jueves, 6 de agosto de 2009

BALLET




Mi alma estaba ahí, con vos, con cada giro, empinada, salto y movimiento, con tu terror a caer y tu vergüenza al caer. Sentía tu cuerpo vibrar, tus manos sudar, el nudo de seda en tu garganta y tu boca modulando…mi nombre, a Dios, al viento. No mirés al frente, solo yo puedo verte. Es el juego, es la escena. Libélula danzante, diosa elástica, alambre divino tras el telón. Tu metamorfosis, tu cuerpo no es carne sino fibra flexiblemente divina. Soñé con tocarte, mientras girabas y girabas sobre tu propio y preciso eje. Tu pelo amarrado, el olor de tu sudor dulce. El sonido del baile, de tu talón contra el piso, una pieza de Chopin te acompañaba, la ejecutaste a la perfección, danzando al unísono con el chelo, con el solo del piano, con la pieza entera. Y mis ojos se pusieron vidriosos, no hice nada, aplaudirte no abonaba en nada, quería tomarte, balletista. Por un momento, y así fue de veras, supe que te tenía, que hubiera podido hacer con vos lo que mi nido de imaginación permitiera, volar a Groenlandia y que me bailaras dentro de un iglú con tus piecitos finos y desnudos, que me bailaras sobre la cúpula de Santa Sofía, en plena cumbre del Kilimanjaro, en el labio de un Buda en Tailandia o en el infierno, sobre una lengua de fuego. Preferí verte bailar, verte ante mí y otros más que te deseaban, pero nadie en ese salón, nadie en ese espacio oscuro, frío y forrado te amaba y te percibía como yo. Te amé mientras bailaste. Se apagaron las luces y se corrió el telón.
[+] foto por José Pablo

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