domingo, 29 de marzo de 2009

TACITURNO

03 de marzo de 1990. Hoy cumplí 18 años de vida y 6 de soledad, le puse el tapón al lavabo, abrí la llave y me ahogué por un rato hasta que salí con ojos de pescado y los labios tiritando. Noté mi cara un poco más huesuda y el cuerpo más flácido. Insólitamente no tengo familia desde hace 6 años, huyeron cobardemente por la guerra y el bloqueo, yo me escondí en el baño del aeropuerto, no me quería perder el sabor de la revolución, y ellos cargaban tanto miedo que no flaquearon en dejarme ahí. No los culpo, al menos todos los años me mandan postales de grandes edificios y jardines bien cuidados. Pero ya no estoy solo, hace unos días que vienen a verme de vez en cuando, se meten en las gavetas y husmean todo, usan el inodoro y la ducha. El primer día me exalté mucho, no entendía la situación y me llené de pánico al oír los ruidos, pero fue transitorio, ahora lo tomo con calma y agradezco la compañía. Vienen casi siempre a horas de insomnio, cuando se acercan se siente un viento frío y un leve olor a incienso. Todavía no he podido descubrir por donde entran, dejo tarros, botellas y toda clase de trampas en las puertas y siempre las esquivan, no les gustan las luces ni la electricidad, se sienten más cómodos en la oscuridad. Sucedió algo raro ayer, escuché un ruido y corrí a agarrar la cámara, tomé la foto, de repente fui lanzado abruptamente al suelo, fue ahí donde supe su aversión a la luz. Al revelarla pasó algo aun más raro, en la foto no había absolutamente nada aparte de una gran mancha gris. Durante el día juego a vivir entre la sociedad, pero no es lo mío, no me gusta el olor a gente, me repugnan los gestos, los saludos, evito el tacto, camino muy rápido deseando no ser rozado siquiera y al llegar a casa suelto un gran suspiro de alivio. Ya ha pasado más de un mes, la postal de costumbre raramente no ha llegado y los intrusos siguen visitándome cada vez con más frecuencia. Hace unos días que no entro al que fue el cuarto de mis papás, el seguro está puesto y no encuentro la llave, a ratos se escuchan susurros y sollozos, guerras de objetos y carcajadas. Ahora ya los conozco mejor y quisiera ser como ellos, poder atravesar puertas y paredes, no pedir permiso al pasar ni preocuparme por el desayuno ni la ropa, sólo fluir como el aire de un lado al otro, desentenderme del mundo externo y de mi propia sombra. Los retratos han desaparecido misteriosamente, se llevan las imágenes y sólo encuentro los vidrios quebrados. Uso candelas para alumbrarme por la noche, así no causo molestia a los intrusos; cambié las cortinas, las puse de color oscuro para evitar la claridad del sol. Hoy recibí un sobre, adentro la foto de la mancha gris y al reverso una nota: “Quien enviaba las postales ya no está más entre nosotros, mis condolencias”. Amarré una soga en una viga, subí a una silla, me até la soga al cuello, pateé la silla, quedó el cuerpo amarrado y pendiendo, salí corriendo para traspasar la pared, caí al suelo con un dolor intenso en la cabeza y con la fija convicción que de una forma u otra, esté donde esté siempre voy a estar realmente solo.

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