miércoles, 14 de abril de 2010

ATROPELLO DE LAS PERCEPCIONES

Me llevaron a rastras, una mujer me frotaba un paño húmedo a la frente y se tapaba la boca como para no dejar escapar el llanto o una maledicencia. Yo no reconocía nada más que un calor inusual en el cráneo y el sabor de la tierra en mi boca; la veía borrosa pero logré distinguir su camisa negra y asedada, rota de la manga como si hubiese danzado con un lobo, un jeans manchado de sangre y unos tenis blancos de trapo. Creo que al haber distinguido su ropa me sentí mejor, más sugestionado en mi bienestar que otra cosa, claro porque no sabía nada.


Había salido más temprano del trabajo, empleando la usual excusa de compensar esas horas con horas extras no remuneradas que jamás llegué a realizar, confiado en que no había supervisión a esas horas. Pasé por el parque, me senté un momento para atarme los cordones, el sonido en ssss-ssss-sss del surtidor de la manguera irrigando las matitas, los zanates remojándose gustosos en el charco. Recordé la recurrente duda de Inti sobre si los zanates de tono café y más pequeños serán las zanatas de los grandes zanates negro azabache, sobre cuál será la especie proveniente de México y cual la especie endémica, y luego el muchacho cayendo en la inquietud de porqué se nombró como ave nacional a una especie tan raramente vista por escurridiza estando los zanates, aves tan comunes y características de la idiosincrasia nicaragüense ¡la idea tuvo que ser algún desubicado esnobista educado en Estados Unidos!

Contadas veces he sentido olores que me trastornan, y la mayoría me marcaron desde la infancia. Por ejemplo está este del cual no he logrado identificar su proveniencia precisa, no sé otra cosa más que es de una flor que explota por las noches, y digo esto porque solo así es como lo he percibido, agregaría que en temporada lluviosa, mayo más que todo que es la pequeña primavera tropical para muchos de los árboles del istmo. Pues bien, mis primeras experiencias con ese olor magistral fueron cuando era muy pequeño, de brazos de alguien y cubierto de una manta para protegerme del sereno…el aroma se condensaba en una nube lila, (imagino a la flor de ese color) moviéndose lentamente por su densidad, encantada de sí misma, como si estuviese gozosa de ser lo que era y transmitir el mensaje a la humanidad. Perduraba durante días, lo andaba sintiendo en todos lados, recordarlo me hacía reír, cosa que desde niño practiqué muy poco porque siempre fui enfermizo, hasta que me diagnosticaron el tumor y fui sometido a la quimioterapia y a los olores más fuertes que probablemente nunca vaya a oler el resto de mi vida y que espero así sea. Había uno muy común por cierto, nada más desagradable que un mix de ambientador de piso combinado con el olor a la medicina, al perfume dopante de las enfermeras, los alimentos y los vómitos de los niños en la sala de espera…si no me creen les invito a que preparen uno con ingredientes caseros. He pensado en patentarlo como un supertufo provoca-nauseas y aniquilador de apetitos. Lejos de esas primeras experiencias olfáticas antagónicas seguía en el parque, las parejas empezaban a llegar a medida que iba bajando el sol, ya el viento corría menos presionado hacia el suelo y lograba fluir entre las ramas de las palmeras y las paredes faciales.

Esta ciudad está tan dada a la contemplación que uno se puede quedar absorto en los más mínimos detalles, menos mal que la vida no es tan acelerada y aun no sufrimos de ese “mal de urbe” en el que nada vale la pena como para detenerse un momento, donde el verbo contemplar está fuera de contexto, es cosa de débiles y de holgazanes que pierden su tiempo contando carros rojos o viendo pajaritos y palmas curvas mecerse. Voy en línea recta hacia la principal, en una marginal que casi desconoce a los peatones; llego a la bahía de los buses. Hay algo raro en todo esto, algo de más que me empuja, algo similar a un color tras los colores, como si hubiese un telón monocromo tras lo que uno logra ver normalmente, una sensación de un olor indescifrable, como si aquel Jean Baptiste Grenouille de la novela de Suskind hubiese destapado esa esencia formada de todas las esencias, y me sigue empujando, como si Dios me tomase de la mano izquierda y Luzbel de la derecha, ambos a la vez, como un niño que va a la escuela por primera vez, como música que dirige a un ave melómana hasta su origen, como…un taxi blanco placas M 0979 233 marca Hiundai que me expulsó a dos metros, por cuestiones de suerte el semáforo estaba cerca y el sujeto no le había metido la pata –que te salvaste por nadita chavalo. Decidí dejar de confiar en cosas difíciles de descifrar, siendo generalmente para nosotros, amantes de la incertidumbre, uno de los mayores deleites. Ella llegó, mi consciencia estaba a medias, juró no volver a dejarme solo.

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