martes, 17 de noviembre de 2009

EL ENCANTO

Su exaltación era manifiesta, noche tras noche tras noche había pensado en ese momento y ahora que estaba a tres minutos y a media cuadra de distancia sentía que no se atrevía a hacerlo, que le fallaba el cuerpo, que se iría a arrepentir. Pero había esperado mucho como para que fuese en vano. Llevaba puesta su mejor mudada, zapatillas brillantes, colonia hasta en los calzones y un crucifijo en la bolsa derecha de su pantalón, por si algo llegase a fallar.

Se vio en el espejo del tocador, hizo muecas y hasta ensayó un discurso, repasó de nuevo el procedimiento, los gestos, las miradas, las palabras que debían salir de su boca sin tartamudeo ni nervio, respiró profundo y recitó una oración en susurro. Se persignó, tomó un paquete de la mesa de noche y al fin salió de su casa.

Afuera las luces, el olor a noche y pecado, los pitos de los carros combinados con su pito excitado. Vaciló un poco, empezó a caminar a paso lento pero decidido. Al cabo de unos veinte metros ya se podía divisar un letrero de latón que tenía grabado con pintura el lema “El Encanto”. Ese era su destino, lo fue desde hacía un mes cuando la vio por primera vez; fue en una tarde de lunes, él venía de la escuela e iba pasando por el nuevo local y al ver hacia adentro estaba una bella mujer de edad adulta, que le sonrió y le tiró un beso desde el otro lado de la verja. Pero no sólo fue un beso, fue mucho más para él, fue una mujer adulta tirándole un beso a un colegial, fue el deseo por lo prohibido, como el de una duquesa besando a un harapiento.

En la entrada había un tipo calvo y alto con un tatuaje en el cuello, al ver al muchacho lo intimidó con la mirada, le revisó las bolsas y lo empujó hacia adentro. Ya había pasado el preludio de la prueba, se sentía a salvo. El espacio estaba pobremente iluminado con neones de color púrpura, había mucho humo y sólo hombres sentados en las mesas. Él tomó asiento, siguió a la música hasta llegar a una tarima donde había un tubo y en el tubo una muchacha bailando desnuda, sus senos eran morenos e inmensos. La muchacha se movía como contorsionista, invitándolo a que la hiciera suya con el baile, y algo creció dentro y fuera de él; pero no era a ella a quien buscaba, no era a ella a quien deseaba con todas sus fuerzas. Otras muchachas salían por una puerta con bandejas en la mano, semidesnudas, unas con solo una tanga, otras con minifalda, todas con los pechos al aire. En ninguna de ellas reconoció a la mujer que había visto aquel día, se sintió frustrado, pero no pensaba desistir tan fácilmente. Una de ellas se le acercó, se le sentó en las piernas, - hola muñeco ¿estás perdido?; él pidió una cerveza accediendo a invitarla a otra por un precio cuatro veces más caro que la suya. Le dio la descripción de la mujer, ella sonrió y le susurró al oído que lo estaban esperando.

Se sintió desesperado, quería verla ya, decirle lo que tenía que decirle y actuar como tenía que actuar, como lo había ensayado durante un mes.
La muchacha lo tomó de la mano, él perdió brevemente la mirada en aquellas nalgas monumentales, recapacitando de inmediato al percatarse que no eran las que buscaba. Ella lo fue llevando por un pasadizo oscuro, sus labios temblaban, como sus piernas, como todo su cuerpo. Alguien le vendó los ojos, el sonrió, pasaron por una cortina plástica, la mano que lo llevaba lo soltó de repente. Le habían quitado la venda pero él no había abierto los ojos, como si soñase despierto o como si los ojos cerrados le permitieran entender a su cuerpo colmado de un mar de deseos que hasta hace un mes jamás había sentido. Chocó contra algo, contra la realidad expresada en la pata de una cama, y al darse vuelta la vio, a su bella y adulta mujer, su deseo prohibido. Estaba recostada en una cama de sábana gris, llevaba puesta una bata que dibujaba la silueta de sus pechos deliciosos; eran ella, él y el infinito deseo por lo prohibido. Lo veía fijamente, realmente lo estaba esperando, lo veía con ternura. El sintió subir algo caliente por su garganta, eran las palabras ensayadas aguardando en el estómago: -¡acá traigo los ahorros de todo un mes, vamos bella y adulta mujer, desnudate que te voy a coger!, la mujer vio al muchacho frente a ella, vio también el paquete de billetes que tiró a la cama y respondió con tono suave: -muchacho, soy tu madre.

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