lunes, 6 de abril de 2009

LEPIDÓPTEROS




Las mariposas viajan de una sola vez por las noches, una tras otra en una ceguera colectiva como que se siguen el rastro con el olfato o el aleteo. Salen de orugas, de sus mundos horrendos, terrenos y envueltos para liberarse en un mismo acto, rompen sus cadenas y levantan vuelo en un cielo infinito y enteramente suyo. El inicio es duro, aletean temiendo caer, buscando equilibrio, subiendo y bajando, cansándose con facilidad. Cuando lo encuentran al equilibrio juegan, bailan y planean con él, se levantan por encima de los tejados y los árboles con los corazones a explotar en una manifestación de auténtico júbilo. Vuelan una y otra vez en orbitas cíclicas muriendo de risa, sin tener idea de qué mecanismo intricado implica el vuelo, ellas simplemente conducen su cuerpo al son del alma. Alguna que otra no sabe canalizar la emoción y se vuelve loca, desgasta sus alas, las rompe o las pierde y se convierte en un insecto absurdo que vaga solitario por los caminos, y el viento le lleva sus propias alas muertas y despedazadas. Aquellas que pierden las alas pierden el alma, el cuerpo se les tuesta y empieza a expeler un olor extraño e insípido, trepan troncos de árboles y se lanzan desnudas, sin ánima, y el impacto les mata el cuerpo que pedía hace tiempo dejar de existir. Al cuerpo lo absorbe el suelo y de este brotan un sinfín de capullos.
Las mariposas son coloridas figuras angelicales que tapizan de vida las bajas esferas del cielo, rondan sin cesar dibujando siluetas de las diosas antropomorfas que fueron en sus vidas previas, se posan por ratos en los pétalos abiertos que se enamoran perdidamente hasta desfallecer y perder su color.