jueves, 14 de marzo de 2019

Breve y triste aventura de Marco D



Se escucharon un par de detonaciones a lo lejos. De inmediato reinó un silencio de hoyo negro, un silencio succionador de cualquier sonido. Marco D se incorpora sigilosamente del colchón. Se queda inmóvil en algún punto, observando las líneas de luz que entran desde la calle y las sombras que con ellas se hacen. Recordó a Gabo diciéndole que a la vuelta de la esquina se plantaba un indigente que había matado a alguien; el tipo cayó preso y al salir se dice que volvió a matar, pero de eso no hay certeza, es un chisme tibio de la colonia Molino de Rosas que ni la policía judicial ha corroborado. Lo cierto es que el tipo da los buenos días, pero cuando ya está en la droga se descompone, y entonces es mejor evitar esa pasada.

Hace hambre. Marco D no ha cenado, se almorzó un par de tacos de longaniza con un fresco de jengibre, pero eso fue ya bien temprano. Son las 8:30 pm. Las detonaciones sonaron a lo lejos, y este tipo está a la vuelta de la esquina. Vuelve a quedarse inmóvil por un momento mientras repasa los riesgos en su mente. Le cruje la panza.

En realidad, el indigente se las hace, porque acampa casi en frente de la casa de su madre que murió hace 8 años; pero fueron las 3 hijas las que heredaron el inmueble y a él no le quedó nada. Ellas lo echaron y la jueza le dio una orden de restricción para que no se acercara al perímetro, pero eso fue hace ya mucho tiempo.

Marco D enciende la luz del cuarto en el que se hospeda, se pone a hojear Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino de Julián Herbert, ejemplar que tuvo que volver a comprar porque el primero lo olvidó en el asiento de un bus que lo traía de Guadalajara a Ciudad de México. En Guadalajara pudo conocer a Herbert; un amigo nica fue invitado a la feria del libro a presentar su libro de cuentos y le consiguió un pase vip para las actividades. Lo conoció en una fiesta que el staff de la feria había organizado para los escritores. Estrechó su mano y también la de Jon Lee Anderson esa misma noche; la mano de Herbert era áspera y tibia, la de Anderson era más bien impersonal, como agarrar un guante de piel y estirarlo.        

Ya más confiado, camina hasta la sala atestada de libros viejos e infografías de partes del cuerpo humano. Busca infructuosamente un cigarrillo o una colilla decente. Va a la cocina a hurgar en la alacena: sólo bolsas vacías. En la refri encuentra 5 cervezas sin alcohol, abre una, toma un trago que le sabe a una mentira irreparable. Seguramente algún amigo tarado de Gabo compró el 6 pack, tan borracho que ni se percató en el detalle. Marco D piensa que en Nicaragua eso jamás sucedería porque nadie vende cervezas de mentira. Resuelve que la única opción para sobrevivir es salir a la calle. Busca su chaqueta de entre la ropa amontonada sobre el piso y coge la llave.

Afuera hace unos 16°. Marco D ya se ha medio habituado al frío pero no a que la nariz se le llenara de mocos ensangrentados. Camina 5 cuadras y coge un bus de esos pequeños pintados en verde y blanco que los chilangos llaman camión. Se sienta junto a una muchacha que se retoca sus pestañas postizas a la vez que mueve sus labios para regar la pintura uniformemente. Suena Juan Gabriel por la bocina. Está esta teoría de que el cantante no ha muerto sino que se esfumó para evadir al fisco; quién sabe, lo cierto es que se rumoreaba que resucitaría a mediados del mes. Marco D quiso romper el hielo:
-       
        - ¿Crees que JuanGa resucite a mediados del mes? - La muchacha ni se inmutó; él vio hacia al frente y espero unos segundos pensando en que quizá ella esté afianzando su respuesta
-        -  ¿Crees que JuanGa resucite a mediados del mes?
-         -  Si te oí. Y pues, la verdad me vale madres. A mi abuela siempre le gustó su música, pero yo la aborrezco
-          - Hmm sí; ¿pero su vida fue muy emocionante, no crees?
-       - Digna de telenovela, sí. Pero para emocionante… ¿ves a aquel morro? – y el dedo de la muchacha señaló hacia un boulevard que se ensanchaba para terminar en un parque, en el cual Marco D logró apenas divisar una sombra envuelta en trapos. Marco D pudo ver la cabeza del morro también envuelta en trapos a medida que el bus se movía, pero era como si no tuviese rostro, más bien, se le podía ver la nariz y los labios pero era como si sus ojos hubiesen sido succionados por algo y ahora sólo estuviesen las cuencas vacías.
-       
            - Ya veo a qué te referís
-          - Si. ¡Oye! tu acento es raro, ¿de dónde eres?
-          - Nicaragua
-          - ¿Nicaragua? Eso es en Sudamérica?
-          - No, en Centroamérica, entre Honduras y Costa Rica
-          - Ohhhh, ¡qué padre! ¿y vienes con la caravana de migrantes?
-          - Noooo - Marco D se sonríe porque casualmente alguien en la mañana le había preguntado lo mismo
-       - Oye, eso de la caravana sí está bien cabrón. Vi en las noticias que hubo un grupo que se separó y que en Veracruz se levantaron como a 60 mujeres y niños
-         -  Sí, así supe. Todo esto es una desgracia, la cosa está bastante jodida en nuestros países
-        - Ujum

El tráfico de viernes por la noche se hacía sentir en la ciudad, el bus avanzaba lento y Juan Gabriel seguía sonando e iba como dejando un halo de encantamiento en los pasajeros. Marco D estaba un poco nervioso de haber tranzado palabra con esta extraña de ojos color miel intensos y hermosos que las pestañas postizas no hacían más que acentuar.
-      
  -       - Disculpa, ¿sabes si hay buenas opciones para comer por la estación Zapata?
-         - Chaleeeeees. Pues de haber, hay, pero no me conozco bien la zona
-         - ¿No la recomiendas?
-         - Pues ahí si te avientas ¿no? pero si de plano no conoces te recomiendo que mejor no.
-         - OK
-         - Si sigues a Coyoacán tendrás más opciones
-         - ¿Y vos, adónde vas?- la pregunta le salió instintiva, y al reparar en ello se asustó de sí mismo
-         - Yo bajo en Hidalgo
-        -  Bueno pues, parece que vamos por el mismo camino, al menos en la primera parte del trecho ¿no te molesta la compañía?
-         - No, para nada
-         - Me llamo Marco D
-         - Eugenia; ¿qué clase de nombre es Marco D?
-         - Uno de caricaturas
-         - Ya veo.

El bus se detuvo en una parada que era la terminal. Tenían que cruzar la calle para llegar a la estación de metro Mixcoac. El frío se intensificaba a la intemperie y Marco D metió las manos en sus bolsillos mientras caminaba en silencio junto a Eugenia. Bajaron las escaleras de la estación y esperaron unos 2 min a que apareciera el metro. Las puertas se abrieron desatando un aire aún más frío que el de afuera; Eugenia le comentó algo sobre la calefacción a esta hora a lo que él asintió sin haber entendido muy bien. El vagón iba casi vacío, se sentaron juntos y la luminosidad dejó ver mejor el atuendo de Eugenia: llevaba un pullover de lana color marrón y una falda negra de cuero que terminaba arriba de sus piernas; medias de malla negra y unas botas también negras y de tacón alto. Marco D se sintió un poco impropio por su vestimenta casual: camiseta, jeans, tennis y la chaqueta.

-       -   ¿Y qué haces en México?
-      -    Ehhh, de momento trabajo con una empresa consultora de Nicaragua y doy clases en una universidad, todo online. Pero estoy buscando oportunidades acá
-        -  ¿Cómo qué buscas?
-         - No sé, yo me acoplo
-        -  ¿Estarías interesado en el negocio del tráfico de órganos? – En seguida, Eugenia abre una sonrisa burlona. – Nahhhhh, es broma, yo me dedico a eso pero ya estamos llenos
-        -  Bueno, si abren plazas en algún momento, me avisas.

El vagón se mecía de cuando en cuando, haciendo seseos leves con esos movimientos. Marco D se quedó absorto en los anuncios de la televisión empotrada al techo, que al cabo de poco fueron interrumpidos por un cambio de pantalla y una musiquita que indicaba la llegada a otra estación.

-         - Oye Marco, acá me bajo
-         - Si yo también… y… oye… ¿me aceptarías invitarte a cenar? Es que no me gusta comer solo. Ambos siguieron caminando; ella demoró un poco en contestar
-       -   Va, está bien. Pero entonces podemos tomar todo derecho y bajar en Etiopía, una amiga trabaja en un local muy bueno por ahí, yo cené hace poco, pero sí es una cocina que te puedo recomendar si andas buscando mexicano ¿o prefieres comer otra cosa?
-         - No, mexicano está bien.

Tomaron la línea 3 y bajaron en la estación de Etiopía. Caminaron 6 cuadras y llegaron a una plaza en la que sonaban boleros. Marco D pensó en que cómo era posible que la gente no supiera dónde estaba Nicaragua si todas las calles, estaciones y colonias tenían nombre de países. El local de la amiga de Eugenia quedaba en una de las esquinas de la plaza; se ubicaron en una terraza cuyos extremos estaban cubiertos de una lona transparente. En medio de la terraza había una fuente con peces y flores falsas. Eugenia pidió una cerveza Noche Buena y le recomendó a Marco D que la probara, a lo que él asintió diciendo que ya la había probado y le había gustado mucho. Pidió una sopa de tortilla y unos tacos al pastor. Ella sacó una bolsa de tabaco y se puso a liar un cigarro.
-      
-    - En Nicaragua si haces eso, la gente te queda viendo raro pensando que estás enrolándote un churro de marihuana
-         - Aquí también… bueno, no tanto, pero sí hay su gente fisgona
-         - ¿Y vos qué haces?
-         - Soy diseñadora de productos. Trabajo por mi cuenta
-         - Eso es lo mejor
-       -   Sí, soy parte de un estudio pero estoy como externa, entonces no tengo que estar ahí más que para alguna que otra reunión en la semana

La sopa de tortilla llegó fría, Marco D se lo comentó a Eugenia pero no le dijo nada al mesero; ella levantó la mano efusivamente y le pidió al mesero que calentara bien la sopa para su amigo.
-      
-    - Yo vine de Nicaragua hace ya dos meses. Tuve que salir de allá porque la cosa está cada vez más fea; hay muertos, presos, el gobierno se lava las manos, la economía va para abajo, hay gente perseguida… era deprimente seguir ahí
-       -   ¡Terrible!
-        -  Sí, acá estoy en la casa de un amigo por el momento, esperando a estabilizarme para poder rentar un espacio propio
-         - ¿Tu amigo es mexicano?
-       - Simón, nos conocimos allá sí. Él tenía una novia nica y estuvo allá varios meses; terminó con ella antes de abril, que fue cuando la cosa explotó allá
-         - ¿Qué explotó?
-         - Pues las protestas contra el gobierno. Fue cuando la gente salió a la calle y empezó la represión.
-         - Ahhhh.

La sopa llegó, ésta vez humeando. Siguieron hablando sobre Nicaragua mientras Marco D soplaba y sorbía cucharada tras cucharada de la sopa. Al cabo de unos minutos se presentó Marcia, la amiga de Eugenia que trabajaba en el local. Marcia era alta, delgada y blanca, de ojos verdosos y pómulos pronunciados; llevaba puesta una camisa blanca y un pantalón café oscuro.

Marcia comentó que su salida era en 20 minutos, y los invitó a que fueran chez Giacomo. Eugenia (quizá compelida por la circunstancia, teniendo de frente a Marcia, quien hizo la pregunta sin saber que acababa de conocer a Marco D) le preguntó a Marco D si le gustaba el performance, a lo que él contestó que no estaba muy familiarizado pero que las acompañaría gustoso.

Marcia salió unos minutos después, se había cambiado el pantalón café de tela por uno café de cuero y seguramente también se había cambiado de zapatos porque con estos tacones se veía aún mucho más alta. Les dijo que pidieran un uber desde ahí, a lo que Marco D dijo que él le daba efectivo para la carrera. Ambas rieron, no se sabe si en tono burlesco o conspirativo.

Los recogió un Kia Rio azul oscuro placas S94 – AXV del Distrito Federal, que conducía Rafael, quien de inmediato preguntó si querían el aire acondicionado y alguna estación de radio o música en específico. Marco D se montó en el asiento del copiloto y se recostó mientras veía por la ventana las líneas rojiamarillas que pasaban velozmente. Rafael empezó a hablar de su puntuación en la aplicación, pero atrás las chicas cuchicheaban y se reían. Por alguna razón eso irritaba a Marco D, que no tuvo otro remedio que seguir la conversación de Rafael:
-      
 -       Llevo 4 años con uber, pero fui ruletero por 20 años, los primeros 5 en Monterrey y el resto acá. En la pantalla está mi puntaje caballeró, eso es lo que me precede
-        -  Un chingo
-    - Eh, un chingotote de tiempo no más! – silencio incómodo (silencio que Marco D hubiese preferido que perdurara)- pero vea que es un arma de doble filo caballeró. A mí me gusta mantenerme en esta zona, la Roma, la Condesa, la del Valle, Escandón, la Narvarte, pero ya ve que a uno por el buen puntaje la aplicación le tira más carreras. Y entonces, a veces el aparato me manda a que vaya a dejar gentes a la periferia, al Estado de México y esos lares, que ya es alejado de la ciudad, y harto peligroso. Una vez me pasó una en Ecatepec de la que casi no salgo, y ahí sí que purititas curvas en subida o en bajada, casi que un laberinto. Estuve que uffff ¡para qué le cuento mi amigo!

Llegaron a lo que parecía ser el portón abierto de una casa, que se iba ensanchando a medida que se adentraban. Marco D buscó la mirada de Eugenia, pero ella seguía cuchicheando y riéndose con Marcia. Llegaron a un jardín amplio y se pudo apreciar que no era una casa sino que un edificio de 3 plantas, que aparentemente conectaba con otro que estaba detrás. Sonaba un afro-jazz y en la esquina de una pared estaba empotrada una tele que proyectaba una entrevista a Trent Reznor con melena larga, estática e imágenes de Trump hablando, estática y Peña Nieto tomándose una selfie con un celular que tenía una calcomanía con el logo de amlove, estática y Peña Nieto tropezándose al subir peldaños, estática y un jugador de futbol metiendo autogol. En medio del jardín había una piscina inflable llena de leche o de pintura blanca, y barquitos negros de papel flotando sobre ésta. Eugenia lo guiñó de la chaqueta para decirle que subieran, le pasó un vaso con cerveza que Marco D no supo de dónde había sacado.

La segunda planta estaba abarrotada de animales estrafalarios, muy extraños a los ojos de Marco D; la fauna alternativa-trendy chilanga, pensó para sí. Eugenia le dijo que iba por Marcia y él se quedó junto a la pared, viendo cómo el gentío se la tragaba. Del otro lado (en lo que parecía ser la tarima) había un tipo de barba larga y canosa, vestido solo con una tanga plateada y unas alas también plateadas, ceñidas a la espalda; una chica calva hablaba con él, estaba de espaldas, llevaba únicamente una túnica traslúcida que dejaba ver sus nalgas; junto a ellos un tipo con pinta a lo Iggy Pop sentado sobre un taburete manoseaba unos controladores mientras veía la pantalla de una laptop. Marco D vio unos tacos de tiza junto al rodapié y se dio cuenta que la pared opuesta estaba pintada en negro, precisamente para pintarla, cosa que nadie hacía porque estaba limpia. Él tomó la tiza y empezó a dibujar triángulos de uno y de otro lado, invirtiéndolos para buscar otras formas. Una chica un poco mayor y en extremo guapa se le puso a la par mientras veía su dibujo y lo veía a él sonriéndole; se le acercó un poco más como para oírse mejor entre el ruido y le dijo algo en inglés que él no entendió. Marco D le ofreció el trozo de tiza, ella lo tomó y sin decir nada más se perdió entre el gentío; por lo que él tomó otro pedazo de tiza de los muchos que estaban junto al rodapié y siguió dibujando.

Eugenia y Marcia aparecieron, ésta vez con un chico a la par y cada uno con una botella de cerveza en la mano.
--     
-      - Dice Jeannie que no está permitido rayar la pared –increpó Eugenia en tono regañón al tiempo que apuntaba con su dedo a la chica que le había hablado en inglés
-        -  Pero si ahí están las tizas y todo, es como un juego de ver y no tocar, pues
-         - Te presento a Fer; Fer él es ¿Marco D? (risas) un nicaragua que conocí en el camión
-        -  Un gusto, cuate… Marco D-dos, me gusta; Marco Deus Deidades, Marco sadface Dedos de dios, ¿está mejor no? (risas)
-         - Está cañón, está cañón

Un tipo con una calva brillante de la que sobresale sólo una cola trasera de negro azabache se abre paso entre el gentío al tiempo que toca un gong que lleva consigo. Alguien apaga las luces y quedan con el reflejo de afuera. Se empiezan a proyectar reproducciones amorfas y psicodélicas en la pared de enfrente a la vez que una voz robótica arroja estadísticas sobre discriminación racial. La chica que llevaba la túnica traslúcida aparece completamente desnuda; el tipo con la larga barba canosa sale del otro extremo y empieza a batir sus alas. Se encienden dos monitores verticales que proyectan una figura humana sin rostro. Ella pide un voluntario del público. La chica que está delante de Marco D levanta la mano y camina hacia el escenario. La chica desnuda la ubica a la par suya y le pide que se quede quieta y atienda a las indicaciones. La voz robótica sigue dando estadísticas y hace un conteo 3, 2, 1. La figura humana del monitor se enrojece y la chica desnuda empieza a moverse frenéticamente al tiempo que la figura del monitor también; la voluntaria se mueve torpemente intentando seguir el movimiento de la imagen del monitor. Transcurren 2 minutos y aparece en la pantalla un GAME OVER. Pasan 2 voluntarios más, ambos GAME OVER también. La dinámica consiste en que haya un match entre tu cuerpo y la figura humana del monitor, pero eso no se da.

Marco D baja por una cerveza. En el jardín está empezando otro acto: un tipo con una peluca rubia, vestido de saco, corbata y un bañador hace de cuenta que realiza una alocución a un público imaginario; es un Trump ficticio que verborrea, escupe, se carcajea y se pedorrea. De la azotea del tercer piso salen 2 chicas, una con un pichel lleno de polvo blanco y otra con una manguera en la mano; dejan caer el polvo y el chorro de agua sobre el actor mientras éste da un discurso ininteligible. En algún punto la chica de la manguera deja de lanzar agua, pero el polvo blanco sigue vertiéndose, creando en el rostro del actor una masa pegajosa. Eugenia, Marcia y Fer aparecen; Eugenia pregunta a Marco D que qué le pareció el acto de arriba, que en un momento se iban a la fiesta en la casa de un amigo y que si él quería venir también. Trump ficticio ya no habla, se retuerce y brinca como rana sobre el piso; le colocan una escalera de la cual sube algunos peldaños para luego lanzarse a la piscina de leche. Todo termina como una triste parodia. Eugenia le hace seña de irse. Fer la abraza por la cintura, se topa con 3 personas más y camina por delante con esa seguridad de dandi contemporáneo que Marco D desea en el fondo tener. Salen a la calle.
-        
         -  Con que somos 7… hmmm… va, ya he montado jirafas y burros en mi coche. Bien quepamos
-       -  Yo puedo tomar un taxi y llego a la dirección que me den – dice Marco D en tono modoso
-        - No nicaragua, vente, vente.

El carro de Fer era un Chevrolet Cruze gris, con placas K56 – GVB del Distrito Federal. Marco D se sentó incómodamente sobre las piernas de un desconocido; su cabeza pegaba contra el techo del carro. Una chica iba atravesada en el asiento de atrás, con su cabeza reposada en las piernas de Eugenia, que iba al extremo izquierdo. El destino no era lejos. Fer parqueó junto a un local de hamburguesas y caminaron a un 7 eleven. Marco D le preguntó a Eugenia si estaba bien llevar un six pack de cerveza Indio en promoción, a lo que ella se cruzó de brazos y siguió a la caja.

Caminaron media cuadra y uno de los desconocidos presionó un botón en el intercom. Estamos afuera… toca, toca. Salió a abrirles un tipo alto, de barba tupida y dreads. Subieron 4 pisos. Otro de los desconocidos no paraba de reír, sin motivo aparente. Se oía un canto de mujer, cada vez más fuerte a medida en que se acercaban. Entraron a un apartamento en el que había unas 8 personas alrededor de una chica rubia que cantaba y hacía ademanes; su voz era intensa, llevaba los tonos de las notas al extremo pero no se quebraba. Se detuvo un momento y caminó hacia el nuevo grupo. Empezó a bailar zapateando. A Marco D le pareció luminosa. Volvió a detenerse para contar una historia de cuando vivía en Santiago de Cuba. Reinició su canto, ahora acompañado de una guitarra que tocaba un tipo sentado en una alfombra. Ella tenía una presencia increíble. Más bien era todo en ese espacio, el centro, las esquinas, el cielorraso, el balcón, todo lo habitaba. Saludó al nuevo grupo, uno a uno. Se llamaba Teresa.  

Eugenia le pasó a Marco D una botella con agua y le advirtió que era agüita feliz; él, obnubilado por Teresa, tomó un trago largo y se fue a mezclar con el grupo que se había hecho el doble de numeroso. Un moreno le preguntó por su proveniencia de nuevo, él era colombiano y le presentó a su novia que era argentina. Llegaron a Ciudad de México hace 20 días. Alguien le pasó una lata de cerveza Victoria. Teresa siguió cantando, moviéndose por el apartamento e iluminándolo todo. Tres chicas se pusieron a bailar. Alguien le pasó una pipa y él se la pasó al colombiano, sin fumar de ella. Eugenia estaba sentada sobre las piernas de Fer, pero eso ya no importaba mucho. Teresa cantaba y tocaba la armónica, cantaba y tocaba la pandereta, cantaba y tocaba el piano. El guitarrista era chileno; llevaba 3 años viviendo en Ciudad de México. El chileno le pasó una botella con agüita feliz de nuevo, él la rechazó pero se supo pegado.    

Un tipo que se veía ya bastante mayor se iba a ñatear discretamente a la cocina en reiteradas ocasiones; se daba con una llave sobre el pantry mientras alguien junto a él preparaba su cena. Teresa le habló a Marco D de cómo había sido la vida con el régimen en Cuba; lo abrazó y le dijo al oído que ella sabía que él es un hombre formidable, que conocía también las circunstancias de su país, que ahí estaba ella para consolarlo si le incomodaba algo en el pecho. Reinició su canto ahí junto a él. Marco D se sintió de pronto cubierto de plenitud. Ella introdujo a Esteban, un venezolano que había sido parte de una orquesta. Esteban se sentó en el asiento frente al piano y empezó a tocar como los diablos.
-      
         - Oye nica, oye nica. Nica, nica, nicaaaa – pero nadie a su alrededor le hablaba. Teresa lanzó un poema de Martí al aire. Marcia le pasó una lata de cerveza Indio. – Nica, nica, mi canica -  Teresa cantaba un bolero. El tipo bastante mayor bailaba con movimientos suaves desde el balcón. 
-       -  Paraíso rancio/ evoca destellos tenues, el raudal de antaño/ nos han desvalijado las entrañas/ somos un aliño de carne pestilente y mugre de huesos y uñas/ ¿para qué el trivial recuerdo de la flor mustia? / ¿de la tierra fecunda y del trono vibrante? / ellos son crueles, nos han desvalijado las entrañas con sus propias manos/ y no escatiman en untarse en nosotros hasta que nuestro cáliz cese de chorrear pus.
-        -  Oye nica, marica – una chica de falda y leggins se resbala en un charco hecho por alguien que dejó una bolsa de hielo en la sala; el chileno la levanta y limpia con un lampazo. Todos ríen menos Marco D. Marco D es un intruso solitario que vive en un cuarto de una casa que es la bodega de libros de la editorial que es el negocio de la familia de su amigo Gabo; que se alimenta de tortillas y tlacoyos que compra en la taquería de la esquina, que va a CU los martes sólo para apreciar los murales de O´Gorman, que visita el Museo de Antropología los viernes, que va a la lavandería los sábados, que anda un mapa de las líneas del metro en su celular para no perderse, que recibe quincenalmente un pago a su cuenta de pay pal, que no sabe qué hace aquí pero que tampoco sabe cómo regresar a su tierra. Marco D es un completo intruso en cualquier parte.   
-     -  Oye nicaragua, estás tieso – Eugenia le increpa mientras le desarregla el pelo – si andas efectivo puedes darme y desde acá te pedimos un uber a tu casa
-        - No, no, estoy bien, sólo un poco mareado por la agüita feliz. Estaba bien… sólo, estoy bien… ¿querés bailar? – Marco D es un buen bailarín, Eugenia es más bien torpe al bailar; le pisó varias veces los zapatos, pero él no se quejó, más bien se puso a reír. Marcia y Fer intervinieron, éste último besó a Eugenia y ella lo apartó al momento que veía cómo Marcia guiaba con su mano a Marco D en dirección al baño. Al entrar él se aplastó contra la pared y ella lo besó largamente, llevándole las manos a sus senos, a sus caderas, a sus nalgas. Marco D la tomó del cuello y la apartó por un momento como para apreciar de quién se trataba y volvió a besarla. Ella se bajó los pantalones y el calzón y apoyó su pie derecho en la taza del inodoro para que él le hiciera un oral. Después cogieron de perrito. Marco D se percató que el canto de Teresa ya no se escuchaba.
      
      Marcia le dijo que se fueran a su casa, a lo que él respondió que se iría más tarde. Salieron del baño. Ella se quedó en el celular, Marco D tomó un trago de una cerveza abierta que estaba en el comedor y ella se le acercó para pedirle que la acompañara a tomar el uber. Bajaron. Lo besó y le sujetó el pene a través del pantalón. El uber era un Volkswagen Vento color blanco, placas B48 – FGH del Distrito Federal, el conductor se llamaba Francisco. Se despidieron. El volvió a subir al apartamento.

     Teresa seguía cantando, su voz resonaba haciendo vibrar las paredes y a los asistentes. Pensó en los vecinos de Teresa, los de Cuba y los de acá. Pensó en sus vecinos en Managua. Pensó en la caravana de migrantes, mujeres solteras yendo con una hilera de niños caretos, con algún bebé a cuestas; ancianas reumáticas andando como zombis, hombres con las botas rotas. Todos caminantes marginados, hundidos en el desconsuelo. Pensó en Trump con el copete despeinado, cagando polvo blanco sobre el muro. Marco D se encerró en el baño para llorar. La agüita feliz le había disparado dosis copiosas de serotonina, pero su depresión era aún más profunda que cualquier otra cosa. Buscó algún objeto punzocortante en el tocador, tomó una pinza pero fue inútil; tomó una tijerita, pero la imagen de Teresa recortándose los vellos púbicos lo hizo inútil. Resolvió salir de ahí cuanto antes, ir a descansar y al día siguiente comprar un boleto de avión para su país y, si es primero que no era detectado por la aduana al entrar, ir a entregarse a la policía.