Nos separamos, sin razón aparente. Empecé a extrañar tu aroma, tu voz delicada, tus manos finas y delgadas, el contar todas las noches tu universo de lunares de los que siempre perdía la cuenta. No llamé ni llamaste. El tiempo es la más grande distancia.
Te fuiste, te di la espalda y el recuerdo vivo se fue convirtiendo en silueta, en croquis, para terminar en algo borroso parecido a un engaño, a una laguna abismalmente oscura. Pasé los días tratando de recordarte, empuñando las manos y frunciendo el ceño. Vinieron otras mujeres, y en ellas, en sus cuerpos colé las lágrimas que no supe colar en tu cuerpo. Decidí enterrarte lejos, a vos y a tus pertenencias. Cavé un hoyo lo suficientemente profundo para no volver a buscarte. Se me fue haciendo de noche y mi cuerpo vacío supo en ese momento que su lugar era a tu lado, enterrado. Por siempre.

[+] Fotografía, Bruno Dayan
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