domingo, 7 de junio de 2009

EL MAR SIEMPRE EXPULSA LOS CUERPOS




La tarde iba cayendo lento por todo lo ancho de su espalda, las paredes de sus senos se veían de perfil como piedras de río, lisas y achatadas, un millón de granitos de arena se daban el festín de sus vidas saboreando el néctar de sus pezones rojizos, el viento, con sobresfuerzo alcanzaba apenas a rozar los bordes de su piel tostada – ella, toda ella, era una musa encerada en sus propios bálsamos, tallada en mármol y ataviada de su misma desnudez, yo no quería verla ¡lo juro! pero una especie de tic nervioso me impulsaba la cara hacia ella, estaba a diez infinitos metros de distancia, quería irme, pensando que jamás la he visto, pero mis extremidades amenazaron con enllavarse para siempre si osaba alejarme, el deseo se adueñó de mí y me acerqué… a su lado un frasco vítreo y dentro del mismo un papel enrollado, amarrado con un trozo de alga; decidí sacarlo, a fin de cuentas la playa estaba desierta:

Te entrego a esta sirena infame
Que intentó una rebelión en mi mundo
Y para evitar que se ufane
De sus actos subversivos y ruines
La he despojado de sus dotes
La he proscrito en silencio.
Neptuno.


Sirena se llamaba pues aquella deidad explayada que al abrir los ojos tomó mi mano y empezó a escupir caracoles.

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