metálica y el último manoseaba la figura cromada de su Colt 45. Malena abrió los ojos, se levantó y siguió caminando en dirección al carro y entró.

Horas más tarde Duval se percató que el chorro de la ducha llevaba demasiado tiempo sonando, mucho más de lo que el señor se tarda en hacerlo con una puta. Después de haber sopesado la idea de perder el empleo por un presentimiento o por algún evento extraño decidió no tocar a la puerta. No fue hasta las once de la noche cuando, con el apoyo moral de Faustino, Duval decidió llamar a su jefe, al que encontraron desnudo y desangrado en su cama; el viejo murió con los labios estirados como haciendo una U. Para esas horas Malena ya estaba a cien kilómetros de distancia, con un tinte negro de pelo que hacía ver más pronunciados sus pómulos. Tomaba el timón con las manos vendadas, la sensación de lejanía la hizo sentir segura y provocó que disminuyera el dolor. Pero tenía nauseas de aquella escena que estaba fija en su mente, quizá (pensó) se había extralimitado, ciertamente que sí. El golpe con la culata había sido suficiente, no había necesidad del vidrio en el cuello ni de presenciar el espectáculo de la sangre brotando abundantemente. Pero pagaron bien por eso y había que tener certeza, por eso lo vio desangrarse, que el torrente cesase y sus venas se secaran como pajillas que se quedan goteando apenas. La sábana era una inmensa toalla sanitaria. Duval no dejaba de gritar, marcaba números mientras lloraba; le tenía pavor a la sangre y era débil de corazón.

De inmediato la mansión se llenó de peritos: sujetos con guantes, cintas métricas, cuadernos de anotaciones, cámaras y olor a cloro en sus ropas. Sergio Marenco era un aficionado a las mujeres, catador incurable de trabajadoras sexuales, de hecho uno de los pocos negocios que no aparecían en su vasta lista era el de prostíbulos porque prefería obtenerlas por fuentes externas. Talvez haya muerto de la mejor forma, muchos desean una muerte sin dolor, instantánea, muerte de cama limpia, de ropa impecable, muerte sin lamento, pero a la larga y no era la opción de Sergio, quizá el quería morir lo más vivo posible, al punto del coito o de un paro cardíaco mientras la jovencita le restriega el culo de arriba hacia abajo.

Aunque en realidad nadie espera morir en la cama y menos a manos de una bella mujer, talvez le hubiera perdonado la vida si él le hubiese pagado más de lo que le pagaron por liquidarlo. Así se encuentran los destinos labrados en sangre. Nadie comprenderá el porqué del crimen, volarán suposiciones, conjeturas, el motivo de la muerte se convertirá en leyenda y Duval será el afortunado heredero del inmenso y bienhabido (mientras no se pruebe lo contrario) caudal de don Sergio Marenco, que en un arranque de locura nombró como único heredero a su sirviente predilecto, como quien nombra a su caballo o a su perro como beneficiario del trabajo de toda una vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

quereis un aliciente??