viernes, 17 de abril de 2009

NARRACIÓN A CUATRO VOCES DE UNA INSURRECCIÓN POPULAR

Un guerrero derrotado con su capucha…lloraba a cántaros detrás de la barricada
Una columna ascendiente de humo tapaba la visibilidad, los guerreros se guiaban por los ruidos, por los estruendos de las bombas y las balas que perforaban los pechos y arrancaban cabezas. El cuello largo del arma del guerrero buscaba con desesperación al gatillo, y por último a la mano; la mano estaba ocupada sirviendo de presa al chorro que salía a presión de los ojos del guerrero.
Del otro lado un guardia no paraba de carcajearse, hacía una pausa para agarrar aire y retomaba el ritmo, le daban esos ataques sólo cuando caía un vendaval en febrero o era mandado al frente a reprimir a su pueblo por culpa de un puñado de carroñeros sentados en sillas acolchonadas.
Los pájaros que volaban en bandadas no podían anidar, se caían y explotaban en el asfalto de no aguantar el efecto del químico o de tanto aletear quieto. Los pedazos del cielo caían creando trampas y abismos en la superficie. La peste a pólvora se metía en los pulmones, aprovechaba la humedad y se hacía semilla y a las dos semanas estaban brotando palitos con balas de todo calibre.
Las madres salían a los patios y soltaban alaridos de dolor que el viento transportaba y los llevaba hasta las trincheras. El hijo oye el suplicio a la distancia, cae de rodillas rompiendo en llanto. La ciudad arde, su gente sufre y el viento que corre es un réquiem para los que ya cayeron.

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