lunes, 3 de enero de 2022

Poema de quien nunca ha apedreado al mar

 

En la ciudad nos circundan las cárceles, los almacenes

las colillas de cigarro aventadas adrede sobre los pisos de las gasolineras

el olor a fritura con heces

el dulce caer de las hojas

el smog, el covid, los gritos del vecino

y nos inunda el temor

de no poder regresar al punto del que venimos.

 

En la gravedad del mar

como la luz que cala en los ojos

así vivimos arrebatando espacios que otros nunca han ocupado

y fusilando a las nubes

vagando erráticos por la arena

troceando al agua con los pies

y arguyéndole al silencio con notas desafinadas. 

 

El cielo es de papel de estaño

Se funde al crepúsculo mientras abrimos las bocas

hay un cierre falso en el horizonte

que es un dualismo a trasluz

y que también es como navegar hacia atrás

sobre las sombras que se van haciendo en pleamar.

 

Los pescadores se asfixian entre palabras que no quieren decir

los niños se llenan de piedras los bolsillos al divisar a los perros merodeadores

las tortugas son desolladas bocaarriba

y los pelícanos planean sin tragedia sobre la marea.

 

Ensayo y error

la carne ceniza se trasluce al tacto

nada, la corteza plástica de mi vacío

y me ufano de ser tan fortuitamente prismático

tan seguro en mis desaciertos

y de llevar un mar de espejos rotos a mis espaldas.






sábado, 3 de abril de 2021

cualquier objeto abierto es una ruina

 

Una cortina de silencio se extiende

cualquier objeto abierto es una ruina

cualquier ruina es un ser visto a lo lejos

una flor injertada a la piel de una bellota

la curvita chancomida del jocote que pende de un hilo

el fogón de paredes negras y corazón de fuego

las hojas revolcándose en la arena

las gotas de rocío que caen, pero no penetran.

Silencio,

podrás carecer de latidos

y pudrirte en el acero

silencio dormitante

silencio paseándote por el patio de las ruinas

descalzo/ chaqueta de corduroy/ los pies heridos

sangre seca/ trozos de vidrio/ colillas

la existencia abismal sentada en una banca

sorbiendo un café enfriado por el clima.

Silencio de las no ciudades

de los no cines y los no conciertos

silencio de tapabocas con estampados

de parques vacíos

y de hierba reventando el asfalto.

Qué difícil es

seguirte los pasos

interpretarte es una quimera de techos rotos

verbalizarte es un intento absurdo

un ejercicio milenario diseñado para fallar.

Se te observa en el diminuto espacio

ramificándote en cualquier noche sin luna

reproduciendo en loop lo incomprensible

Porque,

cualquier ser vacío es un silencio

o más bien una multiplicidad de nidos de silencio

un entretejido tierno y cruel que culmina en tu cuerpo



jueves, 31 de diciembre de 2020

13.21 18:38 galería de darte

 

A Ricardo Huezo

Todas las cosas crueles

toda la información grandiosa que corre por nuestro torrente

acto de decodificación instantáneo

Todos los tonos grises

la inmensidad hecha lienzo

nosotras tensándolo hasta el punto de telaromperse

Sin recato

sin piedad/Estrujar la piel sin emoción alguna

como acto autómata

demandado y obedecido

tic tac lienzo

tic tac tiempo

tic tac retazos períodos planos

sin pena ni gloria

sin asimilar la hiel

La liquidez revolcada en nuestros órganos

la profunda herida cubierta de gel

Amo lo que haces/hacelo de nuevo

-la cubierta de la herida sanando

la pata de la gallina cacareando-

hacé de nuevo eso que tanto amo

lanzar esperma sobre la seda

acicalarse el cráneo, mi amor

como los monos

como bídepos implumes croando al borde del precipicio

reptando bajo el charco

repitiendo plegarias a ojos cerrados.

MANTRA – CHUNCHES VIEJOS EN LA BODEGA

Traguémonos la miel que babea de nuestras costillas.



 

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Vomitar la muerte

 

Estuve ahí, entre mazmorras, grietas y tufo a peste. Invocando a la muerte y que, al fin, cuando la tuve tan a mi alcance, no la quise.  

O más bien, no acabé de morir, sino que fui devuelto. El mar tampoco acabó de engullirme. Sólo se posó sobre mí con sus yemas, bosquejando posibles salidas para la frágil humanidad.  

Se dio una sucesión de elementos. Poblé mi mente de incertidumbre, luego de desesperación, de ahogo, de aceptación, y ya en el umbral, de un extraño confort, casi que de paz.

Desistí de moverme y observé lo que pensaba eran mis últimas fotografías: una pareja de extranjeros viendo atónitos en dirección mía, mi amiga gritando por ayuda, un perro entrando y saliendo del agua, la hilera de rocas cubiertas de lama, troncos sobresaliendo de la playa que brillaba apenas por el crepúsculo. Los sonidos se formulaban huecos, como ecos lejanos o como un lento compás saliendo de una grabadora vieja. Todo eso formó una película que revisito, más que con terror, con cierto cariño.  

Nuestros cuerpos se convierten en cruces que brotan del suelo. En mi caso no hubo suelo, sino una fosa oceánica, abierta, fría y oscura, invitándome a redescubrir el amor desde la soledad. Desde la distancia corpórea entre mi ser y otros seres que se me hacían cada vez más lejanos, cada vez más extraños.  

La única verdad hecha agua.

Realicé que mis brazos eran remos rotos, que mi masa corporal es absurdamente menor a la del océano y que entonces podía flotar. Eso reactivó algunos mecanismos. El torso de la chica a la que intentábamos salvar también flotó y entonces alcancé a decirle algunas palabras, no recuerdo cuáles, supongo que alguna clase de aliento o de esperanza que fue motor para que ambos empezáramos a mover los pies mientras flotábamos de espaldas.  

A ese punto, me tragó una ola voraz. Entré en un remolino violento lleno de espectros verdosos jalándome y estrujándome. Y pude sentir cómo mis vértebras se quebraban y volvían a su sitio como resortes. Luego el segundo round. Fui eyectado como un corcho sin tener poder de decisión sobre nada. Un corcho poroso a la deriva.

Un segundo remolino me hizo tocar tierra. Salí a rastras, humanoide jadeante volviendo a casa de sus ancestros, al nido primitivo violado por el ego. Vomité, lo vomité todo, la basura, el miedo, el agua salada, la arena, la culpa, las ganas de morir. Hasta que el cuerpo me quedó vacío.  

Y luego Hugo. Hugo fue salvado.

Estoy claro. Estoy cubriendo con flores mi cuerpo vacío. Estoy generando palabras que me conmueven porque el mar me mostró lo que hay debajo del tapete, ese oscuro y universal silencio en que todas las cosas levitan.



martes, 27 de octubre de 2020

Los niños de Jiquelite

Los niños de Tola son más felices en invierno

Brincan en los charcos

No van a clases

Se bañan en los chorros que bajan por las caídas del zinc

Persiguen grillos

Se anillan gusanos a sus dedos

Montan chanchos, perros y caballos

Asisten a los partos

Recolectan flores

Coleccionan cangrejos en frascos

No distinguen el día de la noche

Observan al río llevarse

camiones y árboles con todo y raíz

y al mar engullir embarcaciones

para luego vomitar los huesos de los pescadores

junto con toda la basura arrojada en el año.

 

Los niños de Tola pintan paisajes bucólicos

en sus botitas de hule

Calientan sus manitos en el fogón

Beben caldo sin refunfuñar

Palmean tortillas junto a sus madres

Usan chaquetas dos tallas más grandes

Llenan de tierra el azul y blanco de septiembre

y juegan el anda en el patio de la iglesia

sin entender por qué todo mundo llora ahí dentro.