sábado, 20 de noviembre de 2010

MAR DE ESPEJOS ROTOS

En estas veladas nunca falta un reconocimiento piadoso a algún ausente, alguien (por etiqueta generalmente el anfitrión) se avienta a dar un discurso breve y solapado mientras la audiencia lucha por mantenerse erguida en una sola posición, luego alzan las copas, las hacen chocar, estallar y el champagne burbujeante se derrama entre sus manos temblorosas, se miran con una leve pena como cómplices de un juego inocente, sus ojos están vidriosos y enrojecidos, viene otro brindis, sus bocas se abren entre sonrisas, tragos, sorbos y besos disimulados.

Yo lo admito, olvidé contar las copas pero me justifico alegando que es una labor difícil entre el ir y venir de los meseros, las acaloradas conversaciones y el flirteo constante. Me encontraba en la línea entre la embriaguez y la borrachera, lo supe cuando Tomás se me acercó y de forma muy diplomática me alertó que estaba subido de tono, además empezaba a sentir acalambradas las piernas, persistentes ganas de orinar (ya a ese momento habían ido 4 veces), pesadez en las pupilas y un sutil y sabroso mareo. Decidí que era muy noche, Marina estaba allá, a lo lejos, envuelta en un trajecito negro con lentejuelas, fui a ella con gran esfuerzo para no tropezar, - “me voy”, le susurré al oído, - ¿tan pronto? ahhh, dame un minuto. A esa mujer le daría mis mejores horas, mis más largas esperas. Del otro lado Tim, un músico nigeriano radicado en el país tocaba un blues en el piano con magistral soltura, el grupo de Marina hablaba de la mítica hebrea, de Baal, de la putridez que había en sus templos y del señor de las moscas, algunas parejas bailaban fuera de ritmo, fuera de forma pero eso sí, felizmente embriagados como yo que era cogido del brazo y sacado de ahí. Así todo era posible y no había de qué renegar, el olor a jardín era reconfortante, casi como su aroma que se desplegaba como una nube dulcísima e invisible. – Me place tu compañía. Al formarse su sonrisa los ojos se le entrecierran como un par de ópalos intermitentes, me tropiezo con una maceta o una piedra del sendero que lleva al parqueo, me sujeta y no caigo, sus ópalos chispeantes me ven con ternura. Enciendo el motor, meto el cambio sin haber quitado el freno de mano, ella lo hace. En el trayecto no paro de hablarle, mi lengua está pesada, espesa, me percato que estoy nervioso, debo callar por un momento y salvarme de mi propia desgracia. – ¿Entonces no me vas a invitar a pasar? – sus ojos empedrados me escrutan con severidad, de pronto me inunda un miedo helado – no Bruno, hoy no. - ¿Talvez en otra…? - la puerta se cierra y su figura se va perdiendo entre los arbustos, ¿qué habrá sido? me culpo, es por mi estado, hablé mucho, la asusté, talvez la escupí en mi verborrea, talvez es que es su táctica de alargar las cosas pero ¿cuánto más podrá tomarme esta mujer tan divina?

Permanecí parqueado por un momento, mi inquietud y desconsuelo eran evidentes, no voy a poder conciliar sueño ni dejar de pensar en ella, de repente estoy inconformemente sobrio, mi piel ha echado el vapor de la embriaguez y entro a un estado de ansiedad. En la estancia la fiesta se irá a prolongar mucho más, podré embriagarme de nuevo, emborracharme de preferencia y olvidar el destello y el rechazo de Marina.

Al final que no, Tomás ya iba de salida también y no quedarán más que arrepentidos, aves escandalosas, mujeres trepadoras, dipsómanos y Tim tocando el piano con mucho pesar de no disfrutar ya de su colchón. Decido que un par de cervezas en la soledad de mi casa son la mejor solución, bajo rumbo a la gasolinera, es la una de la mañana, el tráfico es tan escaso como violento, la calle vomita chispazos color ámbar en sus márgenes, aumento la velocidad solo por precaución, los semáforos operan en rojo intermitente y me pongo a pitar desde una cuadra antes para advertir mi paso. Las hileras de nim tapan a medias las aceras, entrecortadas sus sombras por el fuego ámbar. La curva desemboca en una rotonda iluminada por un blancor solemne, al centro, en lo alto hay un fantasma de concreto, entro al parqueo y me detengo a un costado de la tienda.

Un six pack de cerveza Toña
un paquete de cigarros Belmont
un encendedor Bic
una bolsa de chiverías
un ejemplar de El Alquimista de Coelho, que tiraré a la calle por mero placer.

- Oi, don ¿fuego? un tabaquito por ahí que me done- al darme la vuelta para abrir el paquete de cigarros y regalarle uno fui empujado contra el carro y sentí en mi cuello un espinazo firme y helado, como una descarga súbita de energía.

- Dale, dale, dale balazo abrí el carro antes de que te entierre el juguete. Sentí el filo del cuchillo raspándome el cuello, al principio (al primer momento de sentir el filo) pensé que era una mala broma, era una mujer ¿porqué una mujer habría de hacer algo así? imposible, no, no imposible pero sí impensable. Apareció otra, a la cual no había visto al principio, ésta se puso de frente a la puerta del copiloto esperando a que abriera mientras la primera mujer seguía pinchándome el pellejo. Algo, un escalofrío, un estremecimiento pavoroso recorrió mi piel, saqué las llaves de la bolsa del pantalón, abrí no sin antes fijarme en lo que pude de la segunda mujer que esperaba del otro lado. Es de todos sabido que las gasolineras son focos de delincuencia, un espacio absolutamente impersonal, frío, apestoso como la gasolina que brota de las bombas, ya adentro la segunda mujer me obligó a ponerme el cinturón y arrancar - ¿dónde? pregunté aterrado, - a tu casa, a tu casa hijueputa. La segunda mujer me amenazó con un cuchillo aserrado y más pequeño que el anterior, de cacha roja, de alguna cocina ajena. Sus ropas eran escasas, hedían a humo y a vinagre, sus bocas estaban pintadas en exceso, deduje que eran un par de putas frenéticamente violentas, la primera mujer era recia, no gorda pero si de contextura hermosa si podría adjetivarla de forma tan benevolente, la segunda era en cambio delgada y con rasgos faciales muy rígidos, con un semblante de amargada. Les pedí que no me rasparan con sus cuchillos, que eso me pondría más nervioso y podría chocar, les dije que les daba dinero, que les dejaba el carro y todo lo que andaba pero que me dejaran - ¿estás casado? ¿ese es el miedo?- yo no mentí, soy un hombre solo – entonces no jodás y manejá.

Mis manos temblaban sobre el volante, de mi espalda brotaba un sudor espeso como pomada que iba descendiendo hasta las nalgas, por un momento pensé en actuar veloz, abrir la puerta y lanzarme a la calle pero era una opción que debía descartar sabiéndome un buen mediador, aun en circunstancias sui géneris como ésta. También estaba la opción de perderlas en algún lugar y salir corriendo o entrar a una cuadra con muchos vigilantes y delatarlas pero la idea se descartó cuando tomaron mi cartera y vieron la dirección en la cédula, yo aduje que esa no es la dirección de mi casa pero no les importó y de nuevo el cuchillo (esa descarga rígida de alto voltaje) insistió.

Me parqueé por la parte de atrás con la esperanza de que algún vigilante viera y me rescatara pero nada pasó, estaba sobreadvertido de que al menor ruido y los juguetes penetrarían mi humanidad. La segunda mujer tomó el manojo de llaves y empezó a probar en la cerradura mientras la primera me apuntaba. Al abrir me empujaron hacia adentro y la segunda mujer estiró su brazo flaco y largo para sacar algo de su bolso, me agarró violentamente, algo blanco, su mano y algo blanco, un tufo fuerte a químico, repulsivo, sí algo blanco en su mano y el forro azul del sillón triplicándose, multiplicándose en un universo de reflejos azules…la nada, la vastedad de la nada.

Desperté en el piso, ajeno a este espacio tan aparentemente vacío, no sé como vine a caer aquí. Estoy vivo, la forma y el color del ladrillo confirman que es mi casa, me incorporo, siento terribles punzones en la cabeza y en la nuca, me percato que estoy semidesnudo y hay sangre en las paredes, sangre en el piso también. Tambaleo y caigo de nuevo, siempre pensé que el tono del piso no va con los sillones que mi ex mujer me dejó, de hecho fue lo único que me dejó a propósito. Navajas me punzan en la cabeza pero estoy vivo, entero, en mi casa, todo fue tan bizarro que mejor sonrío. Hay sangre ¿de dónde? no estoy herido. Me incorporo de nuevo, camino hacia la pared ensangrentada, me percato que hay más sangre en el pasadizo, objetos caídos por todas partes, pedazos de vidrio celebrando el caos; de allá viene más sangre, ya no son líneas marrón sino un charco de un color más vivo que se ha formado bajo la puerta del baño. Huele mal, a carne de animal descompuesto, a tufo de sangre violentada por la nausea. Me llevó tiempo caer a esa imagen aun teniéndola ante mí, el baño estaba teñido de rojo vivo, estaba en cada espacio, tanto color me mareó, tuve que apoyarme en algo para seguir ahí. Sus carnes estaban teñidas también, la primera mujer yacía arrodillada, con todo su cuerpo apoyado en el inodoro y su cabeza sumergida, mientras la segunda mujer estaba dispuesta sobre ella en la misma posición, ambas desnudas.

Es la fecha y no logro entender nada, la jueza me condenó a treinta años de prisión y el vigilante declaró que yo había entrado a mi casa a altas horas de la noche con un par de putas. Marina no ha venido a verme, ya sus ópalos se habrán desquebrajado.

martes, 2 de noviembre de 2010

DIA DE MUERTOS

- Ya estoy descalzo- dijo Diriangén al verlos llegar, su taza de té aun hervía sobre la mesa, una columna de humo salía ceremoniosamente al momento en que él meneaba el remedio con la cuchara


- Ya estoy desprovisto de todo, ya no peso, soy como este aire que se disipa- sacó la cuchara y alcanzó ver su reflejo arqueado por la forma, eran tres tras él, le escuchaban manteniendo una distancia respetuosa

- ¡Ah! soy un animal disecado, por mí se retuercen las bestias en su ignominia- Diriangén cae al piso, empujado por su autoflagelación– las cuencas de estos ojos sin brillo, las garras sin filo, la putrefacción

Se incorpora, prosigue:

- Este cuerpo está fétido- una figura se yergue y se esfuma dejando un rastro grisáceo   - ya estoy descalzo, no peso, soy el aire imperceptible- tres disparos suenan al unísono, uno encaramado en el otro y este en el último que los contiene- llevás la sangre mala, llevás la tierra seca, llevás pisadas sobre tu espalda y cruces en el pecho. Los sujetos caen de bruces, lloran y visten al difunto.
                            [+] Imagen: Willow tree, James Jean

jueves, 28 de octubre de 2010

LA CORDILLERA

Cosas que dicen del parto en la llanura
que es plano como tabla
doloroso como tortura
y el crío es de una vida tan vasta
como la vista al horizonte.

Me dijo el viejo Miguel que nació así
en terreno raso
entre el tapiz del pasto
desprovisto de sombra
en un ardor desmesurado.

Creció rápido
optó por la cordillera
buscó terrenos accidentados
le jugó sucio a su génesis
y decidió parir de nuevo
entre el bamboleo de sus bolas
las llagas, los llantos, el dolor
de una tierra rica y cruel.

Me lo dijo en susurro
mientras se atrincheraba a mi lado
y sus ojos se iban llenando de chispas
su cuerpo agachándose
cada vez más, irrevocablemente
hasta llegarse a enterrar.

Así te recuerdo Miguel
en esta Latinoamérica
que ha parido en la planicie
y migrado a los abismos.

sábado, 23 de octubre de 2010

DETRÁS DEL MAR

En este pueblo junto a la costa
hay muros hechos de losas rojas
El sol entra y sale del portal azul
los peces nadan en reversa
son inmensos y cazan humanos
Los niños recogen las mudas
de las serpientes marinas
y se proclaman reyes con escamas
Las mujeres cargan a cuestas las redes
salen de noche en sus botes
a matar pulpos y tiburones
y los ordenan en sacrificio a los dioses
en inmensas fogatas flotantes
Al llegar el alba cantan en coro
mientras los hombres salen de sus grutas
aún azules y hambrientos
a devorar sus sagrados cuerpos.

domingo, 17 de octubre de 2010

en-ese-sueño-de-eternos-locos


Se me abalanza el sufrimiento
navego el llanto ahogado
en ese-sueño-de-eternos-locos
en ese pálpito de mis venas
de pronto me encierro
no quiero causar expectativas
¡que extraño! ya no te siento
ya me he despojado de todo
tan fácil como hilar
piezas entrecortadas del silencio.
No tenés que entender mi poesía
igual no me pagan por ello
no es reproche, estamos hechos de cosas simples
es sólo que estoy hastiado de las noches de cama
de vivir bajo el confort de una estabilidad
de mediana clase, de hábitos cíclicos
prefiero el piso, el vacío y el caos
en-ese-sueño-de-eternos-locos
reconforta más
que un sueño arropado bajo la almohada

domingo, 3 de octubre de 2010

SU REINVENCIÓN FRUSTRADA

Señor Borges: ¿Qué he dicho yo del tiempo? me retracto de todo y vomito un dictamen final: es la mayor de las falacias y merece infinitamente la horca. Sabio, estúpido sabio. (Algún humano a una distancia prudente replica el perdón de dios y sacude sus manos).

Hace mucho tiempo (tan inútil palabra) una civilización se propuso vencer al tiempo (bis), al cabo de un lapso mediano, contable quizá en tres vidas humanas, se dieron cuenta que es tan fácil y probable como perderse dando vueltas en círculo. Un ejercicio tan sencillo los llevó a cometer el suicidio masivo más grande registrado en los anales de la historia, una historia tristemente provista de tiempo.

Sin embargo afirmo que el tiempo en este lugar no se ha detenido sino que le ha envejecido tanto que resulta lo más anacrónicamente posible, los edificios son de antaño, han echado barba y canas, sufren de osteoporosis y sus fluidos se desparraman inútilmente en riberas de fetidez. En esta ciudad las brújulas al igual que los poetas son una quimera, los hombres pecan de santos y se infligen dolor rodando por las calles empinadas. Los diarios se declaran en bancarrota porque nadie lee más de lo que escribe, entonces la ciudadanía es un inmenso organigrama de escritores en niveles bien diferenciados. Es fácil seleccionar historias y adaptar personajes. Pues bien, vamos a llamar al sujeto Tercero para denotar lo accesorio en la escogencia de un nombre. Tercero desempeña una de esas que el vulgo de escritores suelen llamar “profesiones alternas” por no tener nada que ver ni con la composición, edición, impresión ni publicación de un libro, Tercero es más bien un aterrizado soñador que crea y mantiene jardines, un huraño que vigila sus pasos y se abstiene de saludar de mano. Piensa, a diferencia del resto, que ser viejo es un renacimiento y que su cuerpo hace fotosíntesis. Todos escriben porque huyen del trabajo físico entonces importan mozos y mozas de otros sectores para que les ayuden en sus quehaceres, aseen sus pellejudos cuerpos y (lo más deplorable de todo) lean y compren sus tristemente célebres malas obras. Un día de tantos Tercero se cansó de ver tanta vetusta injusticia y decidió hacer lo nunca nadie había hecho, entró a una imprenta y obligó a uno de los mozos a imprimir quinientas volantes que el mismo pegó durante todo el día, en esta se leía en negrita el título de “Aquellos que surgen del fracaso se reducen a él” y a la siguiente línea iniciaba una lista de veinte nombres, aparejados por la casta a la que cada cual pertenece. Eran veinte no por ser todos sino por la simbología de que el tamaño del papel era absolutamente reducida como para expresar la aversión hacia la peor calaña de la ciudad. Ninguno de los mencionados se sintió tan indigno como para aparecer ahí, más bien surgió un oscuro revuelo, una grave excitación en sus almas impías, se convocó en sesión extraordinaria al Claustro de Insignes Letrados, se convocó al Concilio de Vates y al de Ciudadanos Honorables, el reproche hacia el acto fue unánime, peor fue la reacción de los acólitos que habían leído y releído sus obras, tan malas como vendidas.

La ciudad entera estaba furiosa porque habían lesionado y deshonrado el nombre de sus más grandes héroes, y puesto en duda la columna vertebral de la tan respetada y descalabrada estructura social. Aunque el mayor de los anhelos era el de ir a tomar el corazón de aquel infame los ancianos, por razones inexplicables, optaron por esperar. Tercero se lo tomó con calma y salió a mear desde su balcón que tenía una panorámica de la ciudad, abrió la jaula de sus lechuzas y puso la albarda a su caballo Simeón, finalmente resolvió caminar, bajar por la noche entre las sendas que él mismo había abierto entre los bosques, respirando el buen humor de los eucaliptos y escuchando historias que un ceibo tatarabuelo relataba a su descendencia. El reflejo de los faroles inundaba de ámbar las calles, un fantasma humeante se desplazaba lento y a ras. Entró a una taberna de personajes ficticios, todos habían sido otras identidades en las incontables obras malas de sus autores, eran pues “la casta de los advenedizos”, adjetivo que era para ellos más un regalo que una afrenta. Al verlo entrar las risas, la música y los gritos cesaron, -“acá no busca a nadie”, dijo uno de ellos, -“acá nos busca a todos” respondió otra voz con hombría. Tercero empuñó su báculo y expulsando de un saco unos diez libros empastados en cuero dijo: “estas hojas están manchadas, este no es más que papel sucio, reflejo de la vileza de quien lo escribe, esto es una burla, talar tanto árbol para esto es una mofa a la creación. Si el tiempo existe se encargará de hacerles saber su error”. Tercero recuerda bien este lugar, aquí mismo dio muerte a Leandro Dupont, el alcalde tirano. Esa noche se le vinieron cinco, diez, veinte encima pero ninguno logró más que espantarlo, como las presas cuando en conjunto logran frenar a su depredador. Ahora, aunque renacido Tercero ya está viejo, su báculo está opacado del contacto con el suelo y cruza el bosque con mayor dificultad, su cuerpo aun es firme pero su espíritu está frágil por el efecto de la maldad del hombre en todos los hombres. Alguien desde el fondo lanza una botella, él, más que en duelos (que eran inevitables dados los ánimos) pensó en advertencias al bajar, advertencias no de sí mismo como un emisor de estas sino como un mero canalizador del universal orden de las cosas. La botella cayó a sus pies, él se dio la vuelta y salió del lugar.

Tercero se granjeó la envidia de todos por su sencillez, el desinterés por figurar y por la belleza de su arte, principal fuente del turismo en la ciudad. Existe el dicho subterráneo de que ni un millón de obras literarias ni ningún monumento conmemorativo de esos que pululan podrá superar a un jardín de Tercero.

La luna era un rastro incipiente entre un cielo nublado que se rajaba constantemente por los relámpagos, ya el pueblo exigía la muerte de Tercero. Empezaron a llenar las plazas, blandían el fuego de sus cuchillos con ira, con saña, Tercero empezó a comprender que el mensaje no era la razón principal de su bajada, a fin de cuentas ¿para qué advertir al que desoye? empezó a comprender que su bajada no era más que la certeza de su destino, su necesidad por la muerte. Lo embargó un temor, no de morir sino de desear la muerte, temió también del engaño que le había jugado la mente al imponerle razones accesorias para una cuestión certera. Decidió ir a buscar la muerte lo más pronto posible.

La realidad es la misma. La plaza principal fue construida en 1849, lleva el nombre de Aparicio Gurdián, descendiente de encomenderos y uno de los más destacados escritores de la época y el iniciador del movimiento de poetas y narradores mediocres que pervive y que es el opio de la sociedad a gran pesar de Tercero, quien se dirige hacia las hordas iracundas. Ahí todo se volvió confusión, los puñales salían de las mangas y de las bolsas para entrar al cuerpo y volvían a salir, sino mataban con el filo mataban con el óxido de los tiempos. Al final quedó atravesado entre las patas del caballo de concreto en el que iba montado el inmortalizado Aparicio, estatua que era una réplica del grabado de Pizarro en tiempos de la colonia.

Años después entré a esa propiedad en la cúspide de la montaña desde donde se divisaba la ciudad vetusta. Aferrada a un portapapeles encontré una carta extensa dirigida a un tal señor Borges, parafraseo un párrafo que me prestó especial atención:

Señor Borges: ¿qué es el tiempo sino un espejismo en un glaciar? He salido a buscar mi muerte, no a sabiendas porque la descubrí en el transcurso pero no por ello dejó de ser menos deliberada. La encontré sí pero a medias, como si el revólver que disparo se atasca y no impactase en mi contrincante sino, al cabo de un tiempo, en mí. La frustración es mía y me sobrecoge, no estoy dispuesto a nada que se me otorgue con tiempo, sería la peor bajeza. Aquellos seres deplorables no pudieron trabajar bien siquiera, no he tenido la dicha de morir bien, deambulo odiándolos y odiándome por ser nada. Le afirmo contundentemente que el tiempo no existe.



viernes, 24 de septiembre de 2010

LOS MONSTRUOS DE VIENTO

Ya he creado falsas identidades, por placer, por burla, por fanatismo, porqué sí. Pero lo que el interlocutor relataba me parecía de lo más fantástico, más bien sacado de una ilusión de vida corta que de la historia tangible. Le inquirí, arrojé todas mis preguntas como dardos en un ataque de curiosidad precoz, él respondió con templanza y sutileza. El lugar era un bar café en la intersección entre Colón y Libertadores, resultó ser primo hermano de Andrés, mi mejor amigo, quien inexplicablemente nos abandonó y salió perdido entre la lluvia. Su aspecto era desaliñado, su barba estaba recortada de la forma más dispareja posible, como si no contó con la ayuda de un espejo, su tabique era de un grosor grotesco y la nariz le bajaba como un bastón colgante, llevaba unos lentes de un inmenso tamaño, es más, acaparaban la mitad de su cara, no entraré en detalles con su ropa porque me es tan banal como insólito. El resultado fue su historia, contada al calor de boquitas y cervezas, una tras otra hasta contar las diez por persona; todo esto en medio de una lluvia gruesa e inclemente. No niego mi ebriedad pero aún y con todo he tratado de recordar la base de su engaño, fue algo así:

Verás, tu nombre es Bruno ¿no? exacto, Bruuuuno, pues bien revolución no es como Bruno, tu nombre es real y se canaliza en vos, la palabra revolución vendría a ser más bien un artificio, un mito, sea donde sea, un plato adobado con propaganda, idealismo o con lo que uno quiera agregar (eructos). Pues bien, aquí donde me ves yo creé una revolución, sin una bala, sin salir a la calle, sin gritos. Yo hice estructuras de hombres, modelos de hombres, los monté a un pedestal para que el pueblo los adorara, creyera en ellos, luchara por ellos, rezara por ellos, matara por ellos. Fue hace mucho tiempo pero no olvido. No soy un charlatán, no me cuesta dormir por el peso de conciencia, creímos hacer lo debido y la historia nos recordará por ello ¿qué mejor cosa qué eso? Era 1971, hacía tres años que me había graduado como periodista, de inmediato ingresé a la facultad de derecho pero lo más grueso de la guerra me impidió seguir. Ya desde antes era militante, mi labor era la de reclutar más adeptos. En el ´69 tuve que huir a México porque corría mucho peligro, ahí conocí a Filadelfio Rodríguez, hombre nítido y duro como la superficie del acero inoxidable, Filadelfio impartía la cátedra de antropología política en la UNAM y había llevado a Alemán al poder a punta de espejismos. Yo, identificando su genio me le acerqué y rápido me acogió como un acólito. Regresé en el ´71, en ese momento el gobierno empezaba a impulsar sus políticas que aunque renovadoras y radiantes de esperanza se aplicaban con timidez, las leyes se gestaban ruborizadas como niños con pena ante la población que aún estaba sobrecogida por el espectro de una guerra que había durado veinte años. Afirmo incluso que la población se volvió masoquista, se habían acostumbrado tanto al conflicto que lo añoraban, y en esta transición fueron varias las veces que salían a las calles a crear un caos porqué sí. Suena muy raro, yo sé, pero es más raro analizar el comportamiento estando ahí. Pues bien, Ángel, mi hermano mayor para ese tiempo trabajaba en Presidencia, me consiguió una plaza, por mi palanca y mi curriculum fui nombrado director de prensa de Presidencia.

Al llegar y ver mi alrededor no había más que un buró de funcionarios agotados, incompetentes para sus acciones en su mayoría. Por desgracia el gobierno perdía credibilidad rápidamente y ya estaban surgiendo las primeras huelgas generalizadas, las primeras asociaciones políticas de oposición, le recalco esto sólo para que recuerde que era un estado sui generis. Yo mismo hablé con el presidente, le expuse sin pelos mi visión del problema y la estrategia que se debía tomar para no ahogarnos antes de tiempo. Aceptó.

Al día siguiente las radios y televisoras amanecieron con la noticia de que cuatro comandantes habían sido secuestrados por hombres del ex general, eran sujetos muy conocidos y queridos por el pueblo, uno un cura que agarró el fusil y que, aunque por el hecho de actuar en contra las normas de la iglesia jamás renegó de su fe, el segundo hijo de un hacendado rico que prefirió luchar para liberar a su pueblo que amasar la fortuna familiar, el tercero un profesor de montaña, el cuarto el hermano menor de un mártir. Aquello tomó su rumbo y rindió los primeros frutos: la unidad ante la tragedia. Al cabo de veinte días (tratando de no hacerlo largo para que la expectación no terminara en aburrimiento) los secuestrados fueron rescatados en una misión heroica de suma importancia. El pueblo cargó en hombros a sus comandantes devueltos, hecho que fue aprovechado para lanzar una reforma agraria, una nueva ley fiscal, una constituyente que parió una nueva constitución, entre otras maniobras a gran escala. El presidente sintió que me debía mucho y me entregó una libreta de banco con un saldo de siete cifras ¿qué iba a hacer yo? ni modo. Pero a la vez me veía con cierto temor o recelo, como se le ve a un sujeto peligroso, pero eso aun no me quitaba el sueño. Los comandantes siguieron haciendo noticia, se ganaron las elecciones del ´75, fue en ese mismo año que fui relegado de mi cargo para ocupar otro que decidí no aceptar. El presidente se había librado de mí, había aprendido todo lo que tenía que aprender para permanecer en el poder. Lo más duro de todo fue el reencuentro con Filadelfio, al contarle los hechos me aniquiló el espíritu con una bofetada, te podés imaginar Bruno, a como yo lo veo la bofetada de tu mentor por haber fallado es más dura que la de una madre, que la de una esposa, que la de cualquiera. Ese pueblo está sumido en la tristeza, allá se alimentan del recuerdo, yo prefiero el exilio.

Se empinó largamente la botella, las gotas corrían por su brazo pálido, había más de veinte colillas aplastadas contra el cenicero, la lluvia enturbiaba los reflejos de las luces, el mesero agitado venía cada diez minutos a inspeccionar la mesa en señal de que es hora de cerrar. No respondió a mis preguntas, sólo se despidió alertándome del peligro de crear monstruos que pueden desarrollarse tanto que será imposible erradicarlos.
Grabado: El sueño de la razón produce monstruos, por Francisco de Goya

martes, 21 de septiembre de 2010

UN CROQUIS DEL CIELO


Quedaría inconcluso. Sería muy injusto dejar que el lector imagine el resto de antemano, aunque no niego el placer de pronosticar sus cavilaciones. Trataré de seguir lo que nunca he iniciado. Trataré de relatar la historia del mentado Silva de Sabana Grande y sus tristes peripecias.

1958 es un año poco memorable para los anales de la historia nacional, para él lo es mucho menos, bien podría situar las fechas en órdenes aleatorios para traicionar su costumbre: 8591, 1598, 5918 y así sucesivamente. El muchacho lleva el Silva por su padrastro que tiene más de intruso que de padre, su madre es planchadora y cocina por encargo en fechas especiales, él a capricho propio lleva el “de Sabana Grande” como baluarte de su procedencia. Silva de Sabana Grande al parecer detestaba su nombre de pila, quizá esa sea la razón por la que se hacía llamar de una forma tan poco práctica.

Un día de octubre salió a pasear por los campos con su primo Simón, llevaban un cholenco encintado a duras penas y con la baba reseca en su trompa de tan sediento, aún así la bestia echó a andar con ellos por mera misericordia. Cruzaron la barda de los Suarez, robaron piñas, guayabas, melocotones y pitahayas y así se las echaron, corrían arriando risotadas, durmieron bajo la escuálida sombra de un jícaro, se llenaron de la polvareda meridiana, descubrieron un nido de ratoneras y no las dejaron en paz hasta sacarlas a todas. El día discurría en la apacibilidad de un cielo de trazos blancos que se tornaban ligeramente grises cuando el sol atravesaba. Al fondo estaba el lago turquesa chispeando tilapias, del otro lado la cordillera pelona y oscura como la bota del Silva de Sabana Grande que esta vez no se ha escapado de la bendición de una gran plasta de mierda, se echaron a reír tiernamente, pensó para sí que uno no debe pensar tanto las cosas, después de todo lo mejor le ha salido así al bolsazo. Su niñez fue una vejez prematura, a sus trece años vio venir un limbo de actos incomprensibles que a duras penas lo dejaron vivo. Decidió al fin creerle a las figuras del cielo. No hay persona que no lo crea loco pero para su primo Simón (amnésico a la sazón) él solo razonaba de forma muy peculiar. Pues bien, en Nicaragua se vive en una burbuja y la gente sabe muy poco de todo pero Silva de Sabana Grande (si corriera con la venia de su pueblo) sería un prodigio, un visionario, un iluminado que lee el lenguaje de los cielos. Ahora que nos hemos alejado de la fecha me logro dar cuenta que pocas veces erraba y, de habérsele escuchado para estas fechas sería un mesías.

Por eso afirmaba (con cierta mofa) que daba igual 1958 que 8519, porque para él existía una constante que lograba paralelismos en el tiempo: la lectura de los cielos. Así supo quienes eran los azotes del abigeato en la zona, señaló al culpable de la violación de la niña Cándida cuando venía de vuelta de Tipitapa, previó incluso el terremoto de la Centroamérica en el ´68, avisaba cuando iba a haber llena del Xolotlán, se atrevió a afirmar (algo increíble para aquellos tiempos) que habría una Nicaragua sin Somoza, pero jamás sus declaraciones fueron tomadas en cuenta más que como balbuceos disparatados.

Su incapacidad de pronunciar correctamente hubiera sido corregida por su primo y al fin poder llegar a los oídos de los incrédulos de no ser que el pobre Simón olvidaba todo cuando ni siquiera lo había terminado de digerir. Fue así como en su incomprensión por el mundo decidieron engavillarse olvidando hasta el mínimo resquicio de realidad existente, para así no pecar de inconscientes.

Silva de Sabana Grande por un capricho también adivinó su muerte, eso fue horas antes, el cielo era pálido, de unos cirros interminables que coronaban la llanura, el fondo tenía un tono rojo tierno que a veces bajaba a un amarillo apagado hasta terminar en ocre, allá donde se divisan los picos chancomidos de los Maribios. Un zumbido inquietaba a las aves que ya no se sentían a gusto en las copas de los arboles, hubieron toneladas de hormigas tiesas ese día, uno caminaba y escuchaba el crujir de sus cuerpos bajo los plantas de los zapatos, de pronto teníamos al lago a la orilla. Ya el mentado Silva había cerrado los ojos.

Foto tomada de la web "Nicaragua actual"

domingo, 12 de septiembre de 2010

RELACIÓN EPISTOLAR


Me doy cuenta que escribirte es un error de esos que por lógica son tan evitables. El baile de salón en mi cabeza (ese que en su permanencia te concibe) me ha mareado, me ha dejado descubrir las imperfecciones de este piso. Hoy salí al día, intenté no buscarte, hice de todo para no encontrarte entre tanto objeto con recuerdos tallados en cincel, pero jodido cómo es de fácil el engaño. Siempre he sido combativo de mis propias voluntades, en este caso lucho por no verte mientras cierro los ojos y camino hacia la oscuridad acostumbrada pero tan temida, me entrego a medias pues con recelo; el proceso es tan breve como arduo, al principio hay inmensas manchas teñidas en colores primarios que poco a poco se van diseminando, se espacian en sus huidas veloces y van adoptando la forma de un ejército de diminutísimos entes infrarrojos que bailan concéntricamente, más tarde se baja un telón verduzco que dispara millares de esos mismos entes: es momento de declarar la guerra subatómica y de vencer a la luz. Me doy cuenta de que estoy estresado y no han pasado más que dos minutos, he vuelto a abrir los ojos pero las manchas persisten como si la percepción visual se desdoblara en claroscuros, no he entrado en vos, aún me rehúso con estoicismo. Entonces me siento a escribirte de nuevo, te escribo sin el apego a vos, imaginándote a través de un vestido flotante que te ha consumido, trato de no relacionarte con nada más que con ese vestido que permanece inmóvil, vivís a través de él y es lo que te caracteriza y a la vez me sirve para confundirte entre el resto de las cosas y hacerte mucho menos humana y mucho más prescindible. Te escribo esta carta que flota como tu vestido, esta carta tan poco trascendental como las batallas que libro al cerrar los ojos. He sucumbido en mi intento por desconocerte.

[+] Imagen: Swimming lesson. Jacek Yerka

sábado, 11 de septiembre de 2010

BREVE MUERTE DE MI VERSO EN PROSA

Mi prosa es un juego de azar
una lengua enredada entre trampas dentales
la distancia entre libertad y el yugo
una noche de fútiles descaros
¡qué decir!
soy reproductor de historias cortas
para ojos trasnochados
reniego de disciplinas
sufro del mal de la mezquindad
y repienso tanto
que al fin la idea, de tan madura
ya no es útil para la cosecha
Es más
este disparate escrito en verso (por mero capricho)
podría ir de corrido y enlatarse en cinco líneas.
DE PRONTO ESTE ESPACIO
TAN ARTIFICIAL
SUFRE DE NOSTALGIA

domingo, 22 de agosto de 2010

DUALIDAD


El sujeto me invitó a ver sin ningún compromiso, yo muy presto a hacerlo pero no llevaba espacio en mis manos que cargaban tanta bolsa con compra. “Disculpe señor yo sé que esto está fuera de rutina pero ¿podría guardarme mis compras mientras ojeo a gusto?”. Claro, el sujeto accedió y yo me sentí impelido de inmediato a comprar al menos un libro por la gentileza.

Cuatro de la mañana, la alarma. La vibración del aparato suena fuera del compás de la música, la oscuridad inunda el cuarto y despierto con temor no sé a qué pero siento una presión fuerte en el pecho que me eyecta. Enciendo la luz y la súbita claridad me golpea la vista, en ese momento uno es muy sensible, puede botar cosas e incluso marearse. La inevitable pereza, duermo recostado a la pared o al lavamanos. Debo estudiar para un examen que será cuatro horas después.

El puesto de libros usados está a la par de una parada de buses, el sujeto es un buen localizador de sus libros aunque no tenga idea de lo que está escrito sobre ellos. Le pregunto si están ordenados y me hace una seña como quien dice que cada cosa está en el lugar debido. Ciertamente: Engels combinado con un tomo de cocina oriental, Ficciones de Borges a la par de el código de instrucción criminal, las portadas de los archienemigos Vargas Llosa y García Márquez puestos frente a frente, Nietszche codeándose con una obra de autosuperación, la pasta desollada de un papa Goriot naufragado en el mar del viajante Hemingway, Azul jincando a Othello y este a una Ilíada mutilada y debajo de estos el paraíso cálido de las polillas.

Es difícil mantener el equilibrio en un bus en movimiento, es necesario apoyarse a las barandas y llenarse del germen cotidiano. Llego al lugar, urbanísticamente la calle es la división entre uno de los barrios más peligrosos de la ciudad y otro pero para un maleante esas fronteras no existen. En la sala de espera hay muchos vendados, mucho olor a sangre y podredumbre mezclado con tela, el televisor empotrado a la pared está ahí para abstraerlos del dolor. “Busco al doctor Benito Espinoza, soy un alumno suyo y nos toca clase”, el vigilante asintió y me invitó a esperar mientras lo buscaba. Uno trata de ver al piso como si fuera el televisor, las miradas te disparan, te recostás y están sobre esa pared, te volteás y te atacan de cualquier forma. El problema sería que yo no sea lo que ellos creen entonces no sabrán porque estoy aquí, en lo general no me interesa qué piensan pero sintiendo como siento sus miradas accedo a que atinen que soy lo que ellos piensan, no en balde cargo con mochila. Camino hacia la puerta interior escoltado por el vigilante chaparro, entro a un laberinto de pasillos blancos con rodapiés grises y él me va indicando qué dirección tomar. “Hasta aquí lo dejo, el doctor está tras la puerta de vidrio”. Entro, una leve claridad polarizada, tan ideal para los ojos recién abiertos ¿cómo es que me doy cuenta hasta ahora? el piso está alfombrado, hay olor a ambientador y el aire es frío, las paredes están plagadas de diplomas, placas y fotografías de grupos posando para las memorias de los congresos. Lo único que quiero es exponer y ver muertos.

Los libros están puestos uno sobre otro, la mayoría tiene las pastas desvencijadas o arrancadas pero el interior se preserva intacto, muchos fueron de colecciones personales o son el desecho de bibliotecas, los demás han venido a parar por coincidencia o la necesidad misma del espíritu del libro por sentir el tacto de unas manos. Sí señor lector, los libros son putas exquisitas y bien arropadas pero putas al fin, usted deje impresa su huella en él y lo sabrá. Entretanto tengo que hacer malabares para fijarme en los títulos de los libros que están la parte superior de los estantes, hasta el momento no he visto nada que me cautive pero como expresé anteriormente mi obligación con el sujeto ya está consagrada. Una pareja llega buscando un libro de enfermería con el autor apuntado en un papel, él es bastante más alto que ella y se inclina con esfuerzo para jugar lenguas. Relaciones temporales, romances de discentes, un día él va a dejarla por haber amanecido con tanto dolor en la espalda que no va a poder ni levantarse. Tengo la maña de pensar en panoramas sombríos para las cosas, pienso en que hay demasiado sol en esta parte del mundo y por eso se me encuentra tan huraño y grotesco. De pronto huelo sangre y tela, como si tuviera de frente un lampazo empapado en un charco de sangre desparramada, esa claridad súbita de nuevo, estoy frío y tengo en mis manos un libro en vías de extinción: La envoltura del silencio por Bruno Zavala. Sí, lo recuerdo, este libro llevó un año y otro más para publicarlo, a regañadientes del editor que sufría de pudor. Recuerdo que tenía la promesa de que sería un “libro de cuarto”, es decir que no podría escribirse ni en la sala ni en el patio ni en parques ni en cafés, sólo me permití escribirlo en el cuarto y hablar sólo de ese espacio ¿por qué no? si todo parte de un punto, hay obras que refieren a una sola palabra, tendaladas de páginas que analizan una sola cosa. Después de terminada la obra el cuarto fue forrado de tela y quemado vivo.

No miento, no niego sentir en mi alma el llanto suplicante del cuarto que fue mi propia envoltura no de un año sino de toda mi vida pero el espacio ya era algo pernicioso para mí, había cobrado vida y hablaba, todo el tiempo hablaba, aún cuando no estaba en él, me mandaba mensajes de aire pidiéndome o encomendándome cosas que no sé como hacía, me sentía sustraído de mí mismo entonces llegué a la conclusión de quemarlo. Al terminar la clase le rogué al doctor nos llevara a ver muertos, él sonrió con la sonrisa que un sacerdote le hace a alguien que acaba de confesarle sus peores pecados. Caminamos por el mismo laberinto de pasillos blancos, uno fácil se pierde acá donde todo huele y sabe a nada, donde me parece que voy a volver a la sala de espera y otra vez aquellas miradas sofocantes pero ya no solo a mí sino al resto de estudiantes. Llegamos a una sala con amplios armarios y gabinetes, nos dan máscaras y guantes, nos piden silencio, discreción, si es nervioso o padece del corazón por favor no entre. Tras la sala está el cuarto principal, el frío colma hasta los tuétanos, los labios tiritan y hay un asfixiante tufo a formaldehido, en una camilla de metal alguien cubre mi cuerpo desnudo con una tela verde. Me repito a mí mismo que estoy muerto. Estoy desnudo, tendido en una placa metálica a una temperatura que te hela los párpados, estoy en un matadero a la espera de que otro animal que goza de vida me diseccione. Entonces no fue coincidencia encontrar ese viejo ejemplar en el puesto de libros usados como tampoco lo es estar aquí viéndome. Claro, esa obra no llegaría a mis manos sino póstuma, pero ahora me embargan las preguntas ¿qué tal habrá sido la crítica? ¿creería la gente que es una historia personal? ¿quién es mi mayor lector si acaso existe? porque debería ser yo en todo caso pero admito que no leo ni dos veces lo que he escrito. Mis últimos manuscritos murieron de asfixia en un verano rojo. Se debe existir para crear y he matado más allá de mi muerte, he matado el tiempo que pensé estar vivo. Ahora me reconforta el hecho de haberme librado del compromiso de comprar a la peor de las putas, un libro usado.
[+] Mujer con cajones. Salvador Dalí

sábado, 21 de agosto de 2010

PAREJA QUE SUFRE DE VERTIGO


A la luz disuelta entre sombras
soy boca entreabierta de sendas grises
grava filosa entre tus guijarros
tan deliberados, tan bien dispuestos y predecibles.

Me dejás dejarme de todo
lo sé reconocer
me permitís la lejanía del horizonte
la ilusión de una vejez parapléjica
pero sobre todo los ojos
para tocar con ellos a falta de tacto.

Humilde canto de susurros
silbido leve de mis barrotes dentados
pieza desgajada que pende
de tu hilo de baba.

Entonces me has hecho grande
porque te habrás tomado la molestia de hacerme
y me rompo en astillas para demostrarte
que aun no soy nada
y el zopilotero se funde en llamas negras
que salen de tus ojos.
Yo sigo pariendo trizas
pienso, al fin que no es justo dejarte sin nada.

Tengo delirios post mortem
poemas de plomo incrustados
en las plantas de tus pies.
Ya dejá tu humana mentira.
Sufro, me perseguís
en esta tierra de espejos
de pieles cosidas con nylon
de ridículos sueños de polvo.

sábado, 14 de agosto de 2010

LA SELVA INCENDIADA (quinta parte)


Amanece soleado y los mosquitos me comen por tandas, oí hablar de Waslala pero no sé si es que nos llevan o solo tratan de despistarnos. En el trance entre un episodio de mi sueño y otro los motores de los helicópteros se encendieron y otra vez parecía que la champa se separaba del suelo. Briceño sigue dormido como indómita bestia sedada. La vegetación trata de recuperar terreno dentro de la champa, una que otra xerófita surge, pronto se sabe solitaria, echa sus tentáculos verdes hacia afuera para encontrar alguna forma de vida similar y engancharse en el crecimiento pero no encuentra más que la opresión de las pisadas. Entre tanto desconsuelo y tristeza decide suicidarse lentamente, volverse pálida y tiesa hasta caer y enterrarse una vez por todas. Yo preferiría que me maten de golpe, me doy cuenta que se me están acabando las esperanzas de vida a medida que pasan los días y cavilo sobre las posibles muertes como si fuesen opciones de trabajo o de tomar este camino o el otro.

Los mudos se habrán ido en los helicópteros porque ya no se les ve, cada vez que pienso en ellos se me viene un peso de conciencia que me agobia como yunque a la cabeza. Hay que reconocerlo, como actores son excelentes, si alguien lo hubiese documentado ya estarían contratados en Hollywood por su actuación en la montaña. - ¿Qué me ves maricón?- me pregunta un chavalo descamisado y con el ceño fruncido, yo no lo vi a él en realidad sino que veía un punto fijo mientras pensaba en los mudos y a él se le ocurrió pasar por ahí en ese preciso momento. - ¿qué me vés maricón? ¡contestá, ahh, contra maricón! Briceño se despertó con los gritos y empezó a patalear, el joven soldado desenfundó su bayoneta y se la acercó a la cara mientras Briceño le disparaba sendas dosis de rabia por los ojos, - dejá de joder Malespín, andá vestite- le gritó el cubano y el muchacho de inmediato se retiró y guardó su arma. Están hastiados de esta champa, de la inacción, del lodo, de tanto animalero y de sólo escuchar órdenes por radio, millones de veces se han visto las caras, observándose cada virtud, cada defecto, cada debilidad, se saben de memoria lo que irá a decir cada uno a determinada hora. Juegan poco ya, prefieren hacer rondas o escoger un árbol y ensimismarse en sus pensamientos, en sus temores, en sus anhelos y lloran para adentro porque en la guerra no pueden demostrar su alma a la rapiña. En cuanto a mí, la vida se me hace un hilo cada vez más fino, más fácil de cortar, siento que ya no me aferro a nada, ya no me molesta que por las noches me devoren los mosquitos y por los días las hormigas terminen de llevarse lo devorado, ¿qué más me queda que el arrepentimiento? y ni siquiera éste porque valdría arrepentirse por un acto consciente pero a la larga y solo estoy siendo mojigato conmigo mismo por estar capturado y pensar que todo lo que hice en la vida está mal y debe ser reparado ¡No! debería decir que si tocaría devolver el tiempo volvería por mis mismos pasos y veneraría a Somoza, torturaría y mataría, haría exactamente lo mismo salvo que tendría la suficiente cautela de no caer en manos enemigas.

jueves, 29 de julio de 2010

LA SELVA INCENDIADA (cuarta parte)

La vida en la champa no es tan jodida en términos de amenaza porque todo el territorio está tomado por ellos, cosa de la que no nos habíamos enterado. Juegan cartas, ajedrez, beben guaro, se tatúan con tinta de lapicero, unos cuantos leen o escriben, limpian sus armas, las manosean mientras nos acechan con la mirada, comen bien, pero a la vez hay una alerta constante, una emoción inquietante que los mantiene en vilo todo el tiempo, ya me imagino yo metido en sus cabezas de soldaditos de plomo, porque estos chavalos pasaron de jugar tierra a empuñar las armas. Lo más curioso es como el teniente Martínez se preocupa mucho por adoctrinarlos, por mantenerlos fieles a la convicción y ligados al fanatismo que prospera en sus cabezas como espiga en un buen invierno.

El sonido es ensordecedor y las hélices mecen la champa con violencia de un lado a otro, entran cuatro soldados, saludan y uno de ellos les pide a Martínez, al cubano y a otro que se acerquen mientras saca de su bolsa un mapa y lo desdobla. Se oye el ruido de estática de un radiocomunicador, uno de ellos saca el aparato y empieza a llamar “Topo 5 a Topo 6, Topo 5 a Topo 6 ¿me copia?” Topo 6 le responde y le da unas coordenadas que no logré oír por el ruido ensordecedor de esos moscos gigantes.

“¿Ellos son?” le pregunta el teniente Martínez al más chaparro de los recién llegados, que ahora se acerca hacia nosotros y nos ve inquisitivamente con ojos de sapo, con unas ojeras topadas de insomnio –“estos dos no, los otros son míos”- y dice mientras el cubano empieza a desatar a los mudos que me ven y se sonríen. Me sentí ínfimo, menos que hormiga, mi cuerpo no daba más que para pensar en mi propia estupidez, en qué la ingenuidad es quizá el pecado más peligroso y abominable que existe y de inmediato, inevitablemente nació en mí un sentimiento de culpa infinita al no haberme imaginado que los mudos eran mudos porque estaban de infiltrados ante nuestras narices. Como caí, un total imbécil ¡como caí! Briceño empezó a menearse violentamente como culebra sujetada de la cabeza y de la cola, mordía el pañuelo que le habían puesto en la boca para ahogarse de rabia y me veía con esos ojos saltones de toro iracundo. Le tuvieron que echar un balde de agua para que se calmara un poco. Caminamos más de veinte días por la montaña, tiempo suficiente para conocer y reconocer, bebimos de la misma agua, cazamos juntos y comimos del mismo animal, todavía venimos acá capturados y ya llevamos dos días, y aún así no nos dimos cuenta de que aquellos tres hacían un trabajo encubierto. Si alguien más de la contra hubiese sabido y mi ejército se rigiera por códigos y reglas mi omisión hubiera ameritado una caliente meada colectiva y la baja deshonrosa.

En mis sueños el terror me persigue por aquellos callejones de un León bombardeado, las push-pull planean en círculos como buitres que merodean carne corrompida hasta que deciden atacar con rockets de 500 libras. Nosotros esperamos un rato hasta que se disipa un poco la nube de escombros, en ese momento entra el silencio terrible y agobiante que solo se percibe en cementerios o en momentos previos a una ejecución, el nervio me congela la nuca y el Galil tiembla como lo hace mi mano. Las calles son un espectáculo dantesco de fuegos, de cuerpos tiesos, mosqueados y apestosos, de sesos, de brazos y piernas completamente separadas del resto de miembros, la pestilencia es insoportable sin embargo hemos educado bien a las nauseas. Si hay guerrilla ellos no darán el primer paso a menos que estemos descubiertos porque tienen que ahorrar municiones, entonces tenemos que entrar, tirar un par de balas para que el panal se alborote y cuando los tenemos posicionados es cuando sale lo lindo de sentir como se descarga un magazín en tus manos. Avanzamos trotando y agachados, siempre fijándonos en los tejados y en las ventanas, son las mismas calles que aplané cuando niño, las mismas que me rasparon la piel en mis barridas de juegos, nada más que ahora lucen irreconocibles como espectros de algo que una vez me fue tan cercano.

Tenía un amigo en la Guardia, el único que podría denominar como tal: Payo. Venía de Chinandega, tenía como que veinte años, era chaparro y redondo pero ágil además que era un sanguinario de mierda, de esos que disfrutaban entrar en las casas, torturar a la gente y dejarlos mal muertos, con las uñas arrancadas o con los piernas y brazos mutilados. Eran civiles, gente que nada tenía que ver o talvez en realidad sí pero era muy difícil determinarlo cuando todo mundo colaboraba para sacarnos, precisamente esa era la excusa de Payo para joderlos. Aun así tenía su lado bueno. No sé, fue una etapa de mucho instinto, como si el país entero viviera en un permanente estado de karma.

La lumbre echada de menos...y vos

hombre que llorás llamas
gestadas en asfixiado fogón
y en la humeante inquietud
de la irreparable incertidumbre
que te asola
en tus decolorados últimos días.

martes, 20 de julio de 2010

LA SELVA INCENDIADA (tercera parte)


Me gustaba mucho ir a la playa, un tío tenía un rancho en Poneloya y para semana santa siempre me iba con él a ayudarle a vender frito, guaro y cervezas pero esa era la excusa para ir a ver muchachas. Siempre pensé que las leonesas son como mojigatas, no sé talvez sea una percepción errada pero me parece que las crían bajo la línea que les dejó la historia colonial, de pueblón grande y antigua capital y cuna de profesionales, intelectuales y poetas. A mi poco me importaba, igual eran guapas; yo nunca me enamoré porque no me dio chance, además mi papa me decía que eso de andar pegado era para los que tenían tiempo y podían, mi destino era otro, seguir sus pasos y fue lo que hice por eso estoy aquí. Pero eso sí, seré virgen del corazón pero no del pellejo, en una de esas semana santas conocí a Olga, era prima de Lázaro mi segundo mejor amigo. Olga me llevaba dos años y estaba en escuela de señoritas, tenía el pelo crespo y unas pestañotas que me encantaban, pero lo mejor de todo eran sus grandes chichas; le gustaba coquetear con los chavalos, era bien bandida y en una semana santa todos nos emborrachamos en la playa y ella fue mi pareja de esa noche. Después me agarró algo que yo pensé que era amor porque no dejaba de pensarla y pensarla pero me dijeron que eso era pura brama o rigio, como el del niño que duerme todas las noches durante semanas con su juguete nuevo. Fueron buenos tiempos, hablo en pretérito porque no sé si iré a volver y si vuelvo no sé si seré capaz de reconocerme en ese entorno en el que crecí, la guerra es como el infierno ¿cómo podría uno seguir su vida normalmente cuando ha estado en el infierno?

Pero lo que más pesar me da del Briceño son sus hijos, dejaría a seis chavalos con el que le viene o ya le nació, muy inconsciente él al haberse metido a esto con tanta responsabilidad a cuestas. En la champa nos han dado de comer, guineo con arroz, un tiempo al día, nos han dado agua y a uno de los tres mudos le pusieron un cigarro en la boca como para ser magnánimos. Uno en la montaña se acostumbra a comer cosas que jamás pensó, esto que me dieron no es nada del otro mundo pero ya he comido boas, monos, cusucos, zorros y toda clase de hojas, hemos destazado chanchos, vacas, gallinas, cuando nos salían conejos y venados era un manjar exquisito, nosotros no somos como los cachorros que tienen prohibido meterse con los animales que la gente cría, nosotros tomamos lo necesario sin importar de quien sea o no. Sí, vivimos en un pasado insólito en pleno siglo XX, anclados en el ostracismo que el mundo dispone hacia nosotros, pero eso no está del todo mal porque todo lo hacemos, nada se nos viene dado ni preparado siquiera. Los gringos nos suplen con comida de astronauta pero eso se va rápido, a veces ni lo vemos porque se pierde de mano en mano, lo que no nos falta son cigarros y pornografía, que nos la dan para evitar las violaciones hacia las civiles.

Briceño me contó que una vez encontró a uno de su compañía encaramándosele a una ternera, el animal no estaba en terreno de nadie por lo que decidió dejar que el soldado hiciera sus necesidades. Al día siguiente les tocaba levantar el campamento y bajar por el río y aquel soldado amaneció con una fiebre elevadísima, con el pellejo brotado y delirando. El sanitario recomendó que se lo dejase ahí y que alguien lo cuidara porque probablemente no iba a aguantar el trecho de piedras escarpadas y guindos. Las probabilidades de vivir se acortan tanto en esto que uno se deja de hacer la idea del futuro, como ya lo había dicho nada es más valioso que el momento y la capacidad de aferrarse a la vida. La muerte es un monstruo ubicuo, una sombra o más bien un ejército de sombras invisibles que atacan desde todos los flancos posibles, puede venirte en forma de una bala, de una ráfaga de balas o de una granada, puede ser instantánea y condescendiente con tu dolor o puede someterte a la peor tortura, invadiendo lentamente cada órgano, cada espacio hasta podrirte. La selva está inundada de muerte, hay malaria, paludismo, las bacterias se filtran por las heridas y te agangrenan, te descomponen en vida y esto es un escenario terrible, un cementerio sin perímetros establecidos.

Ya es de noche, tarareo una estrofa del Beatle que fue asesinado por un fanático, los mudos no ven más que para el suelo, han apagado los gritos de Briceño con un pañuelo, lo desataron de los pies y ahora está aplastado sobre el barro rojizo, con los ojos cerrados. De repente los abre como si se despertara de un letargo pesado y me dispara directamente con ellos, con sus ojos rojos de toro incendiándose por dentro. Me siento culpable no sé por qué razón, talvez porque coopero con los cachorros y no opongo resistencia como él o porque sí, en algún momento, aunque me dé vergüenza, acaricié la posibilidad de desertar, despojarme de este traje gringo, de los pertrechos, del animalero pegado a la piel y las botas hundidas en lodo y salir huyendo para parar no sé donde pero irme de esta guerra de mierda y revivir.

Mi mama es fiel religiosa, coopera con la parroquia, enciende veladoras e incienso por toda la casa, bendice los tres tiempos de comida, sale a la calle cubierta con velo y un escapulario entre sus puñitos frágiles y artríticos y a mí siempre me repite que debería acompañarla y buscar al señor. Yo nunca creí ni tuve esa clase de fe, a los once años me metió de monaguillo pero aquello no resultó ni por un mes porque me escapaba a vagar, a bajar mangos, robar helados y buñuelos o a la casa de Diego, el hijo de puta bribón a ver en el tele a mi otrora ídolo. Pero ella no desiste e intenta inculcarles sus valores cristianos al menos a los más pequeños para que mediante ellos se logre salvar el alma de la familia labrada en metal por las filas de la EBBI.

Se escuchan ecos de hélices tajando al viento, serán dos o tres helicópteros Mi-17, tecnología rusa de avanzada, dibujados en un cielo opaco y tercermundista. Quizá vamos a ser transportados por esas máquinas pero es improbable dada nuestra calidad de prisioneros, a no ser por el mérito que nos otorga el cargo. Briceño al escuchar los zumbidos sube la mirada hacia el techo de la champa con odio visceral, como si sus ojos fueran la cavidad por donde saldrán un par de misiles antiaéreos. La champa se llena de noche, hay entre treinta y cuarenta cachorros que nos ven con desdén, con ganas de patearnos la cara o de mearnos como nosotros hacemos con ellos, en honor a la verdad yo jamás participé de esos juegos hoscos de iniciación. El encargado aquí es el teniente Martínez, hombre de unos treinta años, de piel clara, recio y con una boina en la cabeza, se le ve que es preparado, talvez llegó a la universidad o ya será profesional. Ordena con firmeza pero con la templanza de alguien que no ha olvidado la sobriedad en este perpetuo estado de demencia; no nos ha dirigido palabra, solo mandó a que nos dieran de comer. El que sí le habló al Briceño fue uno que imagino es su subalterno inmediato, un cubano barbudo que lleva unos anteojos gruesos como almejas traslúcidas adheridas a un marco de bambú. Le dijo a mi amigo que le iba mejor si se calmaba, que a los chavalos se les hierve la sangre, andan paranoicos como animales ciegos y tienden a disparar a la loca, me lo imagino al Briceño suelto y frente a él, le hubiese escupido la cara y clavado los vidrios de sus anteojos en la retina.

miércoles, 14 de julio de 2010

LA SELVA INCENDIADA (segunda parte)

Mis padres llegaron a León en el ´68 provenientes de Madriz; eran muy pobres y la familia se les volvió más numerosa de lo que previeron. Mi papá estando ahí, fue a visitar al teniente Cáceres, quien a ruego de mi abuelo mediante carta le inició en la carrera militar. Al tiempo y para nuestro júbilo se convirtió en capitán de las EBBI, en ese momento ya éramos siete hermanos. Crecí bajo la convicción de que la insurrección popular era cosa de necios, de jóvenes descarriados y faltos de carácter, creía férreamente en la enseñanza marcial y en que todos esos movimientos marxista, comunistas, maoístas eran sinónimo de sistemas parasitarios que jamás podrían ser sustentables. Ya lo dije, esos fueron mis pensamientos de antes, cuando estaba marcadamente influenciado por la necesidad, mi familia había salido a flote de la miseria, del hambre y de la mugre e íbamos a defender esa posición con las garras.


A los cachorros les gusta merodearnos, escupirnos y patearnos, no los culpo, si estuviesen del otro lado probablemente hayan sido torturados, quemados y masacrados. Son tan chavalos, tan vitales pensaría a no ser por el aspecto nublado de sus miradas, ojos de insondable tristeza, de la lejanía del amor, de la desesperación, del temor y la locura, miradas de chavalos extraviados vestidos con trajes camuflados, cargando AK´s y granadas. Algunos saben fumar, otros aun no han aprendido y expulsan el humo de inmediato como un colegial, dan vueltas en el campamento y nos gritan mientras ponen sus botas y el peso de todo su cuerpo sobre nuestras rótulas. Briceño vomita sangre y lodo, respira bruscamente, yo le busco la mirada como para apaciguar a su bestia, para recordarle que sigue vivo, que no quiero que lo maten porque me gustan tanto sus historias de mujeriego, de redondeles, carreras de caballo y andanzas por caminos inciertos.

Oí que nos iban a bajar hasta Waslala y dejarnos en manos de teniente-coroneles y todos esos rangos impensables en nuestro sistema marcial que conocía de escasos cargos. Sí, quizá estos comunistas practiquen mas la democracia de lo que piensan pero quien sabe, yo ni tengo claro que es una democracia y hasta le tengo un poco de recelo a ese sufijo “cracia”, me parece que significa una justificación para írsele encima a la gente. Una vez agarraron a dos chavalos del SMP que se habían infiltrado en un pelotón, yo estaba en el campamento cuando todo pasó. Aquello fue fiesta, algarabía, lo primero que hicieron fue sentarlos en el piso y mearlos, después les empezaron a apagar cigarros en la frente y las patas y aquellos, que estoy seguro no pasaban de diecisiete, chillaban como cochinos, decidí mejor alejarme para no ver lo demás. Todo fue por una contraseña pendeja. Todos los que llegaban, aunque hubieran estado ahí un día antes tenían que decir la contraseña sino estaban fritos, cuando les preguntaron a aquellos dos dijeron que no recordaban; si el teniente hubiera sido más humano no hubiera pensado mal por olvidar una palabra pero aquel hombre era un depredador de monte con un olfato increíble, les dijo: “con que no se acuerdan perros, ¿lo conocés a él, a él o a él (y señalaba con su bayoneta a algún soldado cerca) o a aquel o aquel o aquel? ni mierda si no son de aquí, a mí se me quedan las caras, percibo el tufo a miedo y ustedes dos están que se cagan porque ahorita mismo les voy a pelar el cuero”. Picoeloro, una estupidez inventada por él y ese era o el pase de bienvenida si te la sabías o la entrada a la tortura, talvez la muerte sin no te la sabías. Una vez a un contra de apellido Santos le pasó algo feo, llegó de arriba y se le olvidó el picoeloro, de no ser porque lo reconocieron el teniente se lo hubiera echado, le perdonó la vida pero le explotó el pie derecho a balazos y de inmediato le dio de baja como lección.

Aquí llueve todo el tiempo pero no es la lluvia sabrosa, de clima agradable y vientecito fresco que uno disfruta, aquí las gotas que caen son como escupitajos duros, pesados y persistentes, entonces uno desearía andar desnudo para no cargar tanto bulto y ser ligero con la lluvia, luchar cuerpo a cuerpo como los indios acostumbrados a tener a la selva como aliada. Aquí todo se hace más difícil y cada día que pasa uno se siente más estancado, más perdido y moribundo que el día anterior. Esos dos chavalos del SMP a la larga y lo hicieron por su patria pero en la contra la gente se va de infiltrada por gusto y, habiendo pasado los retenes y el peligro se escapan. El Briceño no piensa así, me da tristeza verlo que no se calma y ya les está colmando la paciencia a los chavalos.

viernes, 9 de julio de 2010

LA SELVA INCENDIADA (primera parte)



Recuerdo la noche en que conocí a este hombre que tengo ante mí y no me reconoce. Fue en 1984, estábamos cinco contras, (cinco hijos de puta para ellos) arrinconados al fondo de una champa en algún lugar entre Wani y Siuna. A él lo tenían amarrado a una estaca que usaban de pilar y de colgadero de cosas, lo amarraron de las manos y de las patas por peleón y se las jugaba él solo para no venirse abajo, el resto no hicimos nada, sabíamos que si cooperábamos probablemente nos iban a procesar y condenar pero conservaríamos la vida. Pues sí, nos agarraron en una emboscada porque en aquella selva uno aprende a mimetizarse con los colores, olores y sonidos del entorno y los aparatos y la logística militar no sirven de mucho, aún y cuando teníamos coordenadas supuestamente precisas de la posición del enemigo. Yo recién llegaba de Danlí, donde fui adiestrado por la armada gringa y los paisanos, de ahí nos cruzaron al este hasta caer al Coco y venirnos a bajar por la parte del río que viene revuelta con la masa mineral, río al que chupé su sangre por tantos días, y me crecieron lombrices y la panza se me hinchó y las expulsaba casi todo los días hasta que mi cuerpo se acostumbró al sabor de agua sucia, de río con piedra. A estos tres los conocía poco, apenas sus nombres y el perfil de sus caras porque de frente todos me parecían lo mismo, para ellos yo era El Turco por tener rasgos de musulmán, acentuados por la barba y por usar un pañuelo verde olivo amarrado a la frente para agarrar el mechal. Nadie hablaba mucho excepto el sargento Briceño, oriundo del departamento de Olancho. El sargento no tenía razón concreta para pelear, quizá ese no era fenómeno aislado de este lado de la línea; fue alejado de su compañía compuesta de unos treinta soldados para mandarlo acá, en misión de reconocimiento del enemigo, éramos pues los sabuesos de la contra. Briceño era más mercenario que otra cosa, no sé si haya sido el deseo de aventurarse a algo distinto a su vida diaria o si se comió el discurso grasoso y zonzo de los gringos y de los tristes paisanos que a todo asentían, no sé pero era mi compañero y eso bastaba, además hablaba, aunque con pausas como si reflexionara a cada idea dicha o se arrepintiera cada vez que decía algo pero al menos tenía la decencia de hablar. Fácil, en la guerra impera la locura, el sadismo por la sangre, por los juegos salvajes, la paranoia, la esquizofrenia y los excesos así que hablar para mí era una válvula de escape para al menos saber que no era el único cuerdo o el único loco en el peor de los casos.

Briceño hablaba de su pueblo como si no iba a verlo de nuevo, con una añoranza eterna, mientras el follaje se nos enraizaba en la piel y los mosquitos nos rayaban los huesos. Una finquita de dos manzanas fue lo que heredó de su padre, un viejo y mujeriego hacendado de El Paraíso, al que nunca dirigió palabra y para su sorpresa salió su nombre escrito en el testamento, su nombre entre veintitantos nombres más. Su madre, ante tanta insistencia lo llevó a que conociera de largo al señor y desde ahí él siempre, aunque nunca fue capaz de presentarse, lo veía con fascinación, como a una estrella de cine, sobretodo en la fiesta patronal, cuando el viejo salía con su sombrero de piel y su camisa a cuadros, montado en su caballo bretón que llevaba ropa bajo la albarda, al estilo corcel medieval. De ahí el rigio del Briceño por las bestias, “el mío es un cuarto de milla americano” me decía “¿qué, qué no sabés que es un cuarto de milla americano? hombre vos si sos bruto, entonces no sabés nada, te ilustro” y entrecerraba sus ojos cuadrados como hilando un pensamiento: “el cuarto de milla americano es el caballo más veloz que existe, más veloz que esos chitas y esos liones de monte y el mío es el más veloz de todo el Olancho, te lo digo yo y mi palabra vale, a ese jodido nada le llega ahí lo vas a ver un día y vas a saber porque te lo digo, se llama Elvis Trueno.” Nunca pregunté el porqué de tal nombre pero no hace falta ser mago para deducir que es un nombre común para un animal. Briceño tenía dos esposas, así me lo planteó, una del pueblo y una del campo. Yo que crecí en León, un seudourbano digamos, no comprendo la diferencia entre la una y la otra pero me explicó que como su oficio era el de transportar lo que fuera por una buena paga, vivía de nómada la mayor parte del tiempo entre los caminos y aunque Juticalpa fuese su ciudad natal y el hogar de Elvis Trueno sentía poca pertenencia por esta, “entonces me hice de una mujercita ves, me tiene dos retoños y uno que viene en camino, que te digo a como llevo el tiempo acá que no sé cuando es día ni noche capaz que ya soy papa de nuevo entonces me merezco un trago de eso que andás en la cantimplora huevón”. Así era el Briceño, ramplón, patanazo y bandido, hombre de vida yerma, duro como un callo pero a la vez noble, sencillo, que no dejaba morir, una buena compañía a tal punto que a veces oyendo sus locuras me abstraía, salía del camino negro de esta guerra de mierda. Los otros tres solo oían, caminaban cabizbajos a metros de distancia, se acercaban lo suficiente cuando era necesario y luego retomaban su posición de indiferencia. Fueron duros esos tiempos, la gente no nos quería, nos llamaban contras asesinos y hasta hubieron casos de compañeros que fueron atacados por la propia población, yo no los culpo ni los disculpo, todo era tan difícil, un clima revuelto de huracán enmontañado donde todos eran tus enemigos hasta que no demostraran lo contrario. Briceño me decía que no me alertara tanto, que a cualquier mate solo disparara. A mí a estas alturas me parecía sumamente despiadado rafaguear civiles pero claro no éramos soldados de convicción, incluso yo que creí tenerla luego caí en cuenta de que no lo era, no éramos más que mercenarios contratados por los peores mercenarios del mundo, una élite de megalómanos que se masturbaban sobre nuestros pequeños pueblos andrajosos. De niño admiraba a Somoza, no lo niego, recuerdo que me iba a meter junto con todo el chigüinero donde los Delgadillo, que eran los únicos con televisor en toda la cuadra para esos tiempos; todos querían ser amigos de Diego (el niño de la casa) para poder entrar a ver imágenes en aquella caja cuadrangular puesta sobre la mesa más alta, vale decir que el chavalo era un hijo de puta bribón que nos cobraba quitándonos las chibolas; ahí se me fueron mis bienes más preciados, mi colección de trompos de guayacán, todo por ver en el televisor la figura de aquel hombre elegante y rígido, de tupido bigote dibujado y lentes de gran marco, dando discursos a la nación en un podio cubierto de micrófonos y cables enredados, era mi estrella de cine como lo fue para Briceño su papá.

lunes, 28 de junio de 2010

SOMA

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martes, 22 de junio de 2010

EL LLANTO


No, no lloremos mi amor
o mejor si, sabés
llorémoslo todo
lloremos el desayuno y el hambre
lloremos por los ciegos´
por los que no saben llorar.
Lloremos porque es bueno
porque limpia el espíritu y los ojos
lloremos por lo que es justo llorar
y por todo lo demás
porque te aseguro mi amor
que de eso nadie llora.
Lloremos porque hemos sufrido
y hemos sido felices
y sufrido de nuevo
y acá estamos llorando.
Lloremos por el pasado
y por lo que se viene
lloremos por la inestabilidad
y la frialdad de los témpanos
que también lloran
Lloremos porque es de noche
y afuera llueve mi amor
y todo es llanto
y todo es tan digno de llorar.
Lloremos por los que aman
y por los que se desamoran
por los que se desahogan peleando
o lanzándose a precipicios.
Lloremos por lo lindo y sincero
de nuestro llanto.



 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
***
[+] Imagen: Tango, James Jean.

sábado, 19 de junio de 2010

   C  anibalismo
                                     U  ngido por la humanidad sacrílega 
                 L  ujuria para los fieles
                         P  ara el consumo del exceso
                  A  leluya de la extinción 

viernes, 18 de junio de 2010

ENTREMÉS (VI)

*** Chico calcula puntería con un ojo cerrado, lanza la piedra esférica que salta hasta rebotar en la pasta de una vieja copia del canto de guerra de las cosas de Joaquín Pasos y piensa en que lo que le falta es práctica pero qué importa eso si cuando llegue a viejo no habrá piedras para lanzar ni agua ni corazones en los cuerpos de los hombres, como él que soñó tener tres corazones, uno para cada una de sus mujeres amadas pero talvez está muy chiquito para amar y eso no deberá importar mucho a estas alturas porque quizá lo esencial después de todo es la puntería porque sin ella no podrá matar enemigos como lo hizo su papa en la montaña defendiendo una causa perfectamente inventada.

martes, 15 de junio de 2010

LLAMARADA


El Cano ha perdido las esperanzas, porta temblorosamente el puñal en su mano derecha, la misma que ha tirado semillas, recogido los frutos, escrito con tiza el abecedario para los chigüines, en fin esa mano tiene una historia que ahora es para él cuestión accesoria. Sus venas son un hervidero de hormigas locas, el viento le despeina la furia y lo empuja a hacerlo, aunque jamás lo haya hecho, aunque haya jurado no dañar a nadie nunca pero con solo el recuerdo de los gritos, el sonido de la coyunda impactando, aquella sonrisa socarrona que creía conocer tan bien pero que lo había traicionado en este final donde las cosas pretéritas son materia del olvido…todo eso era sangre espesa, explosiva y provocaba que las hormigas corrieran más rápido dentro suyo. Y ya está (se dijo), eso fue, una estocada, cosa tan básica como jincar una sandía o pinchar la carne del almuerzo. Aun y la simpleza del acto él se incendió por dentro, se hizo llamarada alimentada por la maldición de la venganza, por faltar a su principio supremo de no violencia. Mientras se consumía pensaba si aquello había valido la pena ¡hasta cuando se le ocurría pensar en alternativas! sentía que lo invadía una sensación humana, quizá la última, algo similar al arrepentimiento. Decidió extinguirse para compensar, para quedar parejo. Fuego con fuego se apaga. A su llegada, los oficiales encontraron a su teniente con la expresión inmóvil de asombro (su última cara) y un puñal clavado en su tórax y en el piso líneas de ceniza roja regada.

jueves, 10 de junio de 2010

SI QUERÉS LA INTEMPERIE

Que te quede claro
  que afuera
    ya no estarás más a mi resguardo
      y más allá te habré olvidado
       más allá serás polvo, arena al viento
         pedazo perdido de pluma
           de ave panzona, vieja, triste.

          Afuera no hay tejados
       ni calor de paredes ni marcos de puerta
    ni siquiera armarios ni ropas en molotes.

   Tus zapatos se irán destapando
      la epidermis se resecará
        caerá desquebrajada, como muda de culebra
          por el sol que succiona vidas
            para iluminar el día con energía robada.

            Afuera hay grandes imperios
              sobre cuerpecitos oprimidos
                escuálidos, muertos de frío.

               Afuera chupan las venas a la tierra
           pasan de cero a cien en cinco segundos
        la especulación devora economías
     se sienta en su trono e inventa las cifras
  de la educación, del petróleo, de los sueños.

  Afuera todo está repleto de nada
    pareciera mentira pero aquí estás a salvo
      del machismo, de la deuda externa
        de la lluvia ácida
          de tus propios pasos que das con miedo
            porque sabés que afuera no me vas a tener
              y eso te aterra.

miércoles, 9 de junio de 2010

DESEOS REVUELTOS

En ese momento
adiviné que ahí estabas
y vos te levantaste sin estar
sin siquiera pensar en algo similar.

En eso
cayeron mis pedazos
como olas moribundas ante tus ojos
de arena vuelta vidrio
- ante tu ser imaginario.

Y te construí
del sueño, de mi soledad ya habituada
a construirte
a hacerte masa antropomorfa.

Luego tuve que dejarte
antes que fueras demasiado real.

jueves, 3 de junio de 2010

A GRANDES RASGOS


Soy un niño, de pequeños y elementales sentimientos, casi instintivos diríase, soy cuestiones básicas como el hambre, la necesidad de dormir o la sonrisa estimulada por un cerebro viajero. Si, en eso si soy bueno, soy artífice de innumerables travesías desde la comodidad estática de la cama, reconozco el color de la tierra roja de Zimbadwe, fui de los últimos navegantes del Aral antes de su desertificación, he explorado los arrecifes de Fiji, pero sinceramente prefiero el coral antillano; las cumbres del Himalaya también las conocí, eso fue a mis seis años cuando me fundía en fiebres y baños de sudor y al borde de la muerte alucinaba con la vida multicolor y sonreía inmensamente. Soy enfermizo, hipocondríaco y paranoico, soy de corazón pequeño, cosa no atribuible a la genética ni a la enfermedad como suelo achacar, ese corazón está entretejido por una red de conductos canalizadores de mi sangre tibia que paradójicamente se enfría con rapidez, como si llevara un refrigerante y en eso quizá usted lector pueda serme de ayuda porque aun no logro dilucidar si la frialdad proviene del obrar mediocre del hipotálamo (órgano rector de la temperatura corporal) o es cuestión del movimiento lento del corazón. A veces, sobre todo cuando se nubla el desierto, me vuelvo animal, perro traicionero y maldomesticado, felino arisco y escurridizo, oso solitario de ojos tristes, a veces también soy una estampida, un cardumen, una horda, una jauría. A veces soy sol radiante a veces luna eclipsante y marmórea. La felicidad es un estadio, al igual que la tristeza, el desconsuelo, la ira, la nostalgia, el recuerdo de sus besos, de sus labios de pétalo de azucena, de un juego de infancia, de alguna locura adolescente y desmesurada, del dedicado arrullo de mi abuela, del olor que despide el eucalipto, de la erupción del Cerro Negro. Vivo en cuentas regresivas, en momentos falsos y en historias que nunca han existido, retrotraigo situaciones que debían ser mejores, pero (evocando a Kundera) el hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores. Preparación para lo incierto: esa es una constante, como una campana que oscila en un viento de direcciones fluctuantes, como una hoja liviana que se deja llevar fácilmente. Quizá requiera más peso, quizá muchas cosas, quizá el ascetismo o la conversión a un dogma o la creación de alguna secta anarquista y caótica, quizá muchas cosas. Un insecto de lluvia camina dificultosamente sobre el pelaje de mi brazo, se detiene, siente el peligro de ser aplastado por una mano, aun así permanece inmóvil como si se sintiera gustoso de ese contacto. Veo al animal invasor y pienso: - no estoy solo, tengo al mundo y este me tiene a mí, podemos abrazarnos, pelear, intimarnos secretos, llorar, sonarnos los mocos. La extraño, a ella y cada componente de su ser. Bruno es un antifaz, un desdoblamiento de la realidad, un sendero borgiano que se bifurca, una poética trampa, un arma letal para sus ojos. Después de esto usted me podrá llamar por mi nombre.

martes, 1 de junio de 2010

SOLEDAD ES UNA AMARGA COMPAÑÍA

* Bruno imaginó que un año y dos meses es tiempo suficiente para amar y decidió dejarlo todo en nombre de su tan anhelada soledad que se había extraviado hace mucho, exiliada a lugares tan absurdos y oscuros como cajones, rincones de roperos o debajo de las camas. Soledad está pues de vuelta y más bella que nunca pero él (por alguna razón que desconoce como desconoce todo de sí mismo) ya no la quiere, ya no siente la sincronización en los pasos ni el sabor de su dulce egoísmo, ya no sabe qué es la libertad porque libertad sin amor no tiene caso; Bruno está deshecho y no desea más que deshacer todo su acto maldito y cobarde y deshacerse en vida de paso; está irrevocablemente solo y se detesta porque no sabe decir lo que siente ni expresar más que su ego-monstruo inmenso que aplasta y autodestruye. Bruno es un sujeto engañado por su propia mente, pero al fin de todo sigue vivo y aunque erróneo, ha trazado su camino y asumido su destino. *

lunes, 31 de mayo de 2010

AUTÉNTICA REPRODUCCIÓN DEL REPUDIO

Hacíamos mil horas del día
el amor cara a cara
ocho extremidades multiplicadas por ocho
se nos hacía sesenta y cuatro
un número sensato
para practicar posiciones cotidianas.

La felicidad es pretérita, diminuta
cabe en una palabra
en una bolsa desechable.

Supuse que lo sabías, que lo intuías al menos
lo deduje de tus labios que dicen tanto callados
del tono rojo inflamado que llevan por la presión
de callar para no desatar el infierno.

Me diste tus ojos en blanco
tu aspecto al borde del abismo
tu simulacro que no funciona
tu estafa de normalidad.

Me diste la sospecha
el otro lado de la cama
el silencio rotundo
y otra vez esos ojos perdidos
tu simulacro que no funciona.

Pero soñé tu sueño
tu cuerpo desnudo a contraviento
violado, manoseado, chupado, lacerado
el capullo cristalizado de tus ojos
lágrimas vueltas cenizas
mientras se acercan los tipos
te guiñan del pelo, te desgarran
te infectan maldiciones con sus dientes
y la luna es negra y el cielo blanco
todo ese dolor perpetuo hasta los tuétanos
la mugre en la calle mientras los carros transitan
y los pasajeros se asoman
con sus ridículas miradas de flashes
y todos (los tipos, los conductores, los pasajeros,
la mugre, la luna negra y el cielo blanco)
todos, soy yo
[+] Imagen: Roberto Guillén