miércoles, 30 de septiembre de 2009

CAJÓN




Soñé con un cajón agujereado, atestado de polillas. No era posible apoyarse no, la estructura entera se vendría abajo como mi propio y ruinoso sueño. Crujía la madera, eran sus últimos alientos de vida. Silencioso se movía algo tras los agujeros del cajón, era brillante y de tonos cafés, no como la tierra, no es ni café claro ni oscuro ni bajo ni fuerte, sólo supe que era café y se movía. Desperté y pensé ¿cuántas vidas puede haber tenido este cajón? lo imagino como un cajón multiusos, que muchas veces ha cambiado de forma, de tono, de estilo. Alguna vez fue parte de la corteza de un arce, ese arce estaba a su vez rodeado de su familia de arces, caracterizados por ser reflexivos y temperamentales, que hablaban cada cuatro lustros cuando eran convocados por el consejo superior. El leñador lo vio fuerte y robusto y le entró el apetito, como si ese hombre y todos los hombres tuviésemos hormonas que estimularan el apetito por la destrucción. Lo taló, desmembró su tronco, lo vendió y al hacerlo aquel sujeto enfermo imaginaba lo que venía imaginando desde niño, reproduciendo la misma cinta que reproduce al momento de talar, desmembrar y vender un árbol. De pequeño amó a Amanda, pero ella no a él. Una vez que fueron juntos a bañarse al río él le intimó al oído, -“Amanda mi amor, mi bello pedazo de leño, algún día te voy a cortar de raíz, quitarte las extremidades, trocearte, luego venderte en partes, salvo la cabeza y tu bello y delicado tronco que serán mi trofeo”. Amanda no volvió a aparecer en su vida y desde ese momento él se convirtió en un leñador empedernido, estimulado por el apetito, tal y como los doctores que, motivados por el apetito de sangre se vuelven doctores y los políticos se vuelven políticos por apetito de poder.

El aserradero estaba situado en el margen del río donde alguna vez se bañaban Amanda y el leñador, era una estructura de zinc que daba impresión de ser (sobre todo por el sonido) una sierra gigante y con un apetito insaciable para devorar al bosque. Ahí desintegraron al que sería cajón tiempo después, formaron cuartones y láminas de él, tal y como si de una inmensa barra de chocolate salieran diminutos bombones y roscas. A cada trozo de él se le puso número y precio. Le pusieron valor a su alma.

Una empresa revistió las paredes con su cuerpo, quebró a los meses y el edificio quedó inhabitado. La naturaleza se expresa de múltiples formas.

- Bajo eléctrico de cuatro cuerdas, dos pastillas que procuran una óptima amplificación, diapasón de ébano y mástil de arce, un color exquisito, si si un color exquisito. Así cavilaba repetidamente Ariel como para convencerse de que realmente quería comprar el instrumento.
- Te lo vuá dar en pagos chele, te vuácer un buen crédito.
- Bajo eléctrico de cuatro cuerdas, dos pastillas que procuran una óptima amplificación, diapasón de ébano y mástil de arce, un color exquisito, si si un color exquisito. Ariel tenía que probarlo primero.

A Enriqueta le encanta el olor de las alhajas guardadas en cajones de madera. Ella no quiere casarse, teme perder su libertad, teme no poder hacer lo que más ama hacer: no bañarse los domingos, pasearse desnuda por los salones de la casa, tocar el clarinete por las tardes, asistir a tabernas por las noches. Está sentada con Rita en la terraza, toman café y charlan.
- ¿Sabés que me dijo la vez pasada el idiota de Jairo? Cada vez que lo recuerdo lo odio más, te lo juro. Eh, eh (y empieza a imitar la voz de Jairo tal y como fuese la de un púber inseguro que tartamudea) en nuestra noche de bodas voy a hacértelo como nadie en la vida te lo ha hecho Enriqueta. – Lo detesto, cada parte de él.
Rita hace una cara de repulsión. – Es asqueroso solo de pensarlo amiga. A Rita le da pena decir que ella también fue tartamuda alguna vez y que su primer beso fue con Jairo. Enriqueta se casó, y nunca más volvió a oler el olor a alhajas y madera. El tonto de Jairo lo apostó todo en el juego y lo perdió.

Los cajones fueron pasando de mano en mano, ya no solo contenían alhajas sino también rollos de billetes, estampillas de colección, escarapelas, balas de AK y hasta esqueletos de libélulas.

Alina vive en el quinto piso de la estancia, no le ha ido bien estos últimos meses, todo es tan distinto desde que él se fue. Debe tres mensualidades, no tiene más que fideos en la alacena y un inmenso tornillo en el corazón. En la recepción se fabrica una orden de desalojo. Desesperada decide ultimarse, ata un largo cordón a una aldaba que está en la parte externa del marco de la ventana de guillotina, coloca un cajón repleto de herramientas sobre la repisa, justo debajo de la ventana de guillotina. Qué suerte tiene Alina, el cordón llega a una distancia que ella puede alcanzar. Baja de inmediato, usa las escaleras para echarle el último vistazo a aquel edificio que ha sido su hogar por los últimos tres años. Recuerda cuando lo rentaron, y lo feliz que estaba con la decoración y con estar ahí con él. Ahora su pieza y todo el edificio le resultaba tan distante, tan vacío, tan triste como un inmenso cajón forrado. Salió a la acera, se tuvo que poner de puntillas para jalar del cordón. Una lluvia de pesadas piezas oxidadas la redujo a una sopa de sangre, piel y pelos.

Aún se movía algo tras el cajón, era café, solo eso supe. Que penosa vida la de un cajón, acaso tan real o ficticia como la de un humano. Soñé con un cajón agujereado, soñé con verlo vivo alguna vez.

[+] Arte visual por: alvvino

jueves, 24 de septiembre de 2009

RESTAURANTE PARA SORDOS

Un hilo de lino ataba las cabezas de los comensales dispuestos de forma circular en mesas de patas rencas. Comían, bebían y observaban. Una pareja se comunicaba por medio de gestos, el resto contemplaba, en quietud y silencio. Germán maquinaba en qué maquinan los leopardos mientras engullen a su presa, maquinaba el sabor a sangre y pellejos, y posaba la lengua sobre el labio superior para saborear imaginariamente el sabor que siente el leopardo. Teo maquinaba en el silencio y en cómo era presa de su propio silencio, masticaba una rama de apio con fuerza para intentar oír, taconeaba en el piso, rasgaba su frac con la uña afilada del dedo meñique que emplea de herramienta por las noches para inhalar coca. Mutan los hombres enmudecidos, los mudos se vuelven mutantes mudos, los ciegos segando la mies, la mies ciega segada a oscuras. El aire acondicionado se había descompuesto, fue suplantado por abanicos de techo; Rocío olía su pelo con los ojos cerrados, imaginando a los cerros ticuantepeños con su verde e inclinado pasto ¡como se parecen al pelaje ralo de la cabeza de un niño! Recordó que después de bañar a su niño le echaba colonia en su tierna cabecita y lo llenaba de besos. Secó una atrevida lágrima con su cremoso y delicado índice. Los recuerdos aumentan de decibel en un mundo amordazado. Roxana sostiene un cigarrillo con su mano izquierda, con la otra limpia una mesa con la vehemencia de un mozo que ha recibido jugosa propina. Siniestro es el vicio y diestra la mano que busca la pulcritud. Saúl jugaba con el sonido de la cuchara contra el plato, pero ¿cómo escuchaba Saúl? pues imaginaba como sonaría la cuchara contra el plato como se imagina uno como podría ser el cielo o el interior del corazón de un cangrejo. Paco era feliz, inmensamente feliz, miraba en el televisor de la esquina al pato Lucas saltando en una pata y él quiso saltar en una pata también. Sabía que era libre, sabía que no era presa ni esclavo del ruido ni del opresor estruendo de una bomba, de una bocina, de una sirena, de una respiración agitada. Los comensales comían pensamientos, llevaban hilo atado a sus cabezas y entretejían los sueños de unos con los de los otros.

martes, 22 de septiembre de 2009

ETERNA NOCHE DE CASARES


Saboreando la noche a tapazos estaba el mar, batía sus alas con determinación y bravura, era al cielo a quien le reclamaba, eran cuestiones de culpas e infidelidad. Llora el cielo un ejército cósmico, y serenan las lágrimas de virgen al atribulado mar. Justo abajo del universo, justo en frente del mar que batía sus ahora serenas alas, estábamos nosotros entretejidos, alimentando nuestros desnudos cuerpos con maná universal. Adoptamos muchas formas esa noche, fuimos crustáceos, escualos y celentéreos, fuimos flamingos de pico corto, tortugas dentadas y medusas de acero. Nuestros pies calzaban arena pálida, la luna se diluía en el estero a lo lejos, y nuestros cuerpos entretejidos de pronto brillaban como soles nocturnos. El fuego, el cielo y el suelo. Nuestro deseo era incandescente y perdurable, su torso sudaba gotas de sol, la tomé entera, me tomó también, adoptamos muchas formas esa noche. Mi respiración era la de un rumiante agitado, olía el olor de su sexo hipnótico, olor a paradisíaco manantial mezclado con transpiración de gacela. El tiempo hizo al mundo y al cielo, a nuestro deseo le tomó más tiempo hacerlo. Incoherente resultaba pensar teniéndola a ella, a su lienzo tendido ante mí para plasmar mi humano arte. Besaba sus pechos frutales, deslizaba mis dedos por su piel de seda, sus labios no sabían a labios, sus ojos se cerraron y en sus párpados se posó un enjambre de luciérnagas doradas. Temblé, me entretuve y temblé, su pelo era largo y encrespado, dormía profundamente sobre la pálida arena. Ella me abrazó y lloró también lágrimas de virgen, dibujó una sonrisa en sus labios que no sabían a labios…y se consumió. Era de noche, estaba nublado, el mar batía sus alas con determinación y bravura y yo solo tenía un puño de arena en cada mano.

martes, 15 de septiembre de 2009



Los mártires e insurrectos cobrarán vida en cualquier momento
germinarán flores provistas de espinas por doquier
en armarios, carreteras y salones de cristal,
en medio de la estepa, del retrete y en la cama.
La historia es aliada y enemiga perfecta
El hombre común pasará de victimario a víctima
pero muy sucio el bulto que carga
muy gastado su nombre
para convertirse en mártir o insurrecto.

EL PACIENTE BÉLICO

Y ahí estoy yo doctor, como en las noches friísimas en Chechenia, como metido en un caldero en Ruanda, como pisando la luna en los relieves de Kandahar. Me persigue el insomnio desde que llegué, han pasado más de dos semanas y no he logrado pegar el ojo. Aura y yo nos vamos al porche por las tardes, me hace cebada y me mece en la hamaca durante horas, contándome de los acontecimientos del pueblo durante mi ausencia, se acerca, me acaricia la cara y como me gusta. Yo la escucho poco, ella no pregunta. Todo es calmo y lindo hasta que exploto violentamente contra cualquier cosa que tengo a la vista, y en ese momento no soy consciente doctor, porque si lo fuera no lo hiciera. Y despierto, ya de noche y sudado, sangrando a veces, otras inmovilizado, amarrado al cuartón y veo su cara doctor, mi Aura hecha pedazos, lo sé, lo veo en sus ojos y lloro doctor, y ella llora conmigo hasta que se queda dormida del cansancio. Yo no la despierto doctor, me la llevo a la cama y la cobijo y me voy a caminar por los senderos polvosos con la esperanza de dejar ahí al demonio guerrero que llevo dentro. Y empiezo a ver las centellas, y escuchar los estruendos, y me cubro. Llevo casco, botas y granadas, y la adrenalina corriéndome por las venas, estimulando a la mente que canta el lema: “matar, matar, matar, ese es mi deber”. Y mato doctor, pero yo no soy de esos que disparan sin saber que matan sino que me cercioro de haber matado, y eso doctor me hace tan feliz. Y me despierto en chinelas, camisa de lino y jeans, envuelto en tierra, a veces rodeado de gente, a veces solo. Es tan triste que ya nada sea como antes, cuando todos tocaban a mi puerta para que afinara sus instrumentos y les enseñara a leer, sumar y restar a sus niños, es tan triste vivir en el portal entre un mundo y otro y al final no pertenecer a ninguno. Es tan triste doctor que he pensado en desaparecer, irme de verdad y para siempre y sobre todo dejar a mi Aura tranquila.

El doctor se levanta de su asiento, se ve al espejo, se toca la cara al tiempo que se dice a sí mismo: “matar, matar, matar, ese es mi deber”.

lunes, 14 de septiembre de 2009


Es impresionante saber que el mundo gira en diversas direcciones,
cambia de eje de un momento a otro
es feliz, melancólico, lunático, tierno, vil...todo a la vez.
A veces se queda viéndolo a uno,
sí, apoyando su invisible dedazo sobre el remolino que se forma en la testa
y uno da vueltas y vueltas.
Y el mundo sigue ahí, estático, cagándose de risa de uno.
El mundo es como un gran sueño que alberga los sueños de todos,
el sueño de las vacas, de las mujeres, de los camellos, del volcán, del río, del ave... cada cabeza es un mundo y el mundo es la confluencia anárquica de todas las cabezas.