sábado, 20 de noviembre de 2010

MAR DE ESPEJOS ROTOS

En estas veladas nunca falta un reconocimiento piadoso a algún ausente, alguien (por etiqueta generalmente el anfitrión) se avienta a dar un discurso breve y solapado mientras la audiencia lucha por mantenerse erguida en una sola posición, luego alzan las copas, las hacen chocar, estallar y el champagne burbujeante se derrama entre sus manos temblorosas, se miran con una leve pena como cómplices de un juego inocente, sus ojos están vidriosos y enrojecidos, viene otro brindis, sus bocas se abren entre sonrisas, tragos, sorbos y besos disimulados.

Yo lo admito, olvidé contar las copas pero me justifico alegando que es una labor difícil entre el ir y venir de los meseros, las acaloradas conversaciones y el flirteo constante. Me encontraba en la línea entre la embriaguez y la borrachera, lo supe cuando Tomás se me acercó y de forma muy diplomática me alertó que estaba subido de tono, además empezaba a sentir acalambradas las piernas, persistentes ganas de orinar (ya a ese momento habían ido 4 veces), pesadez en las pupilas y un sutil y sabroso mareo. Decidí que era muy noche, Marina estaba allá, a lo lejos, envuelta en un trajecito negro con lentejuelas, fui a ella con gran esfuerzo para no tropezar, - “me voy”, le susurré al oído, - ¿tan pronto? ahhh, dame un minuto. A esa mujer le daría mis mejores horas, mis más largas esperas. Del otro lado Tim, un músico nigeriano radicado en el país tocaba un blues en el piano con magistral soltura, el grupo de Marina hablaba de la mítica hebrea, de Baal, de la putridez que había en sus templos y del señor de las moscas, algunas parejas bailaban fuera de ritmo, fuera de forma pero eso sí, felizmente embriagados como yo que era cogido del brazo y sacado de ahí. Así todo era posible y no había de qué renegar, el olor a jardín era reconfortante, casi como su aroma que se desplegaba como una nube dulcísima e invisible. – Me place tu compañía. Al formarse su sonrisa los ojos se le entrecierran como un par de ópalos intermitentes, me tropiezo con una maceta o una piedra del sendero que lleva al parqueo, me sujeta y no caigo, sus ópalos chispeantes me ven con ternura. Enciendo el motor, meto el cambio sin haber quitado el freno de mano, ella lo hace. En el trayecto no paro de hablarle, mi lengua está pesada, espesa, me percato que estoy nervioso, debo callar por un momento y salvarme de mi propia desgracia. – ¿Entonces no me vas a invitar a pasar? – sus ojos empedrados me escrutan con severidad, de pronto me inunda un miedo helado – no Bruno, hoy no. - ¿Talvez en otra…? - la puerta se cierra y su figura se va perdiendo entre los arbustos, ¿qué habrá sido? me culpo, es por mi estado, hablé mucho, la asusté, talvez la escupí en mi verborrea, talvez es que es su táctica de alargar las cosas pero ¿cuánto más podrá tomarme esta mujer tan divina?

Permanecí parqueado por un momento, mi inquietud y desconsuelo eran evidentes, no voy a poder conciliar sueño ni dejar de pensar en ella, de repente estoy inconformemente sobrio, mi piel ha echado el vapor de la embriaguez y entro a un estado de ansiedad. En la estancia la fiesta se irá a prolongar mucho más, podré embriagarme de nuevo, emborracharme de preferencia y olvidar el destello y el rechazo de Marina.

Al final que no, Tomás ya iba de salida también y no quedarán más que arrepentidos, aves escandalosas, mujeres trepadoras, dipsómanos y Tim tocando el piano con mucho pesar de no disfrutar ya de su colchón. Decido que un par de cervezas en la soledad de mi casa son la mejor solución, bajo rumbo a la gasolinera, es la una de la mañana, el tráfico es tan escaso como violento, la calle vomita chispazos color ámbar en sus márgenes, aumento la velocidad solo por precaución, los semáforos operan en rojo intermitente y me pongo a pitar desde una cuadra antes para advertir mi paso. Las hileras de nim tapan a medias las aceras, entrecortadas sus sombras por el fuego ámbar. La curva desemboca en una rotonda iluminada por un blancor solemne, al centro, en lo alto hay un fantasma de concreto, entro al parqueo y me detengo a un costado de la tienda.

Un six pack de cerveza Toña
un paquete de cigarros Belmont
un encendedor Bic
una bolsa de chiverías
un ejemplar de El Alquimista de Coelho, que tiraré a la calle por mero placer.

- Oi, don ¿fuego? un tabaquito por ahí que me done- al darme la vuelta para abrir el paquete de cigarros y regalarle uno fui empujado contra el carro y sentí en mi cuello un espinazo firme y helado, como una descarga súbita de energía.

- Dale, dale, dale balazo abrí el carro antes de que te entierre el juguete. Sentí el filo del cuchillo raspándome el cuello, al principio (al primer momento de sentir el filo) pensé que era una mala broma, era una mujer ¿porqué una mujer habría de hacer algo así? imposible, no, no imposible pero sí impensable. Apareció otra, a la cual no había visto al principio, ésta se puso de frente a la puerta del copiloto esperando a que abriera mientras la primera mujer seguía pinchándome el pellejo. Algo, un escalofrío, un estremecimiento pavoroso recorrió mi piel, saqué las llaves de la bolsa del pantalón, abrí no sin antes fijarme en lo que pude de la segunda mujer que esperaba del otro lado. Es de todos sabido que las gasolineras son focos de delincuencia, un espacio absolutamente impersonal, frío, apestoso como la gasolina que brota de las bombas, ya adentro la segunda mujer me obligó a ponerme el cinturón y arrancar - ¿dónde? pregunté aterrado, - a tu casa, a tu casa hijueputa. La segunda mujer me amenazó con un cuchillo aserrado y más pequeño que el anterior, de cacha roja, de alguna cocina ajena. Sus ropas eran escasas, hedían a humo y a vinagre, sus bocas estaban pintadas en exceso, deduje que eran un par de putas frenéticamente violentas, la primera mujer era recia, no gorda pero si de contextura hermosa si podría adjetivarla de forma tan benevolente, la segunda era en cambio delgada y con rasgos faciales muy rígidos, con un semblante de amargada. Les pedí que no me rasparan con sus cuchillos, que eso me pondría más nervioso y podría chocar, les dije que les daba dinero, que les dejaba el carro y todo lo que andaba pero que me dejaran - ¿estás casado? ¿ese es el miedo?- yo no mentí, soy un hombre solo – entonces no jodás y manejá.

Mis manos temblaban sobre el volante, de mi espalda brotaba un sudor espeso como pomada que iba descendiendo hasta las nalgas, por un momento pensé en actuar veloz, abrir la puerta y lanzarme a la calle pero era una opción que debía descartar sabiéndome un buen mediador, aun en circunstancias sui géneris como ésta. También estaba la opción de perderlas en algún lugar y salir corriendo o entrar a una cuadra con muchos vigilantes y delatarlas pero la idea se descartó cuando tomaron mi cartera y vieron la dirección en la cédula, yo aduje que esa no es la dirección de mi casa pero no les importó y de nuevo el cuchillo (esa descarga rígida de alto voltaje) insistió.

Me parqueé por la parte de atrás con la esperanza de que algún vigilante viera y me rescatara pero nada pasó, estaba sobreadvertido de que al menor ruido y los juguetes penetrarían mi humanidad. La segunda mujer tomó el manojo de llaves y empezó a probar en la cerradura mientras la primera me apuntaba. Al abrir me empujaron hacia adentro y la segunda mujer estiró su brazo flaco y largo para sacar algo de su bolso, me agarró violentamente, algo blanco, su mano y algo blanco, un tufo fuerte a químico, repulsivo, sí algo blanco en su mano y el forro azul del sillón triplicándose, multiplicándose en un universo de reflejos azules…la nada, la vastedad de la nada.

Desperté en el piso, ajeno a este espacio tan aparentemente vacío, no sé como vine a caer aquí. Estoy vivo, la forma y el color del ladrillo confirman que es mi casa, me incorporo, siento terribles punzones en la cabeza y en la nuca, me percato que estoy semidesnudo y hay sangre en las paredes, sangre en el piso también. Tambaleo y caigo de nuevo, siempre pensé que el tono del piso no va con los sillones que mi ex mujer me dejó, de hecho fue lo único que me dejó a propósito. Navajas me punzan en la cabeza pero estoy vivo, entero, en mi casa, todo fue tan bizarro que mejor sonrío. Hay sangre ¿de dónde? no estoy herido. Me incorporo de nuevo, camino hacia la pared ensangrentada, me percato que hay más sangre en el pasadizo, objetos caídos por todas partes, pedazos de vidrio celebrando el caos; de allá viene más sangre, ya no son líneas marrón sino un charco de un color más vivo que se ha formado bajo la puerta del baño. Huele mal, a carne de animal descompuesto, a tufo de sangre violentada por la nausea. Me llevó tiempo caer a esa imagen aun teniéndola ante mí, el baño estaba teñido de rojo vivo, estaba en cada espacio, tanto color me mareó, tuve que apoyarme en algo para seguir ahí. Sus carnes estaban teñidas también, la primera mujer yacía arrodillada, con todo su cuerpo apoyado en el inodoro y su cabeza sumergida, mientras la segunda mujer estaba dispuesta sobre ella en la misma posición, ambas desnudas.

Es la fecha y no logro entender nada, la jueza me condenó a treinta años de prisión y el vigilante declaró que yo había entrado a mi casa a altas horas de la noche con un par de putas. Marina no ha venido a verme, ya sus ópalos se habrán desquebrajado.

martes, 2 de noviembre de 2010

DIA DE MUERTOS

- Ya estoy descalzo- dijo Diriangén al verlos llegar, su taza de té aun hervía sobre la mesa, una columna de humo salía ceremoniosamente al momento en que él meneaba el remedio con la cuchara


- Ya estoy desprovisto de todo, ya no peso, soy como este aire que se disipa- sacó la cuchara y alcanzó ver su reflejo arqueado por la forma, eran tres tras él, le escuchaban manteniendo una distancia respetuosa

- ¡Ah! soy un animal disecado, por mí se retuercen las bestias en su ignominia- Diriangén cae al piso, empujado por su autoflagelación– las cuencas de estos ojos sin brillo, las garras sin filo, la putrefacción

Se incorpora, prosigue:

- Este cuerpo está fétido- una figura se yergue y se esfuma dejando un rastro grisáceo   - ya estoy descalzo, no peso, soy el aire imperceptible- tres disparos suenan al unísono, uno encaramado en el otro y este en el último que los contiene- llevás la sangre mala, llevás la tierra seca, llevás pisadas sobre tu espalda y cruces en el pecho. Los sujetos caen de bruces, lloran y visten al difunto.
                            [+] Imagen: Willow tree, James Jean