domingo, 30 de diciembre de 2012

ESE ERA TODO EL ASUNTO


Era una tarde bochornosa de finales de diciembre, habíamos decidido salir de la puta ciudad siguiendo cualquier rumbo, armados con dos botellas de vino que compramos en oferta en un supermercado, una bolsa de chips, una salsa picante y 200 pesos en marihuana. Llegamos al muelle de Masachapa a eso de las 3, había una moto parqueada y una pareja recostada sobre ésta mientras veían el mar. Se me vino una imagen a la mente, una imagen que me recordaba que en algún momento estuve ahí, caminando sobre aquel monstruo de piedra negra que se yergue 5 metros sobre el agua según mis cálculos, y ahí seguía el viejo monstruo pero muy hecho mierda a decir verdad, derrumbado a mitad del camino, con las vigas pudriéndose, con la carne colgando, en el esqueleto. Desolador quizá para quien vive ahí, a mí no me hizo mella del todo, es más, sentí cierto atractivo por el abismo que dejaba la construcción caída, lo que pude constatar después cuando estuve al borde del derrumbe. No sé, dicen que los abismos llaman a la gente a lanzarse, eso debe en cierta forma determinar la cifra de suicidios, es decir, los imbéciles no se matan porque quieren, no como algo premeditado, es más bien fortuito, están quebrados, terminan con sus novias, los echan de sus trabajos, ven el borde del abismo y se lanzan. Como sea. El punto es que estábamos en la playa, nos instalamos en un ranchito cubierto por almendros, había un grupo de lugareños perdidos en guaro, hablando con eses arrastradas y cagándose de risa por cualquier cosa, puse mi guitarra en una silla, me saqué la camisa, pedimos 3 cervezas mientras esperábamos a que el otro grupo llegara. Un viejo me llamó, pidió que llevara mi guitarra, me preguntó ¿es Yamaha? me crucé de brazos, yo pensé que esa era una marca de motos y a decir verdad no tenía ni puta idea de la marca de la guitarra, el viejo empezó a rasgarla que dio miedo con sus dedos de uñas mugrientas y larguísimas, un bolerito, lo cantaba muy ronco y muy alto, los lugareños efervescían al fondo, reían como hienas y yo estaba parado ahí, viendo como ese viejo me pateaba el culo en la guitarra ¿usté que se sabe? toque usté, lo quiero escuchar; le dije que se olvidara del asunto, pienso que generalmente toco para mí como un eufemismo de que toco mal, le dije que tocara lo que quisiera que yo iba por mi cerveza, estuvo bien por unos minutos pero después llegó a apostarse frente a la mesa, sujetó fuertemente la guitarra y tocó, cantando y enseñando sus dientes enchapados. Tocó por años -nos contó- con un grupo de ahí, montaban sus chivos en las bodas y en los quinceaños, tocaban para colarse a las fiestas y tener guaro gratis, uno de ellos murió en el mar hace años y ahí se acabó todo, el resto o están muy ocupados o muy jodidos o muy ebrios como para tocar. Jodió de nuevo con que tocara, le repetí que olvidara el asunto, y se fue. Fue una situación que llevó a otras situaciones, ellos (los lugareños) sintieron cierta falsa confianza con la tocada, como si tenían el permiso para llegar a joder a la mesa y plantarse a hablar mierdas, lo digo porque uno lo hizo, estaba totalmente bolo y apestaba a pescado descompuesto, mi amiga me hizo un guiño inquieto y su novio me quedó viendo con cara de protesta ¿Amigo usté toca algo? le pregunté, a mi mujer, contestó, pues puede ir yéndose mucho a la mierda, le dije. Por alguna extraña razón y contra lo que yo pensé el tipo no riñó, se levantó de la silla, se rascó la cabeza y se fue. Al momento llegaron el resto de nuestros amigos, el que conducía se venía quejando de que la policía los paró más de 3 veces y de lo cerotes y lagartos que son los oficiales, otro traía 2 tablas de surf, también venía Y, una desconocida que a simple vista estaba buena y al verla con mayor detenimiento se ponía mejor, me le presenté yo solo, me preguntó si era mía la guitarra y le toqué un par de coros, los de cajón, los que yo sé que las manos manejan aun con los nervios.

El asunto del vino fue todo un pedo, nadie pensó en un descorchador. Decidí llevar las botellas con el señor del bar, quien mandó a otro a buscar el descorchador en unas cajas enredadas en una trampa de nylon grueso, probó con un tornillo, con un cuchillo, con una tenaza, todos se habían agolpado en torno del viejo este y emitían sus ideas, bastante estúpidas de hecho, sobre como abrir la botella, hasta que un viejo que estaba callado dijo lo mejor: Pelón, te vas a meter a clavos, dale la mierda al chavalo y ahí que vean ellos como hacen, dale la mierda. Aplaudí sus palabras, cogí las botellas y regresé a la mesa. Decidimos hundir los corchos en las botellas, uno estaba astillado de tanta jodedera del viejo del bar pero las astillas de corcho no matan a nadie hasta donde sé. Después el mar. Tenía mucho tiempo de no tocar el mar, estaba calmo, parecía una laguna salada, me sentí feliz y pleno, lejos de cualquier mierda o estupidez volando en mi cabeza, podía morir ahí mismo con todo placer. Alguien más entró con la intención de quedarse a la par pero lo corrí con bolas de arena, nadé mucho, de un lado a otro, sin sentido, atravesé el muelle y la lama asquerosa y divisé a mis amigos haciendo el ridículo con sus tablas de surf.

Al cabo de un rato me sentí seco y decidí salir por una cerveza. Fui a la barra y al regresar me senté a la par de Y, tenían una grabadora con raggae, uno de mis amigos bailaba mientras el humo del churro se perdía entre el viento y las hojas de almendro, un par de botes regresaban aparentemente vacíos. Esta Y hablaba con alguien más mientras me rozaba la pierna, las pláticas iban entre el bacanal, el chisme, la vida en cualquier otro país y la marihuana que fumábamos, que no era lo mejor que se pueda conseguir pero que estaba bien. Entonces me di cuenta de que estaba terriblemente solo y a años luz de mis amigos que no son justamente amigos sino compañías convenientes y ocasionales. Pero en realidad todo aquello valía mucha verga, Y estaba buena y tenía semanas sin coger, hablamos un poco, se empinó una botella de cerveza en menos de 20 segundos y me di cuenta de su triste destreza. Siempre he pensado que una mujer que bebe es una mujer doblemente estúpida, me permito hablar de géneros porque ¡puta! a todo el mundo ahora se le da por hablar de géneros. Pero esto del guaro con las mujeres es una cosa que me parece terriblemente incompatible por el simple hecho de que a un amigo lo dejo en su casa y listo pero no se puede coger con una borracha, no puede uno encomendarle una tarea a una borracha ni despertarse bien con ella, es ridículo. Tuve una novia que bebía mucho, creo que también es cuestión de predeterminación genética, su papa era un viejo chaparro que consumía 5 veces más guaro de lo que su cuerpo permitía; entonces ella empezó y yo lo tuve que terminar antes que se implantara el caos. Mandar a la mierda a una novia borracha es la mejor decisión que uno puede tomar, y para equidad de géneros también lo más sano es mandar a la mierda a tu novio borracho. Pero Y parecía muy bien a pesar de todo, y su pierna estaba más inquieta para mi fortuna. Se pusieron a cantar, a contar chistes de negros y de gallegos, yo siempre fui fatal para los chistes no porque los cuente mal sino porque no tengo retentiva, casi todo se me esfuma. Nos terminamos las 2 botellas de vino y alguien salió con un vodka en la mano, todos a darle. El sol se ahogaba lentamente, mi amiga se cayó de la silla y le echó la culpa al novio, reímos, alguien agarró mi guitarra y empezó a tocar, saqué la armónica para seguirlo pero pronto oí que aquello no iba a funcionar. Los lugareños bailaban entre ellos o hacían lo que podían para mantenerse en pie, se abrazaban y vomitaban la espalda del otro, vimos un intercambio de puños y la hoja de una navaja surgir de un bolsillo pero pronto todo volvió al baile, los abrazos y los vómitos.

Entonces apareció esta imagen en la que Y estaba con las rodillas sumergidas en el mar y yo delante de ella, agarraba mi verga con su mano derecha y con la izquierda se tocaba un pezón, quería mamarme todo y llevarme en sus entrañas o al menos era lo que parecía. Terminamos el asunto a eso de las 6. Cuando la policía nos detuvo no pudo encontrar más que ramas secas y aliento a guaro y pescado en nuestras bocas. Mala suerte imbéciles.   
        
        

lunes, 3 de diciembre de 2012

PACTO DE SANGRE


  Gonzalo entró a la carrera de Medicina en el ´95. Su papa era médico internista y su abuelo geriatra (acaso el primero especializado en esa vertiente en el país). Había hecho pactos de sangre con su prima, su hermano menor y un par de amigos, había visto un par de toallas sanitarias enrojecidas en el basurero, también había visto a un hombre con la cabeza destapada de un balazo, sus sesos reposaban en el asfalto hirviente del mediodía, a la vista de todos los morbosos que acudieron a la escena. Aparte de eso sus contactos con la sangre habían sido bastante escasos, y eso fue lo primero que se le vino a la mente al decidir seguir los pasos de sus ascendientes. Pensó en la dominación de la sangre, en la hegemonía de la sangre sobre la naturaleza humana, ese pavor desbocado hacia lo que constituye vitalidad de nuestra propia naturaleza, ese resabio primitivo e ignorante, esa completa y absoluta enajenación emocional. Aquellos que van a la guerra temiendo a la sangre son los vencidos, los muertos, los que se cuentan entre el polvo, los incapaces de lograr la victoria. Ese pensamiento lo movió a sentir la sangre correr por sus venas, a sentirla de veras y por primera vez. Se detuvo por un momento, cerró los ojos y sintió la permanente irrigación interna, el discurrir, el goteo, la correntada, pudo saborear la sangre en su lengua y en el acto se prometió a sí mismo apaciguar cualquier conato hemofóbico que pudiera surgir en el futuro. Se consagró haciendo un nuevo pacto de sangre, esta vez consigo mismo como si esto fuese posible. Un júbilo rebosante saltaba en su corazón y en su estómago, esperaba con impaciencia a su papa, caminaba de un lado a otro como frenético, fumaba cigarrillo tras cigarrillo (algo poco habitual en él), repleto de ganas de comunicarle la decisión de estudiar medicina. Él llegó a las siete. Al saber de la noticia su tía no dudó en alistar un festejo, preparó varias piezas de chuleta de cerdo en el asador, adobadas con piña, cebolla y chiltomas rellenas de queso. La noche era fresca y apacible. Esta tía asumió la crianza de Gonzalo y de los otros dos hermanos hace diez años atrás, para ese tiempo su papa estaba estudiando su especialidad en México y tenía la ilusión de irse luego a Suiza y una vez asentado mandar a traer a sus hijos, pero una serie de eventos ajenos a su voluntad lo obligaron a volver a Nicaragua y en su frustración y soledad halló consuelo en su cuñada justificándose a sí mismo, entre otras cosas, por la similitud que tenía con su fallecida hermana. Es importante destacar que Pepe, el hermano mayor de Gonzalo, también estudiaba medicina en León, pero su vida era un completo caos de condones desperdigados, marihuana y alcohol, se le veía poco por la casa y cuando realmente llegaba era para apaciguar sus demonios, nutrirse y dormir, caía por dos o tres días y sólo se despertaba para pedir dinero e irse de nuevo. Aníbal, el de en medio, siempre fue alumno destacado, consiguió una beca para ir a estudiar ingeniería industrial en Brasil y desde hace dos años no se sabe de él más que por cartas, por lo que la única esperanza del continuismo estaba depositada en Gonzalo, quien bajo la percepción de su papa era un chavalo distraído y taciturno pero con un enorme potencial.

Esa noche (después de la noticia) fue la primera vez que don Leonel (Leonel era el segundo nombre de su papa y con el que se sentía más identificado) accedió a que Gonzalo tomara licor frente a él, que sólo se remojaba los labios con ron negro y lo observaba entre las sombras de un nancite. Gonzalo le habló del temor a la sangre.

-        -   ¿Cómo es que hacés papa? Cómo hacen todos los médicos para lidiar con eso?
-      -    Ok, ¿Qué hacés vos al cortarte? te enterrás un vidrio en el dedo, una herida un poco honda digamos ¿qué hacés?
-        -  Pues me lavo ahí nomás
-        -  ¿Porqué te lavas?
-        -  Lógico, porque si no me lavo corro el riesgo de que la herida se infecte
-     - Lógico, ajá, sos bien lógico vos ¿entonces crees que si te vas a lavar ahí nomás evitás el riesgo de una infección? ¿quiere decir que si esperaras un par de segundos a que corra la sangre correrías riesgo de infección, todo es cuestión de segundos? ¿correcto?
-        -    Si, correcto
-       -   Falso. Mirá, la mayoría de nuestras necesidades responden a creaciones de nuestro entorno y de nuestra construcción social, observá a tu alrededor, analizá y jerarquizá  tus necesidades, igual pasa con tus temores, nos han impuesto y nos han envuelto con temores a elementos tan naturales como la sangre o la oscuridad. Como no te has detenido a analizar el funcionamiento de la sangre entonces no la conocés, le temés por ignorancia, creés que sabés de ella, sos todo un hemato-teórico pero en realidad no sabés ni verga, y encima de eso le temés. Hiciste un pacto de sangre me dijiste. Vamos pues, te voy a explicar un poquito acerca de los pactos de sangre. Es una práctica milenaria, es decir que se viene haciendo desde hace miles de años como te imaginarás, el objetivo es crear un vínculo, muchas veces indisoluble y otros con alternativas de romperse, pero ese vínculo es una cuestión trascendental para los pactantes. El más común es el de los hermanos de sangre, que generalmente se hacía con fines de guerra (yo no sé si alguien lo hace en la actualidad pero deben haber su par de locos). El ritual consiste en que los pactantes se abren una herida honda con un mismo cuchillo, generalmente en el brazo, por ser un lugar visible; cuando la sangre mana los pactantes tienen que poner en contacto sus heridas y permanecen así hasta que la sangre deja de manar, una vez secas las heridas se vuelven hermanos de sangre y comparten sus fortalezas, debilidades, su dolor y hasta sus fluidos, por decirlo así. Está también el matrimonio de sangre, que consiste en echar la sangre de los pactantes en un recipiente, del que ambos deben beber, y besarse mientras sus labios están empapados de sangre; el fin de este pacto, claro está, es consumar el amor. Luego está la alianza sanguínea, que se sella mezclando la sangre de cada pactante en vino, para que todos en comunión beban de este compuesto. El objetivo de este pacto es la salvaguarda de un compañero o el auxilio en alguna circunstancia especifica. La sangría espiritual es más bien un acto de vampirismo justificado, de ahí que puede provocar cierta adicción, y es el más simple porque consiste en que un pactante se abre una herida de cuya sangre bebe el segundo pactante hasta sentirse saciado. El más simple y el más aberrado, si lo querés ver con moral. También está la adopción sangrienta, que es usada para adoptar a un hijo como su hijo de sangre. Se debe abrir una herida en la carne del padre, de la cual el hijo beberá hasta que se sienta saciado. La servidumbre sanguínea es otra forma de pacto cuya finalidad es atar la voluntad de una persona a la de otra, es una especie de esclavización espiritual, también materializable a la constricción física. En este pacto el sirviente debe derramar su sangre en un recipiente mientras bebe la sangre de su nuevo amo, luego el amo toma la sangre de su sirviente, vierte un poco de la propia y se la da de beber al sirviente.

Gonzalo lo escuchó atentamente. Esa noche no pudo dormir. A las dos de la mañana
decidió empezar a prepararse para la prueba de ingreso, dos meses después recibía la noticia de que estaba dentro. El primer día de clases fue el primer día en el que se montaba en un bus sin nadie que lo acompañara. Se vio dentro de un rectángulo de latón oxidado que apestaba a mierda, colonia jean naté y sobaco, no tuvo ningún miedo pero sí incomodidad. Se extravió en el campus durante media hora, preguntaba como llegar a su facultad y los estudiantes le daban direcciones erróneas para bromear y probar que tan pendejo era. Entró a un baño que apestaba a berrinche y estaba plagado de pintas testimoniales: “aquí venís a dejar tu orgullo”, “aquí cagó Mauricio”, “en este lugar me la mamó la Aurora” y cosas por el estilo. Cuando logró dar con el aula la clase de biología ya había empezado, la profesora era chaparra y delgada, usaba anteojos de lentes cuadrados, lo que le daba cierto aire de oficinista malhumorada, el pelo era negro intenso con un par de vetas blancas, lo llevaba amarrado con una cola, su aspecto era rígido y Gonzalo -de sólo verla- temió dejar la clase. Resolvió quedarse sentado en el pasillo y tomar nota de todo lo que oyera. Entró a las otras clases, concluyó que sus compañeras no estaban del todo mal y que el 90% de sus compañeros eran unos patanes que lo veían como marica y que el otro 10% eran maricas que lo veían con apetito. Decidió caminar un rato antes de irse para su casa, hacer un tour para empaparse de ese ambiente universitario al que anheló casi toda su secundaria, pero no podía tener una percepción íntegra en solitario, era menester socializar. Generalmente no era muy bueno para hacer amigos pero consideró que dadas las circunstancias no le quedaba de otra. Pensó que no sería muy difícil, estaba Ricardo, un vecino que llevaría entre el tercer o cuarto año de medicina, estaban Cristina, Charlotte, Eugenio y José Luis, que se bachilleraron con él e ingresarían a la UNAN a diferentes carreras, estaba Julio, un dirigente de UNEN que conoció en una fiesta y llevaba ocho años estudiando la misma carrera para conservar su puesto… en fin, tenía de donde agarrar. Compró un cigarrillo en un cafetín y lo encendió por mero alardeo de principiante nervioso, vio a dos muchachas simpáticas sentadas en una banca, las acechó recostado a un tronco por un par de minutos pero su plan se deshizo al ver que llegó un maje con cara de borracho, vio a una gorda leyendo Vanidades, pensó: las gordas son fieles y me podría presentar con sus amigas guapas (bajo su concepción las gordas son imán de las guapas, que las escogen por su fidelidad, baja autoestima e inclinación de perdonar sus maltratos y estupideces con tal de mantener la amistad), pero la gorda sintió algo incómodo en la mirada de Gonzalo y resolvió moverse. Caminó. Vio a una muchacha contemplando un mural, su rostro era agraciado, su pelo liso y corto caía en ondas sobre su cuello, rozando sus hombros con las puntas apenas, eso, por alguna razón volvía loco a Gonzalo, no podía ver a una mujer de pelo corto y liso porque empezaba a maquinar cosas en su cabeza, aun sin verle la cara. La muchacha llevaba una horrible camiseta verde fosforescente pero esos detalles podrían perdonarse. Estaba absorta en el mural, lo veía fijamente, como si intentara encontrar una respuesta o un rasgo especifico. Gonzalo pasó delante de ella viéndola de reojo, y como ella seguía viendo el mural tuvo el coraje de sentarse a su lado sin pedir permiso. Él vio hacia el mural también: abarcaba la mitad del pabellón, parecía ser una marcha o un mitin, los rasgos faciales de los manifestantes eran gruesos, redondos o afilados en extremo, los que estaban en primer plano sostenían una manta con una frase desbordada sobre la educación y la libertad o sobre la educación y la revolución o sobre la autonomía estudiantil, los de atrás sostenían pancartas o cartulinas o martillos u hoces; en la parte posterior se apreciaba un sol empalidecido por el desgaste de la pintura y debajo de este un libro abierto con el escudo nacional impreso en la página derecha. Gonzalo resopló, habló:
-          
         -  Siempre me ha cautivado el muralismo- la muchacha no dijo nada, ni siquiera lo volvió a ver, él se sintió fatal por supuesto, se le ocurrió que tal vez era sorda o ciega y sorda y que solo tenía los ojos puestos sobre un punto fijo a como hacen los ciegos. Lo repitió:
-              -  Siempre me ha cautivado el muralismo- y dicho esto quedó un grave silencio de muerte en la atmósfera que le erizó los pelos
-              -   Si, ya te oí- contestó ella segundos después – pues a mi me parece una completa mierda
-           - ¿Una mierda el muralismo? ¿Acaso no conocés las obras de Rivera o de Orozco, de Cantú, de Renau?
-          - No, pero si son como este no dudaría en decir que son una mierda también
-          - ¿Y porqué veías tanto a la pared entonces?
-          - Porque no tenía nada mejor que hacer, hasta que apareciste vos 

Esa respuesta era lo último que Gonzalo imaginaba, no supo qué decir, se sintió enaltecido e imbécil a la vez, como una bella estatua cubierta de caca de pájaro. Se fueron juntos en el bus, él vivía en Altamira y ella en la Máximo Jerez. Su nombre era Claudia, y durante el transcurso pensó que era más bella cuando la contemplaba detenidamente que viéndola a simple vista. Era su primer día en la universidad también, estaba en la carrera de derecho. Él aprovechó cada frenazo, cada bamboleo del bus para acercársele, olerla, rozarla. Intercambiaron números. Se vieron al día siguiente, Gonzalo la invitó a una gaseosa, tomaron juntos el bus, él se ofreció a acompañarla hasta su casa pero ella no quiso. Al tercer día, entre clase y clase se iba a buscarla infructuosamente por los pasillos cercanos al mural. Le preocupaba no verla porque tenía Anatomía I a la 1 y 15 de la tarde. Decidió no entrar y sentarse en la banca en la que se conocieron, ella apareció, ofreció invitarla a comer algo pero ella no quiso nada, dijo sentirse mal, con dolor de cabeza, iba a irse en taxi a su casa, él le dijo que lo tomaran juntos para que saliera más barato, ella aceptó y le dijo al taxista que lo dejara a él primero. Esa noche él la llamó, una mujer con voz chillante contestó y le pidió que esperara mientras la iba a buscar, había un ruido terrible de fondo, gritos, risas, llantos, voces de telenovela; ella tomó la llamada diez minutos después, con voz cansada o sofocada, le dijo que no podía hablar en ese momento y le colgó. Al día siguiente Gonzalo faltó a otra clase por verla, esta vez ella tenía mejor semblante, incluso mejor que el de los tres días anteriores; la invitó a almorzar, tomaron un taxi y fueron a un restaurante. Don Leonel estaba muy contento con Gonzalo y le daba dinero todos los días, por lo que no tenía dificultad para pagar taxis ni cuentas de restaurante. Esa tarde se besaron. Ella le regaló una flor de papel y lo llamó por la noche, el ruido seguía siendo terrible pero aun así hablaron durante media hora. Se hicieron novios a la semana siguiente, Gonzalo siguió faltando a la última clase y a las prácticas por acompañarla. Sentía una calidez extraña en sus entrañas cuando la veía y se impacientaba cuando sabía que estaba a punto de verla, empezó a afectarle aun cuando no la veía, quizá con mayor intensidad.

El entusiasmo de don Leonel lo llevaba a formular cuestionarios inmensos sobre las clases, por lo que Gonzalo trataba de poner el máximo de atención en las aulas para poder responder bien y conservar su estatus de hijo predilecto. A la segunda semana Claudia le pidió que la llevara a almorzar y al cine y que le agradaría mucho que eso se convirtiera en un hábito semanal porque eso es lo que hacen los novios, cosa que él interpretó como gran avance, pensó: ella se esta despojando del orgullo y siente la confianza para proponerme algo así. A la tercera semana ella le pidió prestados 300 pesos y como se había gastado todo en cuentas de restaurante, cine y taxi decidió (una decisión desesperada) sustraer dinero de la cartera de don Leonel, algo que jamás había hecho. Se maldijo. Se sintió basura por haber llegado a tal punto. Le entregó el dinero a ella al día siguiente. Tomaron el bus juntos, él insistió en que quería encaminarla hasta su casa pero ella no dio su brazo a torcer. Por razones desconocidas ella no llegó a la universidad durante tres días, él pasó cinco días sin verla, contando el fin de semana; la llamó pero su teléfono salía como temporalmente suspendido, dos veces fue a la parada de bus en la que ella normalmente baja con la esperanza de que apareciera pero nada. Simplemente desapareció sin ninguna explicación. El lunes llegó a buscarlo a la facultad de medicina, estaba sonriente, Gonzalo se salió en medio de la clase, trató de ocultar su rabia pero no pudo, explotó y le reclamó, ella minimizó el asunto y fácilmente pasó a otro plano. Esa semana fueron a un restaurante, al cine y a jugar bolos, ella le enseñó una blusa que había visto y le había fascinado, él se quedó con la idea en la cabeza y volvió a sustraer dinero de la cartera de su papa para comprarla. Ella lo comió a besos y dejó que él le tocara las tetas, ante esto él sintió necesario que la relación pasara a un siguiente plano, pensó que ahora tenía toda la propiedad para pedirle que se acostaran, porque en algún lugar oyó que cuando una novia quiere que le regalen ropa es porque quiere que su novio la desvista. Pero no encontró las palabras para lanzar la propuesta. Ella era temperamental, decía que habían días buenos y malos, a veces hablaba muy poco y se molestaba de la menor cosa y a veces era muy amorosa, eso él aprendió a comprenderlo, sentía que la amaba de verdad y que ella también a él. Salieron de vacaciones por semana santa, ella le pidió prestado dinero de nuevo y le dijo que iría con su familia a Boaco, a la finca de su abuelo, por tanto sería imposible verse durante la semana. Esta vez don Leonel se dio cuenta que le faltaba dinero pero no acusó a Gonzalo ni a nadie. Fue la peor semana santa que había tenido en su vida, nada lo contentaba, ni meterse al mar por la noche ni cazar cangrejos (que era algo que disfrutaba muchísimo) ni tomar cerveza con su papa, que podía ser tomado como un acto genuino de reconocimiento y respeto, ni siquiera quería gastarse bromas con Pepe, que era una tradición de hermanos. Una compañera de clase le advirtió que tuviera cuidado con Claudia, que era bandida y le afirmó que andaba con otro, Gonzalo desestimó el asunto, es más no le creyó una sola letra y dejó de hablarle por un buen rato. Pero se quedó con eso. Una tarde de viernes fueron a tomar cerveza con unos compañeros de clase de Claudia y él se percató que su novia tenía una muy buena relación con sus compañeros varones: ponía su mano sobre la de ellos cuando les hablaba, se dejaba tocar la cara, les tiraba besos y se sentó en las piernas de un maje que era fenomenalmente alto. Todo esto no le molestó a Gonzalo, él no era celoso, lo atribuyó al nivel de confianza, lo que si le molestó es que ella le apartara la mano cuando él intentó tomársela en varias ocasiones y el que le haya pedido que se fuera antes porque ella aprovecharía el raid de uno de sus compañeros. No te preocupés, te la cuidamos bien le dijo el maje que era fenomenalmente alto, esas palabras tranquilizaron a Gonzalo. Llegó a su casa y reflexionó sobre lo sucedido, recreó los momentos en que su mano tocaba la de ella y ésta la apartaba rápidamente, como la mano que reacciona al sentir el fuego muy de cerca; lloró, fue inevitable. Sintió rabia de sí mismo y se dijo que sólo se la cogería y la mandaría a la mierda de inmediato. Al día siguiente ella lo llamó, que quería verlo, lo citó en el parque de Altamira, él se hizo el duro y le dijo que la iba a pensar. La cita era a las 3 de la tarde, él estaba ahí desde media hora antes, llevó una pelota de basket para hacerse el desinteresado pero no lanzó ni un solo tiro a la cancha. Ella llegó y lo besó intensamente, tomó la mano de él y se la metió dentro de su blusa y mientras él palpaba sus tetas apretó su pantalón sintiendo su verga erecta. Le dijo que quería hacerlo con él. Llegó un grupo a jugar y tuvieron que parar. Esa noche Gonzalo se masturbó diez veces. El domingo la llamó para decirle que entre cinco y seis y media de la tarde estaría solo porque su papa y su tía irían a misa, ella le dijo que llegaría pero no llegó. El lunes hubo un alboroto en la universidad, Gonzalo no entendía lo que pasaba, sólo veía a la gente correr de un lado a otro y a Julio, el dirigente, peleando o dando órdenes a los de UNEN. Alguien dijo que era por el 6%, alguien dijo que iban a suspenderse las clases pero él sólo tenía cabeza para Claudia. A la tercera hora salió a buscarla, estaba excitado, desesperado por tenerla, caminaron hasta el campo de futbol, ella le pidió que se quitara la camisa y ambos se sentaron sobre ésta, lo besó con pasión, le dijo que abriera más la boca y que jugara con la lengua, que se quitara el miedo a la vida, le besó el cuello y se quitó el brassiere, el chupó sus tetas mientras ella gemía escandalosamente, se puso sobre ella y palpó una vagina por primera vez en su vida, ella le peló la verga y se la mamó, de repente se detuvo, dijo que había visto a alguien aunque no se veía a nadie en todo el campo, que no se sentía tranquila ahí, que mejor en otro momento, que ya se dará la ocasión. Tuvieron que caminar para tomar el bus porque la calle estaba cerrada por los estudiantes. Don Leonel le dijo que no quería verlo en las protestas, Gonzalo no sabía de qué le hablaba. Se encerró en su cuarto, a pensar en Claudia, en cómo será su casa, no muy distinta de las casas de la Máximo, un muro alto que llega hasta el techo, verjas empotradas al muro, porche de baldosa, un jardín miserable y mal cuidado. Pobre, rodeada de niños llorando y jodiendo todo el día, la bulla del vecindario, las viejas chismosas, los viejos morbosos asediándola cuando va a buscar el bus, las olas de polvo que se levantan sobre el adoquín y crean torbellinos meridianos. Sintió piedad y la quiso más por su inocente vergüenza, por la afrenta a que él, de clase media, conociera su hábitat natural en el barrio, que caminaran de la mano y que los mocosos descalzos y con sus caras empolvadas la saludaran y le hicieran bromas pesadas mientras juegan con una bola de calcetín.           

El asunto no se esclareció al día siguiente. Los estudiantes andaban agitados en los pasillos, discutían entre ellos, algunos corrían con propósitos imprecisos y hacia lugares imprecisos. Se impartieron las dos primeras horas de clase con normalidad, se empezaron a oír las detonaciones de morteros al inicio de la tercera hora, Gonzalo asoció el hecho con el día de algún santo o algo por estilo. Julio irrumpió en el aula mientras se desarrollaba la tercera hora, le dijo al profesor que las clases debían suspenderse, que tal decisión se tomaba con consentimiento del rector y que aquellos que quisieran unirse a la lucha que llegaran al parqueo principal de la universidad y los que no se podían ir a sus casas. Salió corriendo a la facultad de derecho, la buscó infructuosamente por los pasillos y por el pabellón del mural en el que se conocieron. Alguien gritó su nombre o eso le pareció, no volteó a ver, estaba seguro de que ella lo estaría esperando en los campos. Los pabellones internos estaban casi deshabitados, todos estaban congregados en el parqueo, en los campos no había un alma. Desilusionado y cabizbajo dio vuelta atrás, caminó hasta el parqueo, tiraban morteros y 2 o 3 majes hablaban por megáfono a la misma vez, “arriba los estudiantes”, “defendamos lo que es nuestro”, “6% ya” eran sus consignas comunes.

Gonzalo tenía una noción muy vaga de lo que constituía la lucha por el 6%, veía muy poco las noticias y estaba prejuiciado por la noción de su papa de que todos eran un atajo de vagos que les huyen a las clases y quieren vivir de lo que el estado les dé. Bajo su percepción los verdaderos luchadores universitarios defienden su derecho desde las aulas, la única causa válida es la defensa del intelecto, esa es la única forma en la que los universitarios pueden manifestarse, todos los demás, todos los que se van a las calles son turbas incultas, románticos estúpidos y empedernidos amantes del caos, son los artífices y ejecutores del estancamiento del país, son una escoria. Sus hijos jamás debían verse involucrados con tal escoria. Sin embargo y a contradicho don Leonel sí había salido a la calle en sus tiempos de estudiante, fue dirigente del CUUN de la UNAN León en el año ´74, fue acusado de incitador de varias reyertas y estuvo preso durante diez días hasta que las influencias de su papa pudieron interceder en su liberación. Luego operó clandestinamente con células sandinistas que se movían a lo largo de la ciudad, fue reconocido como excelente estratega pero cagón para el combate, tal vez por eso y por las frecuentes intervenciones de su papa fue que no cayó muerto o no descolló en la historia de la insurrección.

Gerardo le pasó una botella de plástico y una gaseosa embolsada, Gonzalo bebió y le devolvió a Gerardo
-          - Ron Plata pecho azul, calidad esa verga chavalo- Gerardo era probablemente el único hombre del aula con el que Gonzalo había cruzado palabra, los demás se mostraban muy apáticos, desinteresados o (temía él) tenían una apreciación errada sobre él. Gerardo se le acercó para pedirle cincuenta centavos para el bus, le dijo Chago y así lo dejó, era confianzudo, chirizo y chaparro, pero su jovialidad y confianza despertaba buena onda.
-          - Oe Chago, vámonos, nos vamos arriba del bus en la jodedera, ahí pedimos unos tubos y unos morteros
-                -  No hombre, ya me voy a mi casa
-                 - ¡Uyyy! ¿y cómo te pensás ir si no hay buses? no jodás Chago no seas vaciado
-               -  ¿Y adonde vamos?
-                 - No sé, a la UCA o a la asamblea, a volarle verga a esos diputados tamales
-                  - ¿Y después como nos venimos?
-                  - Pues en el mismo bus hombré, que preguntadera

A Gonzalo le pareció verla, salió corriendo y se perdió entre el gentío, se abrió paso a empujones y llegó hasta la calle, al norte se estaban quemando llantas, un grupo de encapuchados levantaban barricadas con los adoquines, lo que de espaldas parecía ser Claudia daba la vuelta en una esquina, rumbo a la Miguel Bonilla. Salió del gentío y aligeró el paso, dio la vuelta en la esquina y subió por una calle polvorienta, no había nadie, las casas estaban cerradas, seguramente se equivocó de persona, se detuvo, una figura destacaba en un predio montoso, alguien se la mamaba a alguien, el que estaba de pie era el maje descomunalmente alto de la vez pasada, la mamadora era ella, Claudia, aunque el nombre no significaba nada en aquel momento, daba igual su nombre que millones de nombres ahogados en la pila bautismal. Contempló la imagen, ella empujándose hacia adelante y hacia atrás y el maje descomunalmente alto acariciándole el pelo con su mano marfánica. Imparcial. La imagen era tan aberrante como ver a un indigente cagando en plena vía pública. De repente volvió en sí y descubrió sus rasgos faciales, su linda boca que había besado tantas veces, mamando una verga gigante y amorfa. Quiso cargarla a patadas hasta matarla, quiso morir con ella. Sintió que el sol lo volvía una llama, vomitó y se fue para atrás, cayó con la cara en el adoquín ardiente. De repente todo se volvió murmullo de nuevo, in crescendo, como si se avecinara una estampida, los morterazos agitaban el calor con su estruendo y la música entrecortada animaba a los estudiantes. Ya no había nadie en el predio. Un puto espejismo, eso es lo que ella fue, un espejismo envolvente y doloroso, así lo asimiló en el momento. Caminó hacia la universidad, la gente empezaba a movilizarse, los buses iban saliendo atestados de gente dentro y arriba, otros caminaban, logró distinguir a Gerardo en el techo de un bus, imaginó que Claudia iba con él, que él no la podía ver pero también se la iba mamando a Gerardo mientras éste lo saludaba hipócritamente. Pensó en cobrarle el dinero prestado y arrastrarla del pelo por todo el pasillo de la facultad de derecho, urdió planes macabros para desbaratarla. Se vino una carga intensa de flashbacks. -Ahora- pensó, - todo es más razonable, su misterio, su bipolaridad, sus negativas de acompañarla a su casa, sus encariñamientos con sus amigos, su rechazo. La muy puta. Se internó en el gentío de nuevo, se quedó con la mente en blanco, sólo caminaba como un moribundo que no tiene fuerzas ni para pensar. Una mano tomó su brazo –que bueno que veniste- dijo una voz de mujer que no supo distinguir al principio –nos hace falta un hombre que nos cuide. Era Julieta, la compañera que le advirtió sobre Claudia; ahora se le presentaba como una posible salvación y, como si fuera poco, iba acompañada de dos amigas tomadas del brazo y sonrientes. Se limpió el polvo del pantalón, se quitó los piedrines que se habían incrustado en su barbilla ¡vaya! qué puta la Claudia pero al final que bueno que haya sido así, pensó. Julieta empezó a hablarle de cosas que él no logró entender, no le ponía atención, la concentración de gente era abrumadora, se caminaba a paso rápido para llegar pronto. Al llegar a la UCA se toparon con otro grupo menos numeroso, muchos de ellos encapuchados con pasamontañas o camisetas. La policía estaba en Metrocentro, eran unos treinta azules formados en dos hileras a lo largo de la calle. Los dos grupos se plegaron, los buses avanzaban hacia el norte y detrás miles de caminantes, se gritaban consignas y se tiraba morteros a cada segundo, Gonzalo quiso probar pero no conocía a nadie con un tubo disponible. Sentía su tiempo perdido con Claudia, se había enfrascado en ella y por su culpa no había conocido a nadie más. No entendía porque caminaban, él solo iba ahí, sonriéndole a Julieta y asintiendo aunque no ponía atención a nada de lo que ella decía.

El paso a la Asamblea estaba cercado por vallas y policías, el objetivo era entrar al edificio y exigir la entrega total del 6%, que había estado en negociaciones desde la semana anterior y hasta el momento no se le veían las luces, los diputados eran muy escuetos y evasivos en sus respuestas y había un amplio consenso gubernamental que trabajaba por reducir esa partida presupuestaria. Gonzalo lanzó bolsas de agua a la policía, vio como otros lo hacían y le pareció entretenido; la gente empezó a amontonarse delante de las vallas, él se percató que no todos eran estudiantes sino que había gente mayor y también vagos que probablemente andaban ahí por su adicción al desturque. Julieta lo tomó de la mano y avanzó, empujando hacia adelante, creando una barrera humana que rompiera la valla. Se escuchó el crujido del metal sobre el asfalto, el grupo avanzó varios metros. Gonzalo, que jamás había visto a nadie disparar nada, vio que algunas de los policías llevaba armas de mango largo con un brazo de metal que terminaba en una punta excesivamente abierta, y la disparaban con cierta inclinación hacia arriba. Ahí cayeron las primeras lacrimógenas, el humo esparcía a la gente, Julieta se le perdió junto con las otras dos. No conocía a nadie más. Vinieron las primeras piedras y los morterazos en sentido horizontal, le pasaron dos bolsas de agua para que se echara en los ojos, ¡no te rasqués, déjate, pescas mierdas, dale, tiralo ya! escuchaba. La adrenalina recorría todo su cuerpo, se sacó el pañuelo que siempre cargaba en la bolsa trasera del pantalón y se lo amarró a la cara para taparse la nariz y la boca (más por temor a que don Leonel lo viera por televisión que por otra cosa), recogió piedras que había al lado de la carretera, las metió en la mochila y se echó correr hacia adelante. Los policías estaban a unos veinte metros de distancia, unos se protegían con escudos transparentes mientras otros lanzaban lacrimógenas y balas de goma. Gonzalo llegó lo más cerca que pudo y lanzó las piedras, se maravilló de ver como un chavalo delante de él pateaba una lacrimógena con toda la tranquilidad y rebeldía del mundo; los chavalos gritaban en coro para alentarse, los lanza morteros eran cargados por uno que estaba detrás de quien lo disparaba, se ubicaron detrás de troncos o jardineras para cubrirse, sus mochilas iban cargadas de morteros, las mechas se encendían con cigarrillos que fumaban entre los dos.

A Gonzalo todo aquello le transmitió una gran libertad, una gran plenitud; ahí estaba en primera fila como los veteranos, como los que les hiede la vida, intacto de polvo, de humo y de miedo, blindado, solitario, piedra tras piedra, aunque ninguna impactara en los uniformados, eso era lo de menos. Uno empieza a pelear jugandito, entre risas y verborreas, la pasión se viene con los primeros heridos, con las primeras bajas, el odio nace implícito. El bulto blanco se retorcía en el asfalto, los que lo iban a ayudar tuvieron que retroceder por la lluvia de lacrimógenas, lo estaban asfixiando, el calor lo estaba derritiendo y en el asfalto quedaba un rastro de cera que se abultaba en la cuneta. Lo cargaron entre dos, la entrada intempestiva y ruidosa de la ambulancia atenuó la batalla, alguien había levantado las vallas de nuevo, al final de la calle se divisaba una hilera interminable de camionetonas saliendo a toda velocidad por una calle de acceso lateral, los chavalos se arrecharon al ver huir a los cobardes, una nueva camada se sumó a la infantería artesanal, cuyas energías habían mermado. La batalla se recrudeció. Se oía al fondo la voz de Victor Jara o de Silvio Rodríguez, una guitarra melancólica ondeando su rasgueo por sobre las testas encendidas de los chavalos, y parecía que a los policías les llegaba como cosa distinta, como un zumbido incómodo de abeja. Tal vez en otro lugar pongan rock o música clásica o rap, aquí nos vamos con Jara, eso sí es nivel. Gerardo corrió hacia él y le pidió que encendiera el cigarrillo que cargaba detrás del oído, sacó una caja de fósforos con tres míseros cerillos, el tubo lanzamorteros lo llevaba en la mano izquierda, estaba frío porque Gerardo tenía poca práctica y le daba miedo lanzar, le habían asignado cinco morteros que cargaba en la mochila. Todos permanecían ahí. Se puso en posición de lanzamiento mientras Gonzalo veía la caja de fósforos con extrañeza, o más bien desentendido del favor que le pedía su compañero, es más, estaba convencido que debía ser él el tirador, él que estaba fajándose con sólo piedras en primera fila y que los gases no le hacían cosquillas. Le arrebató el tubo a Gerardo, gritó seguime y corrió para refugiarse en un tronco de eucalipto, ahí Gerardo encendió el cigarro, prendió la mecha y él lanzó su primer mortero. Un fotógrafo le sacó una foto, eso lo llevó a exigirle a Gerardo que cargara otro mortero en el tubo, inclinó levemente el tubo hacia arriba, calculando una parábola que llegara lo más cerca posible de los policías. Se imaginó la cárcel y la vergüenza de ser liberado por su padre en la madrugada, se imaginó a su tía esperándolos en el sofá de la sala, con una inmensa taza de café en las manos, se imaginó a Claudia y a Julieta, juntas, hablando de lo bueno que es él en la cama, todo eso imaginó, abstraído convenientemente por alguna razón porque al volver en sí otro chavalo había caído, este se veía peor porque no se movía. Hicieron un escudo humano y lo sacaron a como pudieron, los policías ganaban terreno, ellos estaban cansados, muchos sin miedo de seguir pero agotados, otros a punto de retirarse por el miedo a ser apresados o a que una bala les sacara un ojo. Llegó una comitiva de los derechos humanos, se fueron a hablar con la policía, Julio habló por el megáfono, su voz se oía distorsionada, como si el aparato estuviera medio dañado, que era muy probable, las piedras y las bombas cesaron, Julio entonó de nuevo, habló mal del gobierno y llamó represores a los policías, los chavalos se congregaron a su alrededor, su oratoria era mala pero su aspecto de borrego bonachón llamaba la atención de la gente, era más viejo que todos, era el patriarca y por eso se había ganado cierto respeto, gobernaba el presupuesto de UNEN con cierta corrupción pero a rasgos generales su gestión era buena, atendía las necesidades de los estudiantes, sobre todo de los que vivían en los departamentos.

A las 4 de la tarde llegó el subcomisionado mayor para la capital, intercambió un par de palabras con Julio y la dirigencia de UNEN, les ofrecieron que dejarían entrar a los buses que los transportarían hasta los recintos si despejaban la zona, sin reos ni amenazas, Julio se la pensó, sabía que los chavalos no aceptarían fácilmente la retirada, necesitaba tiempo para que se gastaran más sus energías. Gonzalo tiró el último mortero de Gerardo, dejando a este último encalichado y despotricando. Nadie estaba satisfecho con la retirada pero aun así aceptaron, tiraron los últimos morteros al aire, lanzaron puteadas a los policías y entraron a los buses.

Gonzalo llegó a las seis a su casa, entró a escondidas, puso su ropa en una pana con detergente y se metió al baño. Hubiera querido seguir, hubiera querido explotarle una pierna a un policía de un morterazo y caer preso y ser torturado y quedar como un mártir para la sociedad, porque el estado de mártir es muy distinto en estos contextos, en los ´70 tenías que caer pasconeado a balazos para llegar a ser mártir, ahora sólo se necesita la atención de los medios y el drama familiar. Pero quien se merecía el título no era él sino Claudia, que aparecía en las imágenes de un noticiero, desangrándose dentro de una ambulancia, se decía que habían sido dos impactos de goma en la espalda, como si varios uniformados hubieran jugado tiro al blanco con ella, la llevaron al Lenín Fonseca de emergencia, no se podía afirmar que su situación fuera estable pero estaba viva y consciente. La cámara hizo un close up de su blusa recogida y llena de sangre y de la herida abierta. Gonzalo sintió amargura y nauseas, recordó la imagen de ella mamándosela a aquel maje fenomenalmente alto en aquel baldío que en este instante habrá cogido fuego, recreó la imagen de los antimotines corriendo, de ella huyendo en estampida y quedándose sola, completamente sola por el instante que evocó a su muerte, los robocops dándole a quemarropa, de cuartita, el asfalto en sus mejías como el adoquín en las suyas, los perros oliendo su casi cadáver, la cruz roja al auxilio. Arrojó lo poco que había cenado. Aun le debía dinero y aun era una puta a la que había que desacreditar. Eso no lo cambia nadie.