martes, 22 de septiembre de 2009

ETERNA NOCHE DE CASARES


Saboreando la noche a tapazos estaba el mar, batía sus alas con determinación y bravura, era al cielo a quien le reclamaba, eran cuestiones de culpas e infidelidad. Llora el cielo un ejército cósmico, y serenan las lágrimas de virgen al atribulado mar. Justo abajo del universo, justo en frente del mar que batía sus ahora serenas alas, estábamos nosotros entretejidos, alimentando nuestros desnudos cuerpos con maná universal. Adoptamos muchas formas esa noche, fuimos crustáceos, escualos y celentéreos, fuimos flamingos de pico corto, tortugas dentadas y medusas de acero. Nuestros pies calzaban arena pálida, la luna se diluía en el estero a lo lejos, y nuestros cuerpos entretejidos de pronto brillaban como soles nocturnos. El fuego, el cielo y el suelo. Nuestro deseo era incandescente y perdurable, su torso sudaba gotas de sol, la tomé entera, me tomó también, adoptamos muchas formas esa noche. Mi respiración era la de un rumiante agitado, olía el olor de su sexo hipnótico, olor a paradisíaco manantial mezclado con transpiración de gacela. El tiempo hizo al mundo y al cielo, a nuestro deseo le tomó más tiempo hacerlo. Incoherente resultaba pensar teniéndola a ella, a su lienzo tendido ante mí para plasmar mi humano arte. Besaba sus pechos frutales, deslizaba mis dedos por su piel de seda, sus labios no sabían a labios, sus ojos se cerraron y en sus párpados se posó un enjambre de luciérnagas doradas. Temblé, me entretuve y temblé, su pelo era largo y encrespado, dormía profundamente sobre la pálida arena. Ella me abrazó y lloró también lágrimas de virgen, dibujó una sonrisa en sus labios que no sabían a labios…y se consumió. Era de noche, estaba nublado, el mar batía sus alas con determinación y bravura y yo solo tenía un puño de arena en cada mano.

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