martes, 25 de enero de 2011

ESTA REALIDAD PROVOCA NAUSEAS


¿Quién sabe no? es cuestión de suerte. Al pintor, luego de 7 horas de infortunio le sale una mala pintura y, presa más del insomnio que de la furia se dispone a cagar sobre ella – quizá otro día tenga más suerte, quien dice que no puede ser una alucinación fragmentaria, como El Bosco que juntaba fragmentos de mil pinturas en una sola composición. Qué más da.

Siete horas fueron suficientes para poblar un país en una tierra que no suelta más que raíces chuecas, ahí estamos todos: los chinos, los mestizos que no distinguimos la izquierda de la derecha, los negros del inframundo, la nueva pléyade de indígenas cultos y encorbatados, los judíos a los que nadie quiere por avaros, las mujeres de seis brazos…en fin un espacio al que se reduce este mundo cubierto de escupitazos.

La máquina me dicta que hacer y que no, por ejemplo me subraya en rojo que escupitazo es una palabra que no existe en su tan consagrado y obtuso universo gramatical, me exhorta a cambiarla para pertenecer a este correctísimo mundo, casi que puedo escuchar que me habla en tono regañón y paternal: -escupitajo es la forma correcta. Menos mal que soy caprichoso y no hablo como ibérico, al menos no tanto.   

No tengo ganas de ser cordial, no debo ni pretendo animar a nadie a juntar mis palabras para crear un pensamiento construido ni mucho menos útil.

A la selva le rompen los brazos para que el niño juegue con taquitos de madera pulida, la acepción del buen poeta es aquel que escribe kilómetros de palabras sin sentido, rima muy bien eso sí, consonante y asonante, como se lo enseñaron en la escuela donde recibió golpes por parecerle tan afeminado al resto de la clase. Un buen político manipula a diestra y siniestra, para efectos todos somos buenos políticos. Yo, por ejemplo tengo vocación, una lengua larga y a veces bífida, un broder moriteño me diría: “a vos te yede la vida”. Pero a la clase de los buenos poetas esto le parece hosco y vil. Es un hecho que no soy monedita de oro.

Este siglo es una gran resaca del siglo pasado.

La historia pertenece a quienes la deshacen, a los que profanan los acontecimientos con guantes de látex y luego la violan con condones de látex. Esos dicen llamarse caballeros y letrados, violan sí pero con protección.

Hace poco conocí a un cronista deportivo muy querido por la gente por ser nacionalista (algo muy extraño en este país), el tipo me invitó a su casa a tomar guaro mientras escribía una nota para el periódico (no recordaré cual por conveniencia), celebraba con vítores el resultado de un partido de beisbol que marcaba la victoria de los locales sobre un duro contrincante. Después supe que era todo lo contrario. Me amargué un poco pero pensé, él sólo hace su trabajo, le da a la gente lo que le piden y lo aclaman por eso. Mentir es una forma de vida.

Una dama envuelta en pudor esconde un orgasmo prolongado. Allá ella.

Una amiga me intimó que olía pega de zapato para conservar la figura - ¿cómo así? – le pregunté consternado, - bueno, es que me cierra el apetito. Así es como el vicio está tan justificado para quien lo sufre (aunque lo disfrute más de lo que lo sufre) como justificada estuvo la mitología de quienes no comprendían los fenómenos. La única que no justifico es la mitología del catolicismo.

- En esta torre de cristal yazco yo, también en esta casa minifalda, y en esta pila de mierda y en todos los objetos visibles e invisibles – palabra de dios.  

Escribir es una vagancia y en esta generación (para los que nacimos entre el 83 y el 89) significa ser copartícipe de un paisaje desolador al que todos vivimos siendo ajenos.

Para atender al desconcierto recomiendo “las cabezas trocadas” de Thomas Mann y para admirar la bella crudeza de la realidad “el patio de los murciélagos” de Luis Báez. Jamás recomendaría algo mío, mis relatos son tan malos como pesados.

En estos tiempos podemos hacer de una letrina una linda pieza de arte, ganadora de bienales por ser abstracta, innovadora, práctica, pero sobre todo abstracta. Que alguien me tome la palabra, haga su letrina portátil e invite a toda la familia a cagar en ella hasta llenarla al copete, luego inscríbala en el concurso y pronto verá los resultados.

- Esta realidad provoca nauseas.

miércoles, 12 de enero de 2011

MULATA

Uno a uno íbamos saliendo de aquel cuarto con apenas la fuerza suficiente para empujar la puerta y tomar asiento en la amplia mesa del vestíbulo. Las gotas de sudor rodaban desde las sienes hasta los tobillos y a todos nos inundaba un sentimiento en común: la vergüenza; a tal punto que nos era imposible vernos a los ojos. Al cabo de unos minutos apareció Rodrigo, aniquilado, exhalando un vaho espeso y azul.

A él si lo miramos, esperando en su semblante algo distinto a derrota pero era todo lo contrario. Pasó a duras penas a ocupar el lugar de la cabecera y se echó en la mesa sin reparo alguno en nosotros. Yo, al menos había recobrado el aliento y empezaban a pasar por mi mente cuestiones un tanto inteligibles como pensar en mi semblante, me imaginé de una palidez mortecina, con los vasos de los ojos estallados en sangre, y diminuto, despreciablemente diminuto. La mulata salió con una sonrisa radiante que se dibujaba de entre sus encías podridas, por lo demás estaba cubierta en exceso de nuestro sudor, baba y fluidos, pero todo aquello no hacia más que enaltecerla, como una diosa de ébano, una puta deidad. No dijo nada, solo permaneció ahí, como un guerrero que contempla orgullosamente los cuerpos ahora inermes de sus enemigos.

Para mayor afrenta Madame nos empezó a cobrar, no lo que nosotros habíamos planeado sino el fruto de su apuesta, incluso metiendo la mano en las bolsas de aquellos que permanecían desfallecidos en su asiento. De repente sentí como si en mi estomago se hubiese encendido un caldero y que una llamarada iba subiendo estrepitosamente hacia el esófago, la sensación iba acompañada, como si fuera poco, de la imagen de la mulata que ahora estaba sentada frente a nosotros frotándose sus enormes pechos con una esponja vieja, sus ojos eran amarillos como los que se manifiestan en la ictericia de un hepático en estado crítico y su boca (talvez resulta más apropiado llamarle trompa) expulsada hacia adelante cual pellejo suelto de carne corrompida.

Madame, habiendo terminado de pagarse a sus anchas nos convidó a salir: - penes muertos, desalójenme la sala que hay clientes a la espera. Así salimos pues, encadenados unos a otros con los brazos, como secta de borrachos o de viejos decrépitos en plena juventud. Íbamos trastabillando, cayendo millares de veces, aquello parecía el andar de un gusano moribundo o un acto de un pésimo circo. - ¿Qué pasa? - me pregunté, porque a mí el sexo jamás me ha causado tal cosa, estar hasta el punto del colapso, ya hace más de una hora de aquel nefasto (si lo hubiera sabido desde un principio) acto carnal y no logro librarme de esta pesadez (porque de la inmundicia estaré, espero, despojado hasta la hora del baño), además ¿qué clase de artilugios podrá emplear esa mujer para hacer sucumbir a diez viriles jóvenes de tal manera? me es inconcebible. Para quien lea, tenga en cuenta que mi tormento trasciende lo netamente físico. Entonces esto no ha sido sexo sino el contacto con una maldición y aquella mulata no es una simple mulata sino una divinidad que encarna perversión y lujuria.

Pasamos frente a la casa de Silvio y de no haber sido porque su prima lo saludó hubiésemos seguido sin percatarnos porque estábamos profundamente absortos, despegados de cualquier realidad posible que no fuera la piel y los mugidos de la prieta. Al fin llegué a mi casa, no como producto de un acto inteligente sino de mero instinto, como si de tanto hacerlo se elaborara un trazo mecánico de seguir un rumbo, de tal forma que podría hacerlo desde un estado de inconsciencia, como es el caso. Abrí la puerta mecánicamente y así me dejé caer en el sillón de la antesala, no sin antes presenciar algo como una lluvia de chispas y vomitar sobre la mesa ratona.
En mi sueño me culpé a mi mismo del último acto: me encontré reclinado en el pródromo, con las manos en el estómago y una maldición viscosa que salía por mi boca; frustrado, desesperado de no querer ser yo mismo sino migrar a algo diminuto como consideraba que era lo justo, decidí introducirme en mi propio vómito para purgar mis terribles faltas a la decencia, ahí contuve mi nausea y navegué en la espesura verde-marrón mientras cada componente y cada célula muerta se iba haciendo más grande (no reparaba en que era yo el que decrecía dramáticamente) hasta que me encontré cuerpo a cuerpo con una milicia de ácidos dentados que empujaban con fuerza hacia adelante donde se encontraba un frente de células redondas y enrojecidas y detrás de estas un conjunto de organismos pálidos y agonizantes; una nata amarillenta nos cubría y los que iban en primera fila sostenían una red del mismo color, como si la fabricaran ellos mismos desde el interior de sus pronunciadas mandíbulas. Teníamos a veces que capear a unos centinelas negros y fornidos, con mandíbulas mucho mayores a los ácidos, que atrapaban en burbujas las cáscaras de frijol o granos enteros de arroz o restos de una mala digestión. Sentí que en la corrida se habían ido las horas, los días, los meses, sentí que no habría problema en regresar a ser hombre porque ya todo había sido digerido en este largo campo de batalla, en lo que mi mente iba cavilando y me dejaba llevar por la marea ácida algo me detuvo de lleno, el centinela clavó sus ocho ojos mientras abría su horripilante mandíbula negra – es tu culpa, es tu culpa, por deglutir el mal nos llega el mal y ahí hacemos lo posible pero no te basta ¡culpable! (ya para entonces me rodeaban las huestes ácidas y los demás centinelas con las inmensas burbujas a tuto) ¡culpable, culpable! te seguís alimentando del mal. Al filo de la muerte recordé que aquello no había sido más que un acto de voluntad y que podía prescindir de él cuando quisiera. Volví a mi forma humana, al menos así lo intuí en otro estadio del sueño, el pasadizo era lo suficientemente estrecho como para no poder estirar los brazos y lanzar un profundo suspiro. Habían marcos colgando del techo en forma vertical, eran inmensos con inmensas imágenes en negativo, como una burla a la tecnología digital. Al final se divisaba una puerta forrada en una lámina de metal, al abrirla escuché los estruendos y al voltear vi como caían los marcos colgantes en efecto dominó, me apuré a pasar y cerrar la pesada puerta. Estaba en la antesala, despierto, el mentado vómito servido en la mesa enana, la lluvia de chispas saliendo de un cable colgante que no dejaba de moverse, representando la rabieta de una mamba negra. No sé como estaba desnudo, hacía frío y la cefalea me hacía alucinar cosas, es un hecho. Me senté, traté de recordar pero no me vino otra cosa más que la deidad mulata con sus piernas abiertas, vomité de nuevo ¿qué es esto? no soy racista ni mucho menos, jamás he tenido aversión ni rechazo a los de raza negra, es más tengo muy buenos amigos negros, el mejor maestro que he conocido es negro, el zapatero, el de la farmacia, le aprecio mucho, me da descuento y me regala muestras de fármacos que el ministerio le da, me invitó a su boda y fui, los invito, a él y su esposa, de vez en cuando a la casa. No, no es eso, no tengo siquiera porque convencerme a mí mismo de que no soy racista sabiéndolo de antemano.

El teléfono suena pero no considero adecuado levantarme, no para caer desmayado al piso. Calla, vuelve a sonar y así unas cinco veces hasta que el ruido me convence, levanto, una voz arrastrada, sedada me habla sobre culpas, en eso caigo al sueño de los ácidos:

- es tu culpa Bruno, tu culpa, no debimos hacerte caso ni seguir el jueguito de Madame

– pero ¿quién es? esperé que respondiera que Ácido, que alargara su horrenda mandíbula por el auricular y repitiera ¡Ácido!

- ya no sé ni quien soy, no sé si tengo un nombre, me repito Max, Max en la cabeza como si ese nombre encerrara toda una identidad que ciertamente es posible pero ¡no hablemos de cosas accesorias, es tu culpa Bruno, tu culpa!- a pesar del tono de su voz no dejé de sentir cierto alivio al saber que era Max y no uno de esos ácidos y, más aún, que no estaba desvariando.

- Oe, te escuchas irreconocible, lo siento, lo siento mucho, no recuerdo nada más que a aquella…- y alejé la bocina para vomitar de nuevo – mulata.

- pues sí, de ella se trata todo esto, tengo ronchas en la piel, empezaron a salir y el picor era intenso, inaguantable, decidí no rascarme y tomarme un baño pero aquello era leña al fuego y comencé, lo juro que no quería pero se sentía tan bien rascarse que todo mi cuerpo agradecido ¡se llenó de ronchas! las tengo por todas partes, no sé qué hacer, andá hablá con Madame que nos libere de este hechizo que nos hizo ¡puta vieja macumbera!- así supe que la cosa era más seria que la nausea y las alucinaciones, al ver mi miembro desnudo solté el teléfono, estaba cundido de ronchas rosadas y empezaba a picar.

Al comunicarnos los diez y tener la certeza de sufrir lo mismo, acordamos tratarlo con la mayor madurez posible, al menos intentarlo porque se nos salía de las manos. Las ronchas persistieron por dos semanas; los primeros días el prurito era incontenible, y al rascarnos se esparcía por todo el cuerpo. Contactamos a un médico muy diligente que por una suma considerable nos visitó y nos dio seguimiento a todos, el tratamiento era eficaz pero no infalible para hacerlas desaparecer en un día. Él, ante nuestra desesperación se encogía de hombros y repetía un “se hace lo que se puede”. Alucinábamos casi todo el tiempo, por las noches era peor, cuando la fiebre y la ansiedad subían, ese era el momento en que el súcubo escogía para aparecerse ante nosotros, disparándonos el mal con sus pezones tostados y en forma de broche y su eterna sonrisa blanca. Las alucinaciones duraron dos, tres meses y aun no nos recuperamos por completo, todos hemos descubierto la fobia de muchas formas. Naturalmente eso modificó nuestras vidas, algunos tenían esposa y familia, estas los abandonaron al sentirse impotentes, amenazadas y desprotegidas por la horrible maldición, perdimos empleos, la secuencia del tiempo, las costumbres sociales, incluso nuestros hábitos individuales y es hasta ahora, seis meses después, que medio hemos logrado encausarnos. Hemos sabido que Madame asentó su negocio en Corn Island y es visitada por muchos extranjeros estúpidos que buscan aventura y placer entre las piernas de una mulata.